Sala de Espera
- ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
- Augusta, vos eras Agustina ¿no?
- Ajá, pero todos me dicen Agu. ¿Siempre te sentás por acá?
- En realidad yo llegué un ratito antes que vos. Ahora estoy esperando, pero parece que esto es un lío.
- Sí, cuánta gente. Y todos con esas caras largas. Menos mal que acá el ruido no se escucha tanto ¿no? Seguro seguro que están diciendo palabrotas.
- ¿Y por qué viniste hasta acá Agu? Digo, porque se te ve bastante bien.
- Ah, lo que pasa es que mi papá tuvo un accidente. En realidad él frenó de golpe y la chica que venía en el auto de atrás se lo chocó. Ellos están allá, ¿los ves? El que tiene el pelo todo revuelto y la corbata floja es mi papá. La señorita con cara triste es la que venía atrás. Llegábamos casi juntos a todos los semáforos y yo estaba dele saludarla. Ella se sonreía atrás de los anteojos violeta y me contestaba con las luces o con la mano. Mirá, mirá, ahí llegó otro de verde. ¿Viste que alrededor mío hay un montón?
- En cambio alrededor mío solamente está la de rosa y ese jovencito de celeste. Debe ser de los nuevitos, por eso lo dejaron conmigo. Ay Agu, ¿le habrán avisado a tu mamá que están acá?
- No. … Mi mamá se fue cuando yo era chiquitísima.
- Perdoname, no sabía nada. Al final soy una mete pata.
- No, no te hagas problema. Yo ya me acostumbré. Bah, eso es lo que digo siempre pero la verdad no me acostumbré nada, porque siempre tengo un dolorcito acá en este costado, ¿ves acá, abajo del pecho? como cuando se te mete una piedrita en la sandalia. ¿Y vos viniste sola?
- No, a mí me trajo mi marido, aquel señor que está sentado solito. El que está en la silla naranja con los pantalones sucios de café y la barba sin afeitar. Lo que pasa es que tuvimos que venir volando, hasta pagó un taxi y todo.
- ¿Por qué retuerce así ese pañuelo violeta?
- Y… así es él. Nunca dice una palabra, ni aunque se le caiga una olla de agua hirviendo en la panza. Yo tuve que acostumbrarme a saber qué le pasaba por dentro mirando qué hacía con el cuerpo. Ahora seguro que está asustado. Seguro, seguro. La última vez que lo vi retorcer así un pañuelo fue cuando nos avisaron que mi hija se había caído de la escalera.
- ¿Asustado? Y de qué, si acá estamos de lo más cómodas. Mi papá también parece preocupado. Menos mal que la señorita de los anteojos violeta se quedó con él. Ella también parece con miedo. Augusta, mirá. El muchacho de celeste se fue a hablar con tu esposo y la señora de rosa ahora está apagando ese aparato lleno de luces. Ay, ¿te vas a ir ya tan pronto?
- Pobre Patricio. Menos mal que en el taxi le alcancé a decir que siempre lo había querido mucho. No Agu, no te preocupes, yo me quedo acá con vos un rato más. ¿Viste que alrededor tuyo hay menos amontonamiento ahora? Y el señor ese de anteojos tiene cara más tranquila. Seguro que enseguida vos también te vas a poder ir.
- ¿Con vos Augusta?
- No Agu, como se te ocurre. Vos vas a volver con tu papá. Y vas a poder seguir saludando y sonriendo a la de los anteojos violeta. Fijate la cara de alivio los dos, menos mal que la jovencita de celeste se tomó el trabajo de avisarle. En los hospitales pueden ser tan desconsiderados con los familiares.
- Augusta, me parece que me tengo que ir. ¿Te puedo pedir un favor?
- Shhhh, sí Agu, andá tranquilita. Yo le doy tu beso a tu mamá.
Enero 2003
|