Esta mañana volvió a llamar Carevagina. No había podido dormir pensando en él. No sé por qué se me vino la imagen de su viejo. Hacía pocos, el viejo de Carevagina había muerto de una manera confusa en su propia casa. Tan extraña que nadie se dio cuenta, pues no lo encontraron sino hasta que el mal olor empezó. Todos pensaban que se trataba de ratas muertas. Pero no, era el viejo de Carevagina. Al parecer, tuvo una mala noche de alcohol que lo dejó agonizando boca arriba sobre su cama. Ahí lo encontraron a los tres días, podrido. Tan podrido que no hubo tiempo de velarlo. SE FUE A CHUPAR Y LE DIERON VUELTA, pusieron en uno que otro diario chicha que se interesó por la noticia.
La primera vez que llamó por teléfono no reconocí su voz, pero su manera ñaja ñaja de hablar lo delató. Primero se portó amable, un poco nostálgico preguntando que qué había sido de la vida de los chicos de la promoción. Bromeó un poco antes de decirme que había caído preso. Siempre que se ponía nervioso, resaltaba su defecto en los labios, así que fue difícil comprenderlo.
Primo, digamos que me estuvieron saliendo bien los negocios, hasta que caí, pues, primo. Porque tú sabes, primo, que la cana se come uno solo, pues, primo, por eso no quiero hablarle a mi viejita de esto, ya mucho daño pe primo, y tú eres mi pata, pues primo, por eso te llamo, primo, porque sé que me puedes ayudar. Por los amigos, causita. Primo.
Ya los rumores entre la gente de la promoción eran fuertes, decían que había salido en un noticiero, lo habían capturado en una fiesta electrónica y lo sindicaban como vendedor de pastillas diseño, la policía lo presentó como un cabecilla.
Le dije que agradecía su llamada, pensaba ayudarlo (un abogado o algo así), que estaba interesado en verlo y todo eso. Hablamos varios minutos aunque también hubo silencios, hasta que la tarjeta se empezó a terminar.
Primo, lo que yo quiero decirte es que estoy con algunos problemas aquí adentro. Firme, primo, no te estoy mintiendo. He estado con algunas deudas y la familia no tiene ya para seguir apoyándome. Porque tú sabes, primo, somos amigos, ¿o no? Ya pues, primo, por los amigos.
¿Necesitas dinero?
Sí, primo, no sabes cuánto te agradeceré que me colabores con un sencillo, primo… Antes de rematar su frase tosió un poco, lo que me dejó pensando en la tuberculosis. Primo, yo sé que la situación no es buena para nadie, primo. Pero creo que puedes hacer un intento, primo. ¿Somos amigos o no?
Cuánto.
Quinientos.
(Silencio básico en cualquier negociación)
¡… !
Vamos a ver, Carevagina, somos amigos y haré lo imposible.
Te lo agradezco primo, ya cuando todo esto pase, yo sabré recompensarte. Las visitas son todos los domingos por la mañana. Primo. No traigas zapatos con pasadores porque te los quitarán, tampoco correa. Lleva mucho sencillo en los bolsillos porque se te irán encima los pirañas, y no preguntes por mí en el patio porque te llevarán a otro sitio, solo busca el pabellón once B y grita, si no salgo en cuestión de minutos, sigue chorreando monedas y vuelve a gritar. Si demoro, pregunta por Borrego o por Carlita. Igual es.
Se cortó la llamada.
Los días siguientes, al darme cuenta que sentía un gran temor, decidí no ir a la cárcel. Empecé a agarrarle pánico a los timbrazos de cualquier cosa que sonara dentro de mi casa. Anduve bajo esa paranoia hasta que realmente sonó el teléfono. Dudé varios minutos antes de contestar. Esperé un momento en silencio. Entonces, del otro lado dijeron: Aló, ¿Plomito? ¿Juanito plomito, el más gordito? ¿Plomito? ¿Eres tú? Era Hendrix. Sí, soy yo.
Oye, imbécil, por qué no me habías contado lo de Carevagina… ¿Sabías que está precioso?
Recién me entero, ¿también te ha llamado?
No, me lo contó Sánchez. Él había ido a dejar unos papeles de su hermano el fiscal al Poder Judicial y vio que se lo llevaban esposado... ¿irás a verlo?
Sí –le dije inseguramente-. El próximo domingo, supongo. ¿Vas conmigo?
Ni hablar -me respondió- ¿Quieres que te hagan recoger el jabón?
Antes de contestarle, volví a mi estado de paranoia, constantemente recordaba que debía llevar los quinientos. Guardé silencio unos segundos, pues por alguna razón tenía la idea de que Hendrix estaba con Carevagina escuchando la conversación. Hendrix seguía hablando eso del jabón y gemía engreídamente, ay ay ay, como una marica.
A gente como tú deberían canear.
Pero él no dejó de joder, ay ay ay como un idiota.
¿Vas a creer esa cojudez que te chismeó el “chino” Sánchez? ¿Le crees a un chino, todavía?, no pues, no me vengas.
Antes de que se acaben las monedas, cambió a un tono más serio, sin dejar la payasada del ay ay ay:
¡Primo de mi alma! Tú sabes cuánto te aprecio. Sí… Préstame unos reales, pues, primo.
Oye, corté seco, qué crees que soy yo…
Pero yo soy Hendrix –me respondió contrariado-. Yo he muerto por ustedes y he bajado del cielo y soy tu amigo porque si te pido pagar la deuda externa por mí, lo debes hacer.
La palabra de un poeta no sirve para mí.
Cuando dije esto ya la llamada se había terminado.
En la noche volvió a sonar el teléfono. Contesté rápido, no logré reaccionar conscientemente que podía ser Carevagina. Era una llamada de la calle.
¡Tú no entiendes! Escuché del otro lado. Era Hendrix, llorando, vencido por la borrachera. Yo no dije nada, al darme cuenta de quién y de qué se trataba, me alistaba a colgar.
Tú no entiendes, plomito. ¿Sabías que Carevagina se ha vuelto cabro? ¿Que es la novia de un viejo mostacero? ¿Sabías que ahora se hace llamar Tula? ¿Sabías…?
Le colgué el teléfono antes que dijera Carevagina.
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