Mensaje de texto.
El la observaba, mientras ella distraídamente bella volvía a ponerse su vestido de yérsey azul pálido, luego maniobraba con su rebelde cabellera rojiza y ensortijada hasta dejarla atrapada en una hebilla, descalza aún busco su cartera, se la colocó al hombro, fue hacia la cama donde él, antes un simple amigo, todavía permanecía inmóvil envuelto entre las sábanas, ofuscado por la reacción de la mujer, esta lo beso en la frente y se marcho sin decir una palabra. Solo se detuvo metros antes de la puerta para colocarse las sandalias blancas.
Bajo las escaleras secándose las lágrimas. No era distracción lo que tenía o al menos lo que él creía. Tenía la sensación de estar quemándose por dentro, era un dolor agudo y punzante que le oprimía el pecho. No podía llegar en ese estado a la casa, seguramente los chicos ya habrían llegado de la escuela y su esposo estaría allí para recibirlos como habían acordado en la mañana antes de partir cada uno a sus asuntos.
Salió del edificio con rapidez, luego aminoro un poco su marcha y comenzó a caminar mezclándose entre la gente. Donde era una persona más que tal vez salía o entraba a trabajar, que tal vez iba de compras o quien sabe la infinidad de cosas que pueden hacer las personas que caminan por la calle a las dos de tarde a finales de Septiembre. Cruzó una avenida famosa de la ciudad de Buenos Aires, atravesó sin darse cuenta la plaza llena de gente protestando, pero por más fuerte que gritaran ella solo podía escuchar el eco de sus pensamientos repitiéndose una y otra vez “que hiciste”.
Si, sentía culpa, se odiaba en ese momento. ¿Cómo demonios se había dejado arrastrar a una situación así? Ella siempre tan correcta, tan señora… tan enamorada de su esposo. Revolvió en su interior y volvió a descubrir sensaciones apagadas, quien sabe porque por la rutina, los hijos, el trabajo, la falta de diálogo y mil excusas más. Había olvidado lo bueno y dejado que los problemas arruinen años de feliz matrimonio. Corrección habían olvidado, ambos.
Entró en un café, se sentó en una mesa alejada de la puerta y de la muchedumbre, cuando el mozo se le acercó pidió un té.
El té, un simple y sencillo té para desayunar era el desencadenante de un mal día. A ella le gustaba ligero y a él fuerte, tan fuerte que parecía petróleo. Él se quejaba y ella lloraba cuando pasaban a los gritos. Negó con la cabeza, en respuesta a ese recuerdo, tratando de alejarlo. También hubo cosas buenas, pero esas nadie las recuerdas cuando se tiene que salvar un amor hasta que ya es demasiado tarde. Y así lentamente dejaron de buscarse, de acompañarse…
Tomó un sorbo del té que minutos antes le trajera el mozo acompañado por una porción de tarta de manzana. Siguió sumergida en sus pensamientos lamentándose tener que haber estado con otro hombre para recordar cuanto le importaba su esposo. Cuanto le gustaba que la besara o la invitara con la mirada a algo más.
Con el rostro aún triste y pálido tenia la obligada tarea de regresar a casa. Pagó su bebida y al guardar el cambio se encontró con una foto pequeña de su marido sonriéndole. Ella misma le había tomado la fotografía en las últimas vacaciones, así que realmente le sonreía a ella. Suspiro profundamente dejando escapar el deseo de llegar a casa y toparse con esa misma sonrisa, grande y feliz.
Hora y media más tarde abría la puerta de entrada de la casa, con pesar. Como supuso en un principio, los chicos estaban allí, entonces él también estaría. Después del acostumbrado abraso con que se recibe a mamá, subió a su habitación. Quería que las escaleras se extendieran eternamente antes de tener que enfrentar los ojos azules de su esposo. Pero no, las escaleras se terminaron y tuvo frente a si, la puerta de su dormitorio. Valor, mucho se necesita para un momento así. Si dejaba pasar un minuto más el corazón le explotaría de ansiedad y desesperación. Cuando entró él parecía estar esperándola. Paralizada apenas balbuceó un hola inaudible.
El timbre del celular de su esposo le dio luz verde para pasar al baño sin mas dialogo. Se ducho, una sensación de alivio prestado le recorrió el cuerpo, mientras el agua tibia se llevaba el doloroso recuerdo de placeres prohibidos.
Salio envuelta en la ridícula bata de baño, regalo de los niños de navidad. El seguía sentado la cama, y al verla le sonrió, apretando el celular entre sus manos. Le regalo la sonrisa más grande y feliz que ella pudiera desear en ese y cualquier otro momento.
Pudo mirarlo a los ojos y volver a volar en ese cielo azul celeste que brillaba sereno. Frunció el ceño y el tiempo quedo atrás. Le tendió una mano que ella acepto gustosa, y delicadamente la volteó sobre la cama para besarla.
Mientras la besaba pudo notar que varias lágrimas de ella llegaban hasta sus labios mezclándose en el beso. Cerró los ojos y se dejo llevar, dejando caer el teléfono, sobre la alfombra, olvidándose por completo que debía borrar el mensaje de texto que acababa de recibir, el cual decía: “todo ok, s fue llorando, tmb t ama”.
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