Esperanza
Era la cicatriz más bella del mundo. Era tan larga que a veces me parecía estar viendo un río en un mapamundi, como los que nos enseñaba la maestra mago. Recuerdo que estábamos en cuarto año. Mis compañeros se habían organizado para jugarme una broma: con el pretexto de que había fantasmas, colgarían una sábana en la lámpara central del salón de clases. Cuando yo entré, alguien agitó la lámpara y esta salio volando directo a mi cabeza. Mi mundo se oscureció y cuando desperté me descubrí una enorme cicatriz en el lado derecho de la frente. Se veía horrible y desde ese día decidí darle nombre a mis cicatrices. Esta se llamaría Magda.
Era gruesa, como las cobras cuando tragan a un ratón. Como aquel roedor que perseguíamos Tere y yo en el parque y que siempre se escapaba. Cuando un día al fín lo acorralamos en la barda de Don Teofilo, y cuando estuve a punto de meterlo a la bolsa que siempre llevábamos, una piedra de la barda en donde estaba parado se desprendió y caí como de dos metros de altura. No hubo fractura, pero adopté a Lila, en mi rodilla derecha, a Tina, en mi muslo izquierdo y a Lucifernanda en mi brazo izquierdo. Esta última era la más grande que había visto en mi vida; Noventa puntadas, dijo el doctor.
Era rosada, como la suave seda de un camisón de dormir. Como aquel que ella se puso la noche que me despertaron sus quejidos de dolor. Sin pensarlo me levante y me puse mi ropa deportiva y tomé las maletas que ya teníamos preparadas. Llegamos al hospital y estuvo en labor durante cinco horas, hasta que el doctor me dijo que tenía que hacerle cesárea. No me dejaron entrar porque creían que no se lograría nuestro hijo, yo no perdía la esperanza. Una hora después me avisaron que todo estaba bien que podía pasar.
Es larga, gruesa y rosada, pero es bellísima, como lo es el ser que salió a este mundo a través de ella. Él se llamará Ricardo, ella se llamará Esperanza |