La vida es una constante sucesión de coincidencias, cruces de vidas y a veces todo ocurre sin darnos cuenta. El día que mis ojos coincidieron con los tuyos, que tu vida se cruzo con la mía, no entendí que era el principio de aprender a quererte.
Como si de una hormiga se tratara, mi cuerpo ha ido recogiendo las migajas que el tuyo me dejó, y paso a paso he llegado a esa parte subjetiva donde guardo tu imagen, donde me digo que un verde así, no existe fuera de tus ojos, los rizos de tu pelo son espirales hacia una cara, que empezando por las cejas, bajando por tu nariz y acabando por una boca que parece mentira, son las piezas de mi rompecabezas. ¡Rómpeme la cabeza con un gesto!. Sube las cejas, frunce la frente, estira la boca o ríe, y déjame tonto mirando esas arrugas que te salen en la comisura de los labios, envuélveme con tu voz y déjame sordo para el resto, ¡Tira! Y sácame la piel de gallina con un roce, ¡Recoge mis escalofríos con una caricia, mis temblores con tus besos, mi aliento al viento por estar dentro! Y así, paso a paso, irás viendo como voy adorando cada cosa que te nombra y su ausencia; es echarte de menos.
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