Una de dos: o es una niña zombi que te observa sin parpadear, o es solo la sombra de no se que prenda o mueble en tu habitación.
¡Santo Dios, se ha movido!
Bueno, bueno, tómalo con calma. Suponte que si es una niña zombi, que se acerca despacito al pie de tu cama, que tu te enroscas en la esquina interior de la cabecera, que ella apoya sus manos sobre el colchón, ahora sus rodillas, que te sonríe con malicia y sin dientes, que tu le pides, no, le exiges que se aleje, que ella no lo hace, al contrario, se precipita hacia ti hasta que su esquelética mano te prende del tobillo, que tu no puedes retroceder más, que su otra mano te ha rodeado la nuca, que te resistes: te volteas y cierras los ojos con fuerza, que ella acerca su boca temblorosa a la tuya, que su aliento es espantoso, que abres los ojos: desorbitados, que gritas con toda tu fuerza pero no te escuchas, que ella te besa desesperadamente, que te sientes helado de cabeza a pies, que todo ennegrece, se nubla, que no te mueves ni sientes, que mueres.
Suponte que nada de eso pasa, que enciendes la luz y descubres que és solo la silla de madera con tu ropa encima, que la reacomodas para que no parezca una niña zombi, que te estiras y suspiras y apagas la luz, que te recuestas, te cobijas y una de dos: o es un loco manco, barbon y greñudo que no quita su mirada de ti o solo la sombra de no se que prenda o mueble en tu habitación.
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