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Son las nueve de la mañana y estoy esperando el colectivo para ir a trabajar. El mismo colectivero de siempre, la misma línea de siempre…el mismo asiento, no se porque pero me gusta sentarme atrás de todo, cerca de la puerta en los asientos que van de a uno. No me gusta pedir permiso al bajar o crear alguna situación incomoda con el pasajero de al lado, por eso voy solitario mirando la ventana. Mirando los mismo negocios de siempre, las mismas calles de siempre… pero mi corazón empieza a palpitar al llegar a Rivadavia, siento una terrible ansiedad por ver una vez mas a la persona que va a subir. La espero a ella, como todas las mañanas, espero ver como saca el boleto y se sienta en la tercera fila de los asientos que van de a dos, con su larga melena negra como la noche y a la vez brillante como el día. Ella sube como siempre a la misma hora, realizando siempre el mismo ritual, al igual que yo. Se sienta, la miro, y comienzo a pensar en como su pelo fluye con el viento que se escapa de la ventana, en como me gastaría sentir la suavidad de su cabellera entre mis manos, en como me gastaría hablarle y decirle lo que pienso. Pero nunca en los tres años que note su presencia, me anime hablarle. ¿Y si le hablara que le diría? Seguro seria alguna charla sobre el clima o sobre el trabajo, o seguramente ella me contaría de su marido o de su novio, que tanto la ama al igual que yo en estos tres años. Y si eso pasara no tendría ese incentivo todas las mañanas de mirarla y pensar en ella todo el resto del día. Imaginando como serian nuestras vidas si ella estuviera a mi lado, como me haría mejor persona, de cómo podría hacer cualquier cosa que me propusiera. Ni siquiera se su nombre, pero debe ser tan bello como su mirada. Ay dios…si ella me mirara, aunque sea una vez. No seria tan valiente de mantener la mirada, admirándola de frente, sonriéndole. Solo faltan cinco cuadras para que ella se baje, seria capaz de bajarme con ella, pero seria en vano, ella va a su trabajo y yo al mío. Ella tiene su vida y yo la mía. Sin conocerla pedí que nuestras vidas se cruzaran, y a pesar de que esta ahí, sentada y calma, nunca me acerque. Cobarde! No soy más que un cobarde. Quizás, un día de estos le hable…quizás lo haga. |
Texto agregado el 07-02-2006, y leído por 78 visitantes. (0 votos)
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