Quisiera ser ona. Pero no en este tiempo. O estar en este lugar del que te estoy hablando (sin mucho eco para mí mismo, pero sin detenerse, como sin pensarlo o con los cabellos movidos por el viento, saliéndose del auto que va a 120 por hora y mi pelo tirado como crines de yegua). Si me amas pensaría dos veces antes de no actuar. Me movería por instinto, como cuando los alfiles llegan a cubrir terrenos sin saber a ciencia cierta qué están haciendo. A veces salen estrategias geniales y así es el ajedrez (estirar la mano, rozar el pómulo -carbonero, ¿ah?-). Y la vida, qué palabra más estúpida "vida" debería tener más sinónimos fuera de "existencia", porque se gasta y trilla y tu crees que hay algo escondido, que es como el santo grial. Y todo esto es absurdo (y del pómulo saltar al alma inexistente, frívolo, me dices, pero por jugar -inevitable-).
No lo digo yo. Lo dices tú. Sí, tú. Yo nunca diría algo así.
Yagán, escapémonos, la rueda es una rueda, tú eres yo en realidad (sorpresa, giro de tuerca, has violado a tu madre, Edipo), águilas son transexuales, huir no es una opción, es un deber, es, lo necesario, lo que queda, o lo que resta, o lo que se esconde dentro de dos comas seguidas, y no, se sabe, qué más, explicar, pero se sigue pensando, y es lo malo de los textos y de los correos y de todo lo escrito; la persona sigue pensando una vez terminado (pero nunca te ríes cuando me dices frívolo por jugar), y quizás que en lo que se abarcó como correo se introdujo vagamente la verdad que se deseaba expresar, y uno no tiene más remedio que ahogarse o continuar tecleando para ver si sale, si llega el gusano afuera de la manzana, la angustia, como decía Heidegger, o la antiguedad, o los onas, y los yaganes, y las comas, y se mataban de la risa cada vez que me veían, dijo, y yo no entiendo mucho bien qué es lo que está diciendo porque a fin de cuentas lo único que nos está quedando es esta consecución definitiva (y después que me lo dices yo sí sonrío, como de macbeth) de palabras que se esbozan unas tras de otras en desesperación caníbal, en búsqueda proteica, en estafalkarias y palabras que no existen fuera de un vocabulario esotérico y personal (¿por qué lo haces? confiésalo), y amores de las estatuas que les sacan los ojos de esmeralda los gorriones (y te estiro la mano, nos callamos y olvidamos todo).
Debes ver ese bosque seco. Amarillo. El sol está debajo (imagínatelo). Cuando lo caminas resquebrajas el suelo y se abre como ventisca marina. Lo puedes caminar horas y horas, nunca llegarás a ninguna parte (que no quieras) y siempre podrás recostarte en el suelo y de la nada sacar fogatas con lluvia de meteoritos, o canciones, o abrazos y besos en la base del cuello, o en el agujero que todas las personas tienen donde se juntan las costillas, un poco más arriba del estómago (respirando hacia arriba, tirado de espaldas).
La carioca es trascendental para la diversión humana. Por eso es que yo me siento tan aislado de repente, porque se me olvidó jugar. Juego ajedrez y cuando me concentro mucho es probable que gane. No a todos, porque hay ajedrecistas muy buenos, pero sí a los que se confían demasiado en sus capacidades y se olvidan de que el ajedrez es por sobre todo una planificación con emociones sobre lo que haría algún guerrero normando al asaltar un castillo franco del siglo trece.
Me encanta el siglo trece porque en ese tiempo los trovadores eran importantes. Hoy en día son como Ricardo Arjona y dan ganas de patearlos.
Menos a Fernando Ubiergo. Ese tiene alma.
El otro día me sorprendí cantando Los Momentos otra vez. Y después unas de Víctor o la Violeta. Hice tres errores no forzados por la desconcentración, pero son de esas desconcentraciones dulces, no de las que haces que la pelota rebote contra la malla haciendo lets milagrosos que redondeen el punto. Total, igual juego mal, pero mejor que mi hermano, que es lo importante. Hay nivel de competencia entonces, y la gracia es hacer algo para aniquilar el tiempo.
El muy bastardo pasa cada vez más lento. |