Avisos clasificados
Hacía un par de meses que se habían terminado los últimos mangos y el laburo no aparecía. Toda una experiencia, y en el peor momento: Estrella estaba por nacer y, para un padre machista, vivir a costa de su pareja, constituye una situación por demás terrorífica. Creo que son muchos, quizás demasiados, los que comprenderán cabalmente la expresión "terrorífica" que utilizo para referirme a aquella Argentina de la desocupación, motivo por el cual no abundaré en detalles.
A la sombra de glorias pasadas, había comenzado la búsqueda centrando mi atención en aquellos avisos donde se solicitaban gerentes, ingenieros... Después, también en aquellos que buscaban técnicos, jefes, supervisores... Finalmente: la desesperación. Me hubiera ofrecido hasta para domar leones, asegurando además, poseer amplia experiencia en el tema.
En medio de aquella rutina que comenzaba a las cinco de la matina, momento en que llegaba a Zapala el diario "Rio Negro" ya sobre el final de mis madrugadas de insonmio, me detuve en la lectura de un gran "clasificado". Ofrecía éste, una multitud de empleos en la construcción de una obra hidroeléctrica: Alicura... ¿dónde cuernos era eso?
Mapa de rutas, verificación de cuánto combustible quedaba en el tanque, meticulosas cuentas para ver si podia llegar... ¡Minga de pedir unos pesos! El orgullo, si bien herido de muerte, aún respiraba.
Al día siguiente y ya en camino, la mollera trabajaba febril: necesitaba unos morlacos imperiosamente. Apenas estaba asomando el sol cuando, en la bajada de ingreso al obrador de aquella villa transitoria, se encendió la luz roja en el indicador de combustible, confirmando mis cáculos: o conseguía hacer una monedas, o el averno; no había vuelta atrás.
No fué ese momento el más oportuno para apreciar en toda su magnitud el paraiso que me rodeaba. Sin embargo y por unos minutos, no pude evitar que el embrujo del paisaje aliviara mi obsesión.
Alcancé a dejar el automóvil frente a las oficinas importantes, las más pitucas. En ese afiebrado hormiguero ¿quién sabría acerca de su dueño? Entonces, con estudiado disimulo, caminé un poco por el predio: un ave de rapiña, revolotea el lugar antes de posarse en su carroña.
Con la predisposición para la charla que suelen brindar ciertas tareas aburridas, el hombre de la casilla de vigilancia, estuvo encantado en aceptar uno de mis últimos cigarrillos box; quedaría mal invitarlo con tabaco y papel para armar. Hasta me cebó unos mates.
El éxito de mi plan estaría asegurado entre los aspirantes a peones, casi todos lograban ingresar. Con esa información, al promediar la mañana, y luego de disfrazarme de obrero en un baño público, ya estaba en la "cola" de los mecánicos. La correspondiente a albañilería estaba, en ese momento, demasiado concurrida. Además, si el entrevistador era medianamente avispado, mis manos jugarían en contra: hacía mucho tiempo que no tenían señales de trabajo rudo y, en esas lides, los cajetillas no tenían oportunidad.
Las preguntas y el exámen los pasé sin dificultad; nada de mostrar pergaminos, ellos harian suponer al fulano que su entrevistado desaparecería luego de cobrar la primer quincena, con lo cual esa solicitud de empleo hubiera terminado en la basura. Por otra parte, lo que dije acerca de mi experiencia laboral como mecánico, si bien alejada en el tiempo, resultaba absolutamente verificable. No decir toda la verdad, en este caso y a mi juicio, no era sinónimo de mentir. La necesidad tiene cara de hereje.
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