No me abandones de espalda a mi silencio,
que mi garganta se agiganta de suciedad
y cae en la agonía de los cuchillos,
que abrigarán mis entrañas
desde la oscuridad de las palabras.
Hechizada por la noche más gris,
me dibujo tenebrosamente
en la palma de tu mano,
ceremonia de un adiós elegido,
que crece dentro de mi lengua
cautivada por antiguas voces.
No me abandones de espalda a mi silencio,
que el terror es un gusano hambriento,
masticando mi costilla izquierda
en los límites que anudan mi corazón
lleno de astillas.
No quiero ser el llanto
emitiendo ruegos olvidados,
ni malgastar el ínfimo puñado de fe
que subsiste a pesar del cortejo fúnebre,
que celebra la agonía en cada amanecer,
enterrando mis ojos para no verte
siempre vestido de sombra.
Mi sangre
y su condena en forma de relojes infieles,
se sienta en el cordón de una vereda
que nunca existió.
Si pudieras ver mi locura dibujando círculos
que nunca logran encontrar el camino
del encuentro.
Caigo en la agonía de tu espalda
y escarbo mi carne con agujas oxidadas,
hasta que un día,
una tarde,
o una noche cualquiera,
te des vuelta con mi corazón
y yo caiga desgarrando la tierra,
mientras me acaricias
devorando mi último suspiro.
No me abandones de espalda a mi silencio...