La cicatriz abierta.
Sí, Laura, duele siempre. Si no hablo, no es porque no duela.
Está allí.
No se borra.
A veces, como sucedió ayer, se reabre y sangra. No va a cicatrizar nunca, lo sé.
Ayer los vi pasar a los dos, a los abuelos, llevaban el perro de paseo, caminaban despacio, ella ahora tiene el cabello todo blanco, él está como encorvado. De vez en cuando se decían algo. Yo crucé la calle para que no me vieran. Podría jurar que estaban hablando de mí.
Ya sé, ya sé que me vas a decir que pasaron cuatro años, que pagué por lo que hice. Pero ¿tiene precio una vida? También sé que el nene salió de repente de entre dos autos, corriendo detrás de su pelota. La pelota era roja, roja, roja....
Nadie lo hubiera podido evitar, pero yo sé que manejaba distraído, que estaba hablando por teléfono, que al mismo tiempo trataba de encender un cigarrillo y que había puesto la radio a todo volumen: “cuando calienta el sol, aquí en la playa...", estaba de moda y la iba tarareando...
Frené, claro que frené, mis reflejos fueron rápidos, no tengo que repetírmelo, ni tengo que convencerte, hice lo posible, pero fue demasiado tarde.
Después del golpe quedé paralizado mirando la pelota que saltaba alegremente, roja, roja, roja...
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