EL FRISO

Sobre la sucesión de terrazas que se escalonan unas con otras brilla el friso de piedra. Es tan viejo que se ha perdido la cuenta de amaneceres que ha presenciado. Mira al este desde siempre y recostado contra el cielo de la mañana, recibe siempre el primer rayo del sol.
La escena tallada en la piedra es simple y clara. No hay dudas sobre su representación, todo el que la mira coincide en que las figuras del relieve esperan algo, pero nadie puede precisar que es lo que atrae la atención de las caras esculpidas y sus miradas dirigidas hacia el oriente.
Si fueron montañas o ciudades ya no existen; si fue un bosque o el río, uno murió tras el otro; si son las estrellas, la espera todavía es válida.
Es posible que se trate de una marca en el sol, una combinación de colores en la aurora o un diseño especial en las nubes.
El que llega a las terrazas y mira al friso siente la necesidad de escudriñar el horizonte. La curiosidad atrapa al observador obligándolo a buscar una respuesta sobre el filo del mundo.
Los estudiosos conocen el lugar exacto donde confluyen las miradas, pero nada llamativo existe sobre el punto misterioso.
Las figuras no parecen desconocer lo que esperan, se diría que es algo cotidiano; no hay regalos especiales ni trajes suntuosos, no son gente extremadamente rica ni tampoco campesinos.
Una de las mujeres del relieve teje un tapiz, es la única que no mira el horizonte, su atención sobre el tejido es la misma que la de cualquier mujer en el mundo. Los especialistas en arte dicen que la mujer y su actitud, disminuyen la tensión creada por la escena.
Un niño, casi inadvertido en el grupo, se oculta detrás de un cortinado, dejando ver sólo su cara y una mano para participar del conjunto. La curiosidad del niño es mayor que la de sus mayores.
Se sabe de qué piedra está construido el friso, qué herramientas trabajaron el material para darle relieve y de dónde se trajo el bloque completo para ser esculpido.
Se ha conjeturado a qué estrato social pudieron pertenecer las figuras además de haber catalogado sus trajes y a la temporada del año en que se debieron usar. Se ha construido un telar como el que usa la mujer y réplicas de todos los utensilios que completan el conjunto.
Hay planos del grupo de terrazas, detalles relevados al máximo de exactitud, cálculos del tiempo invertido en la construcción y del número de hombres que debieron trabajar . Se dice que la escena es enigmática y que llama a la contemplación, también se dice que quienes construyeron las terrazas y esculpieron el friso quisieron eternizar una forma de vida, un gusto por las cosas, una determinada manera de encarar la existencia.
En otra época, desde la cima de las terrazas se veía el mar, hoy no hay mas que desierto. Tal vez las figuras sigan esperando embarcaciones arribando a un puerto que ya no existe.
Cuando sale el sol y el friso brilla de luz y fuego , las figuras se hunden en la piedra como fundiéndose por el calor. Poco a poco, mientras la luz se endereza en el cielo, aparecen las sombras bajo los mentones, las cejas, los ángulos bajo las narices o las telas que se pliegan sobre los cuerpos. En ese momento, la luz del amanecer resbala sobre los hombros desnudos de las mujeres, sus pechos velados de gasas y las piernas descubiertas de los hombres.
La cara del niño se sonroja y acentúa el candor de la juventud.
El tapiz se acelera en las manos de la mujer que tiene el rostro en sombras.
Se dicen tantas cosas sobre las figuras que esperan, que se distorsiona el valor de la escena. Es posible que haya algo muy importante detrás del horizonte y que se hace esperar; gentes más sencillas sonríen y proponen que tal vez el grupo del friso espera tranquilamente que amanezca.

1990. Revisión 2015


Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.