Para comer helado
04/09/05
La risa súbita rompiendo dulce e infantilmente en estruendo ese nuevo silencio también súbito después de tantos gemidos… La boca seca y los cuerpos con toda la humedad… Al fin los ojos abiertos, brillando y descubriendo recién la magnitud inmensa, secreta, de lo que se estuvo haciendo con las manos aferradas a una espalda que no veían pero imploraban se quedara para siempre, estando dispuestas a invocar uñas si era necesario. No, uñas no, sólo la punta, la yema de los dedos… a él no le gustaban esos rasgos gatunos violentos, sólo el ondular felino sobre su piel…
La risa súbita y la vergüenza que no era ni tan vergonzosa, un no me mires, ¡hey!, no me quites la sábana, ¡oye, tápate los ojos!, ¿pero para qué?, ya po’… por fa’… El cansancio, la respiración que aún no recupera el ritmo habitual, un poco de sueño, flojera y calor, calor, calor…
No po’, no me toques, estoy todo transpirado, ¿y?, ¿no te da asco? y los besos salados a esa tez morena imperfecta y digna de religión propia, especialmente por los rituales de adoración, la calidez de las velas, del cáliz y por los feriados anuales para su exclusiva dedicación.
Hambre, ganas de golosear y ninguna de dejar ese pedacito de mundo nuestro, territorio colonizado, propiedad privada. Uno se arma de valor y emprende rumbo hacia el extranjero… nuestro mundo es perfecto, pero lo foráneo tiene un refrigerador, un par de posillos, una sola cuchara, helado y galletas… una botella de agua mineral…
Una cuchara sopera y el retorno desnudo a la nación es la alegría más sincera, la alegría más niña, más infante exactamente, inmediatamente después de ser hombre y mujer.
La pelea por el dominio de aquella única cuchara sopera, la disputa revoltosa con riesgo de derrame por el poder, el control, aquel de cuya existencia no hubo sospecha al decir quién disfrutaba el peso de quién sobre el propio.
Uno se apodera de la cuchara y alimenta de helado tu boca, mi boca, tu boca, mi boca, tu boca, mi boca, mi boca, mi boca, ¿y tú?, no, ya no quiero más, y tu boca de nuevo, y mi boca y tu boca y mi mejilla, ¡oye!, y tu nariz, y mi pecho, y tu hombro y cientos de besos pegajosos que envuelven anatomías pegoteadas que vuelven a ser hombre y mujer, simplemente porque sí y para volver a separar el chocolate de la frutilla y vainilla pues él lo prefiere y para volver a untar las galletas en la cremita derretida pues ella lo disfruta y para volver a rosearse con helado porque el posillo es un lugar inadecuado desde el cual comer y para volver a dejar caer la cuchara, extirpándole una vez más esa repentina importancia que adquirió porque ya no existe mejor instrumento que los labios, los dedos, las rodillas, el lunar junto a su ojito izquierdo; ambos cuerpos; para comer helado y hacer el amor.
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