El local es espacioso y desigualmente sombrío. La entrada es amplia y diáfana, y da de frente con el vértice donde se vienen a unir perpendicularmente los dos lados del mostrador. En este punto, cinco jóvenes universitarios, con las mochilas amontonadas detrás de una de las hojas de la puerta, dan cuenta de dos botellas de a litro de Cerveza Victoria; “malagueña y exquisita” que dicen los anuncios…También de unas patatas bravas, de esas de las que te acuerdas hasta la hora de la cena. Ríen y despotrican con las chicas que pasan por la puerta; de vez en cuando alguna conocida incluso entra y comparte unos minutos de carcajeo con ellos.

El lado izquierdo de la barra está ocupado solo por las moscas y un pequeño y algo pringoso expositor de cristal con varias bandejas: unos solitarios y aceitosos, pero desafiantes boquerones en vinagre; un tercio más o menos de gruesa e intragable tortilla de patatas; unos trozos de queso curado en aceite que huelen a tres metros y un resto de ensaladilla rusa que seguro, por el color amarillento que empieza a tomar, recorrería la barra ella solita andando por sus propios pies.

Al final también hay una pareja, dignos representantes de otras dos; buscando el sitio discreto donde pasar un rato. Aupados en dos taburetes de hierro se intercambian carantoñas y traguitos de vino Pedro Ximénez.

En el otro lado de la barra hablan de fútbol tres individuos con ropas de trabajo polvorientas. Hoy viernes cobraron a mediodía. Y toman amontillado con jamón y mejillones.

“Paco…llena…y pon un tomatillo picao”…; dice uno de ellos…

Paco llena y apunta con la tiza tres muescas más bajo la barra.

Un poco más allá, tras el segundo expositor dudosamente transparente; tres holandeses, con la piel a juego de las gambas que descamisan y una botella de Fino La Ina a medio vaciar…Uno de ellos se separa y saca fotografías. Al fondo…oscuros barriles: Patapalo, Málaga Virgen, Oloroso, Manzanilla, Solera, Seco…en sus correspondientes y renegridos cartelitos ostentan cada uno su origen.

Dos hombres más, marroquíes... Beben agua y 7up, en una mesa donde esperan esperanza desde hace dos horas. Quizás embriagados por el aroma que desprenden barriles repletos de caldo no miran, no se mueven…

Aún quedan dos caballeros, en la esquina donde se acaba el pulido metal, con sendos vasos de recio vino de los montes. Paco conversa con ellos cuando no atiende.

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En las paredes; carteles de corridas: Litri, Manzanares, Paco Ojeda…; Ponce, Ortega Cano; Javier Castaño…; Jesulín, El cordobés, El Califa. Vitorinos y Aldeaquemadas; Bohórquez y Buendías…”se vende piso” dice un infiltrado.

Al fondo del todo; bajo una foto de Curro Romero hay otra mesa ocupada. Un anciano, pelo desordenado y largo; con los codos apoyados esconde toda su cara; los ojos no.
Nunca una mirada habrá llegado tan lejos. Se perdió hace tiempo; entre contratos, discos de vinilo, galas y famosos. Dinero, mujeres y grandes hoteles…

El enésimo vaso de generoso yace vacío, protegido entre sus codos.

Son las tres. El anciano levanta la vista y cegado por la luz que entra por el portón, tropieza con un cartel…”Prohibido el cante”

Y quien quiere cantar?...piensa.


Después, se levanta renqueante y sigue pensando:

“Mi pena es mu mala,
porque es una pena que yo no quisiera
que se me quitara.”

A la guitarra lleva en su mente a Tomatito. Por encima el sol de Junio en Calle Granada.

Son seguirillas o hayku?, seguía dándole vueltas a la cabeza...mientras se dirige a la pensión...