« porque la música es vida,
y la vida es música,
y para quedarse en el silencio,
mejor morir”
En las montañas del sur de Colombia habitado en un pequeño pueblo un hombre llamado Sigifredo, querido por todos por la bella música que hacía con su Oboe, instrumento de viento que cuando Sigifredo lo hacía cantar todos detenían todas sus actividades con el afán de escucharlo y de bailar las maravillosas melodías que de aquel instrumento emanaban como emanan con un susurro seductor las olas del mar. Hasta el cura detenía la misa, el perro dejaba de molestar al gato, y a la mujer se le quemaba el queque de banano que estaba en el horno; la algarabía era incesante, y todos reconocían como un coro al unísono la causa de su entusiasmo:
“porque la música es vida,
y la vida es música,
y sin música para que vivir”
Sucedió algo terrible un día, como tiene que suceder siempre alguna cosa cuando erróneamente pensamos que la vida es color de rosa. Un niño hambriento terminó de comerse un mango bien maduro, con todas las babas en las manos, y el resbaloso jugo de mango entre los dedos éste lanzo la semilla al aire, la semilla rebotó en saturno y se devolvió a tierra con una velocidad inmesurable, cayendo como por arte de magia, o por azar, justamente dentro del Oboe de Sigifredo. Se quedó en sepulcral silencio con los cachetes inflados, sin que nadie entendiera porqué se había detenido la algarabía. Y con esos cachetes inflados Sigifredo murió de un paro respiratorio al instante, porque:
“la música es vida,
y la vida es música,
y sin música mejor morir”
El entierro fue en silencio, y como era de esperarse a Sigifredo(que aún tenía los cachetes inflados), lo enterraron al lado de su mejor amigo, el ahora callado Oboe. Pasaron los días de forma aburrida, y claro en un terrible silencio que le haría a cualquiera temblar hasta la uña del dedo gordo del pie derecho. Claro, hasta ese momento nadie se había dado cuenta de la culpabilidad de aquella semilla de mango, que aún reposaba en las profundidades del Oboe. Durante la luna llena del mes de marzo, justamente a media noche, cuando todos descansaban en su casa, la semilla de mango se fue desarrollando a una prontitud admirable, de la semilla surgió un tronco, del tronco unas ramas, de las ramas, flores y de las flores….
¿Que era aquello?
En lugar de mango de aquel árbol en una rama surgió un clarinete, de otra un saxofón, por arriba en la punta una flauta, y por otro lado un piano (esa rama se inclinó un poco), y por las orillas del árbol toda un equipo de Oboes. Juntos lanzaron un tremendo grito al aire, un grito melodioso, que hasta a los muertos los hacía bailar en sus féretros. El pueblo entero festejó aquel milagro, el milagro de la música, y aún hoy en día cuando se celebra la muerte de Sigifredo se celebra bailando y cantando. Y por eso dicen en el pueblo que:
“la música es vida,
y la vida es música
y sin música, para qué….”
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