Limpió los restos de colonia esparcidos por el baño después de la pelea a la vez que mojaba una toalla indagando el botiquín de Marcia, los frascos de ansiolíticos se extendían en una fila eterna alternando con calmantes. Se miró al espejo con su mejor cara de galán, desdibujada por una barba insipiente que comenzaba a aflorarle, a la vez que sonreía ileso borrando sus huellas dactilares en el vidrio. Su aliento impregnado de adrenalina trascendía hacia la habitación contigua donde ella yacía desnuda, algo golpeada, atada por las manos al respaldo de la cama. Se acercó sigilosamente a Marcia murmurando todo su erotismo: - Ahora tienes lo mejor de mí dentro, disfrútalo, no dejes de hacerlo dulzura - mientras se introducía en ella golpeándole las nalgas estaqueadas con la toalla húmeda –
- Gózame entero, todo – le susurraba entre los vericuetos de su lengua enardecida-
Marcia no hacía más que recorrer su rostro con los ojos mojados por las lágrimas, gimiendo despacio bajo la mordaza de su boca, mientras el cuerpo indefenso y maniatado la desesperaba. Él iba y venía lentamente bajo el celo de su sexo que se perdía en el sometimiento ajeno, orgulloso, victimario, empujando su virilidad hasta las profundidades, con los labios embebidos en una sonrisa sádica: - ¿Te gusta así, verdad?, con todo lo mío dentro – apretando sus manos en los pechos o tomándola bruscamente del cuello –
- ¿Así verdad?, ¿Me sientes todo no?- enredando sus brazos en su espalda mustia que yacía presa-
- ¿Me sientes puta?- exclamó al borde del éxtasis, hasta que el brillo de la piel cobró una nueva vida en el espasmo de su vientre. La silueta de Marcia no dejaba de retorcerse entre las sábanas con sus pupilas mirando al infinito en continuo sollozo.
Y sus manos dejaron de aferrarla para distenderse a su lado, con un cigarrillo como única complicidad mientras ella seguía allí con su cuerpo magullado latiendo a la par. Después le desató las sogas que ahogaban sus muñecas junto al pañuelo de la boca sin decir una palabra. Se levantó despacio esbozando un gesto de rudeza que iluminaba su machismo, mientras ella desde la palidez trataba de recuperar el recorrido de su circulación. Ya todo había cesado, el aire flotaba en el cuarto en una inmensa pesadez que se internaba a todos los rincones. Marcia se incorporó desde el cadalso de su cama estrujándose las manos aún habitadas de tortura mientras le preguntaba: - ¿La semana que viene a la misma hora verdad...?
Ana Cecilia.
|