Doña Pringamosa: cadáver ilustre cuya familia velaba dentro de un ataúd de caoba. En vida, fue una curandera tramposa quien por unos pocos pesos descifraba aquellas enfermedades desconocidas por la ciencia, incluyendo vejámenes del corazón, de aquellos que solamente pueden resolverse mediante acciones fatalistas. Gracias a su talento, eran centenares las mujeres que hacían filas en el frente de su casona para consultar sus dolencias, también atendía las visitas de machos alicaídos quienes en alguna ocasión perdieron su virilidad sin jamás recuperarla.
Su familia - integrada por cuatro personas – siempre dependió de sus dones. Por eso, el día que murió, en medio de los llantos verdaderos o fingidos, la hija mayor decidió unilateralmente levantar un altar para crucificar a la madre muerta; los demás hermanos aceptaron sin objeciones.
Posteriormente, decidieron exponerlo al público; temían por el vaho que causaría la esperada putrefacción durante las primeras horas. Sin embargo, luego de transcurrido el período reglamentario el aroma del incienso permaneció intacto; también el día siguiente y el día siguiente del siguiente...la señora se mantuvo tan lozana que parecía suspirar apaciblemente.
La ubicaron en la sala adherida a la pared; sus ojos continuaban abiertos como si escrutaran a quienes le clavaban las manos. A los cuatro días, abrieron la galería, la gente ansiaba ver y tocar, impregnarse de sus dones místicos. Una hora de aquellos encantos costaba veinte pesos.
Los días pasaron y al poco tiempo la familia se acostumbró a su ausencia, que se transformó en presencia perenne ya que a la madre nunca la bajaron. Entraron viudas buscando consuelo extra-terrenal, chulos que fueron cubeados por sus putas durante alguna noche de puñales hambrientos, vírgenes que deseaban ser desvirgadas por dominicanyorks deportados, putos soñadores de otros putos limpios del VIH, cornudos que querían zafarse de sus ornamentos. Veinte pesos por favor: camine hasta al fondo de la fila y espere su turno. Se extasiaban frente a Ella, caían en un trace vulgar fingiendo emociones perniciosas...la hija negociante se colocaba al lado del cliente, con un cronómetro contaba los diez minutos; luego lo redujeron a cinco cuando la fila se duplicó, después habilitaron bancos de madera acolchados para que los visitantes pudieran aguardar por sus turnos con mayores comodidades, luego instalaron un toldo sobre la entrada de la galería para apaciguar las provocaciones solares.
Laboro como reportero para un canal UHF, logré adelantarme a los demás medios para preparar un reportaje exclusivo; conseguí ocultarme debajo del sofá ubicado frente a la Santa, he estado aquí desde hace dos días sin comer, dormir, cagar o mear aguardando el momento en el que la dejen sola aunque sea por algunos minutos, la voy a fotografiar y con toda la información obtenida armaré el reportaje que hará palidecer a la competencia y a mis jefes, quienes por fin me aumentarán el sueldo, supongo.
Tengo el pálpito de que hoy será la oportunidad, la familia desde temprano se quejaba del cansancio acumulado, han transcurrido varios días consecutivos sin que peguen un ojo, estoy segurísimo que caerán rendidos, aunque luego se lamenten por los pesos que perderán durante el reposo.
Mientras tanto, me adherí mucho más a la pared. Respiraba con dificultad, eran tan asquerosos que jamás se agacharon para barrer el polvo que ensució mis ropas.
A las diez sacaron a todos los visitantes; quienes no cumplieron su horario se les prometió completárselo a la mañana siguiente. La hija menor – una púber a quien ya se le adivinaban sus deliciosas curvas de mujer – se encargó de apuntar rápidamente los nombres y cédulas en una mascota; esto para evitar que nadie se colara sin pagar.
Media hora después, escuché cuatro cierres de puertas consecutivos. Salí de mi escondite, preparé la cámara, me acerqué; la verdad que esos ojos observaban como si estuvieran vivos, esa fue mi primera impresión, la segunda que parecía gentil y la tercera que le urgía chismear conmigo. De vez en cuando, me volteaba para confirmar mi soledad, después me aproximé hasta casi besarla. Me agarró los testículos, estacó sus ojos mirándome como si fuera un delincuente...sus uñas eran largas y filosas, pero acariciaban… sus labios tejieron una sonrisa indispuesta. Los oprimió hasta que sangraron, se reía silente mientras me los retorcía, aunque la golpeaba no me alcanzaron las fuerzas para liberarme... los apretó hasta que estallaron...
Me estrelló contra el piso, me desnuqué con el impacto. Como cada madrugada a las cuatro, la hija mayor se aproximó hasta el altar con dos velones gigantescos que colocaba debajo de los pies de la Divina Madre. Encontró al cadáver del reportero y a su cámara que disparaba flashes sin manipulación humana. Sonrió levemente, pensó que si no hubiera abandonado la carrera de Medicina ese difunto era un excelente candidato para practicar las lecciones de Anatomía. Lo arrastró hasta el patio, buscó una bolsa negra tamaño familiar, lo cubrió.
Regresó a la sala sosteniendo varios pañales húmedos para limpiar los charquitos de sangre que todavía salpicaban el suelo.
© Iván de Paula
octubre 2002
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