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Cuando era niño jugaba fútbol en un club de menores. A pesar de no ser muy virtuoso, trataba de que mi papá se sienta orgulloso en la cancha, cosa que lo hacía alardear entre sus amigos de botella acerca de alguna actuación no tan espectacular como se narraba posteriormente.
Mi papá nunca dejó de ir al campeonato y se entregó al delirio de la tribuna junto a sus compinches, a pesar de algunas goleadas lamentables. Yo era uno de los más gordos del equipo, por eso me hice arquero, para evitar quedar entre los últimos a la hora de las pichangas. Pero era lo menos importante porque me sentía integrado al grupo a pesar de que al comienzo todos en la cancha me llamaban Iván y no Juan. Luego se dieron cuenta del error, pero siguieron llamándome así por cariño a la ocurrencia.
La cosa fue que hubo una invitación a la Argentina para participar en un torneo de clubes en Paraná. La Junta de Padres de nuestro equipo aprovechó las vacaciones de fiestas patrias para organizar el viaje y asistir al campeonato. El equipo no pasaba de veinte chicos, pero la delegación fue de casi cincuenta personas, incluyendo la barra y el Comité de Madres.
Del primer partido no me acuerdo del marcador, pero sí que el DT entró en un colapso nervioso que produjo la suspensión de los minutos finales. Nunca lo había visto así. Era un tipo treintón con pinta de cantinero, con sombrero tirado hacia un costado y algún mondadientes o un fósforo en la boca. Fumaba en una vieja pipa de madera fina donde ponía tabaco cada cinco minutos y eventualmente soltaba uno que otro “che” para tener un toque gaucho. El viaje era algo importante para él, había soñado con triunfar en el fútbol argentino hasta que una patada en la rótula lo alejó de las canchas. Nuestro equipo no era la gran cosa pero el “profe” le dedicaba mucha vida .
En el segundo encuentro hice mi debut, fue un partido intenso donde atacamos todo el tiempo. José “Chaca” Trelles fue quien inauguró el marcador, era un negro larguilucho que apuntaba a ser de esos delanteros que para anotar un gol necesitan fallar cien veces y soportar el ocaso de las rechiflas. Fue en una jugada de córner, cerró los ojos y, encogiéndose con miedo, saltó sobre el tumulto del área chica, luego de un par de segundos, encontró el balón dentro de las redes. De tanta impresión corrió hasta la esquina y se sacó la camiseta para luego flamearla cual bandera frente a la tribuna de los locales. Antes de reanudarse el partido, el negro fue expulsado, los ánimos se caldearon un poco y al “profe” le volvió el colapso, todo volvió a la calma rápidamente, pues íbamos arriba en el marcador y al menos nadie presagiaba un empate.

El empate
No es que me echaran la culpa de aquel gol, pero muchos de los chicos del equipo se gastaron en bromas imitando cómo quedé regado en el césped. Lo marcó un delantero muy pequeño que había ingresado faltando diez minutos para el final del encuentro. La defensa pensó que el delantero había quedado en off side y por eso nadie corrió tras él. Al llegar al área no tuvo que hacer mucho para hacerme caer en su amague. Cuando quedó solo frente al arco, se detuvo unos segundos y empujó la pelota suavemente con el taco.
En el último partido –definitorio para la clasificación- enfrentamos al equipo organizador. Yo pensé que el gol que había encajado el partido anterior era un buen pretexto para volver a la banca y eso me dejaba tranquilo. El DT no dijo una sola palabra hasta que llegamos al camerino, sacó su tablero de madera con once chapitas y soltó la alineación, fui el primer nombrado. Che, Iván, tú vas al arco. ¡Es tu oportunidad, eh, fierita!
Luego de la charla, todo el equipo se juntó para las arengas. “¡Perú, Perú!”.
Salimos al gramado con mucho entusiasmo, corrimos un rato sobre los laterales mientras la gente bajaba la silbatina. Cuando se iba a iniciar el encuentro, me acerqué trotando hasta el arco y empecé a marcar los espacios del área mientras me encomendaba a Dios y le pedía evitar la goleada, entonces uno de los delegados del equipo argentino me gritó desde el estrado, levantando la mano en señal de advertencia: “¡Che, peruano, si no ganamos, no te doy de comer, eh!”, todo el estadio echó a reír.
Perdimos dos a cero.
Luego del partido, el “profe”, ganado totalmente por su crisis nerviosa, amenazó al árbitro, pero todos cooperamos para hacerle entender que el campeonato estaba consumado.
Eliminados ya, no hubo otra que volver a Buenos Aires y esperar unos días para la vuelta a Lima. En esos días fue que salió el partido con Lanús, el campeón de la liga nacional. Era un encuentro amistoso a puertas abiertas, lo cual se convirtió en la oportunidad del “profe” para reivindicarse a sí mismo.
Aquella tarde, durante la ceremonia inicial del play de honor, quedamos convencidos de que los argentinos tenían mucho más peso y tamaño (el negro Trelles, quien era de los más altos de nuestro equipo, ni siquiera lograba empatarse con el más bajo de Lanús ).
Jugando discretamente, perdimos dos a cero. Un partido fácil que fue considerado como triunfo. El “profe” no gritó mucho esta vez, pues el DT de Lanús lo hacía con mayor ímpetu, a tal punto de opacarlo. Luego del encuentro, no pudimos quedar más satisfechos, pues el ridículo frente a los campeones nacionales quedó en un simple susto. Mientras nos cambiábamos para volver al hotel, entró al camerino metiendo un poco de tabaco en su pipa y antes de sacar el encendedor tocó su silbato para lanzar unas palabras: muchachos, hemos llegado al final de nuestro viaje y quiero felicitarlos por lo que han logrado. Estoy muy contento, y volviendo vamos a seguir entrenando fuerte porque este año el campeonato ¡tiene que ser nuestro!
El lugar explotó en aplausos y vivas mientras se pasaban las botellas de agua y pomadas para los golpeados. El DT prosiguió: además, quiero informarles que he hablado por teléfono con el gerente del club hace unos minutos, y le he comentado lo bien que nos ha ido en esta gira internacional. Quizás exageré un poquito de nuestras bondades, le dije que hemos quedado segundos en el campeonato de Paraná... Y que, además, le ganamos uno a cero a Lanús con gol del negro.
Todos fuimos al encuentro del negro “Chaca” para felicitarlo por el tanto que habían inventado en su nombre. Entonces nos sentimos más ganadores. El negro José Trelles, aquel delantero de los goles de canilla, se había convertido en el goleador del equipo gracias a la alucinada versión del “profe”. Tanto así fue la patraña, que el Comité de Madres buscó por toda la ciudad una tienda de trofeos y compraron unas cuantas medallas que supuestamente habíamos obtenido en Paraná.
Al volver a Lima el gerente del club nos recibió con un gran almuerzo. Durante el brindis el “profe” lanzó un discurso emotivo sobre “este gran grupo de niños futbolistas, futuros ídolos del país”, que provocó fuertes palmas acompañadas de “¡Perú, Perú!”, por todos lados.
Juro haber visto a mi papá lagrimear cuando me pusieron la medalla. Yo sólo quería que se sienta orgulloso para que alardee frente a sus amigos en sus borracheras.

Texto agregado el 21-11-2003, y leído por 230 visitantes. (0 votos)


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