“Al escribir ficciones generalmente encuentro
la posibilidad de no tener que mandar todo al diablo”
Mi historia no sé a dónde se remonta, pero me parece lo más prudente, si tengo que elegir un lugar, ubicarla en la región supralunar, ahí donde el éter es lo común. Ahora si me preguntan por el tiempo, creo que es todo el tiempo. No creo, sinceramente, poder dividir mis acciones en el tiempo; decir que A sucedió en el momento B me resulta casi imposible sin concebirme tres veces: una antes que A sucediera, otra cuando sucedió (en el momento B) y otra vez inmediatamente después de A. Por eso es que siempre me aterro cuando me preguntan la hora o cuando me inquieren sobre acciones pasadas; me resulta penoso leer libros de Historia. Siempre temí y odié (íntimamente) la figura de Herodoto y, a mi edad, el cambio de actitud me resulta más bien improbable, sólo para no ofender a los utópicos. A veces quisiera ser como los animales, esos que viven el eterno presente, que están realizando A siempre en B, sin que esto varíe demasiado, no lo suficiente como para exaltarlos. Pero no debo sentir envidia (ellos son los que piensan que en realidad no puedo, pero esto no es cierto). Sólo hace falta consensuar una mentira y mantenerla por una razonable cantidad de tiempo para volverla verdad. Esto es lo que ha pasado en el mundo desde sus comienzos, en dos formas completamente antagónicas. Una es lo que sucedió, verbigracia, con el vacío en la Antigüedad. Este es el caso de una mentira mantenida como cierta por cuestiones puramente ingenuas, (que sólo ahora podemos considerar ingenuas), es el caso de la mentira leal a la concepción científica de una época, y por eso precisamente se la tiene como verdad. Nunca se puede juzgar a los padres de estas mentiras como si de traidores se tratase, sería como castigar a la perra que nos (que los) ataca cuando queremos acariciar su cría recién parida. La otra forma de mentira-verdad o de verdad-mentira es la deleznable, la que responde a una intención, la que resulta un medio para alcanzar un fin. Sea su ejemplo más claro el nazismo, con su oprobiosa y detestable tergiversación de los escritos de uno de los hombres más lúcidos que he tenido la oportunidad de conocer y ahora sólo de recordar (el que me descubrió y nos descubrió a todos)*1 , el que denunció primero esto de la verdad-mentira. Y a esta mentira también la otra, la de su falsa biología. ¡Cuán necesaria era una biología que sostuviera la escalera de la raza! Sean acaso esas las únicas mentiras que no deben perdonarse*2.
De todo esto ya hace algunos juicios y fallos, y varias infamias también. Me cuesta, lo confieso, seccionarme en el tiempo para poder contar esto, convertirme en tres (como antes, como debió haber sido siempre), pero ahora que el fin está próximo, debo recordar lo más que pueda, para que se sepa la verdad. Aseverar que este escrito responde a mi voluntad sería algo difícil de determinar para Schopenhauer; yo creo que no. Pero esto no me priva, no tiene porqué hacerlo, de deslizar un poco de subjetividad aquí y allá, después de todo he prestado un servicio imprescindible. Siempre sueño, y me repito, y me quiero convencer, de que el fin será lo mismo que el retiro, el poder, cerca del crepúsculo de la vida, disfrutar de los resultados de mi esfuerzo, de mi abnegación (un tanto forzada al principio, pero que con los años se ha convertido en verdadera abnegación). Imagino el fin lleno de recompensas, como buen cristiano, pero otras veces la razón me convence de que la recompensa ya la he tenido y que por eso me corresponde el fin así sin más*3 . El pasar tanto tiempo solo e incomunicado me ha empujado lentamente hacia la especulación; todo lo que sé acerca de usted y de ellos se contrarresta con lo poco (o nada) que sé de mí mismo y así he llegado a infinidad de conclusiones que se necesitan y se anulan, que primero explican pero que sólo terminan confundiendo.
Mi bien más preciado, el único que termino por valorar realmente, es mi completa certidumbre acerca de un hecho que resulta completamente necesario: mi propia cordura. Es deliberadamente imposible que yo pueda perder el juicio; he conocido varios locos y es un estado que realmente me aterra, por mi propia integridad moral. Además, creo que mi vida, o la historia de mi vida, rompe con el límite de lo que un lunático pudiera concebir; como cuando el hielo, de tan frío quema, y así se vuelve fuego, creo que mi historia, de tan rara, se vuelve cierta.
Ya hablé de las expectativas de mi retiro, creo con vehemencia que no puede ser tan desconsiderado; después de todo, no fue mi culpa y no pido tanto. ¡Como si yo pudiera controlar todo! ( esa es otra de las cosas que ellos creen). Al fin y al cabo, seamos honestos, si no puede hacerse cargo de sus propias acciones... mejor callo, no es bueno morder la mano que nos da de comer, y también sería injusto. He disfrutado del privilegio de conocer lo que para otros se encuentra vedado, y eso debo agradecérselo. He visto el amanecer y el crepúsculo desde el exterior, he besado la luna e inclusive (esto no lo divulguen) he quitado la presuntuosa bandera; conozco el lenguaje de los pájaros y los colores de las cosas (estos no son como generalmente se aprecian). Y así poseo la verdad de casi todas las cosas, empero, me bastaría con una, con esta, pues yo conozco la verdad última y ¡Oh! ¡Hombre! Es esta también una mentira.
De todos los textos (fábulas, mitologías, evangelios, historias oficiales) que se acercaron a la verdad, o que la llame ahora mentira ya es indistinto, nunca tres versos tan precisos, preciosos, elocuentes, acusadores, humillantes...
Dios mueve el jugador y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Borges, me entrego, nos ha descubierto (ahora también hablo por Él); o quizá, simplemente sea usted quien más ha merecido hacerlo. Creo que, íntimamente, usted siempre sospechó de nosotros; creo también que antes de esos tres faustos versos usted ya conocía la verdad.
Borges: creo que usted ha sido el error más hermoso que la divinidad ha cometido en este Universo, aunque nunca vaya a reconocerlo; por eso no me duele, no me preocupa en lo absoluto, lo inevitable: nuestro suicidio.
Notas al pie:
*1 A veces lo analizo y pienso: “Quizá ese no era el momento”.
*2 Realmente no he podido determinar, en todos estos años (y no soy el único), lo que pasó por Su mente en esa época.
*3 Posteriormente comprendí que nada de esto iba a ser posible nunca más
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