Tengo una voz.
Fue risueña,
cuando el sol
caía por mis espaldas de niño.
Mi adolescencia,
tuvo ceibas y macetas,
flautas, maderas y barcos.
También soledad de cobre.
cuando el domingo me llevaban a misa.
Mi voz
Se embarcó en el puerto.
Dejé el arrecife,
y mis bolsillos los llené de estrellas.
Juventud brava
que ardía
sobre el pulso de las sienes.
Todo el hedor
viene de Manhatan.
Afilamos el alma
cerramos el puño
abrimos el grito.
Y fuimos molotov.
Juventud que corría con los puños.
Por aquel pasado,
hubo cien corazones
que dejaron de gritar.
Hoy,
pesa la voz. y el recuerdo es una brecha
que te golpea y expande.
Sólo queríamos
tener de rodillas al gigante.
Retirarse,
no es dejar nuestra tierra,
lo cierto es que llegaremos.
No es necesario el grito;
ni el puño encendido, así
que nadie abra las manos,
ni desnude su espalda.
La hierba crece
sobre el invierno
metálico de las ciudades.
y hace caminos en la parcela del traidor.
Tejedor de vientos,
déjame escuchar
las hojas del maíz
y oir que los granos
vienen tintineando dentro del viento.
Mi voz,
todavía sostiene su vuelo.
Vive en la superficie,
contempla el puente,
el barco camaronero.
O se detiene
a mirar la procesión de los peces,
el canto de los mares
o el triciclo de los niños.
Mi voz
sale de la oquedad de la guitarra.
Que canta, titubea o desfallece.
Mi voz
puede remontar lunas
y atrapar pláticas de estrellas.
cabalgar a cometas.
Mi voz tiene todo eso.
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