Fue una noche de perdición, una jornada abstrusa que permanecerá para siempre enquistada en mi memoria. Éramos tres colegas de vacaciones que nos juramentamos a sacarle todos los secretos a esa madrugada. Estábamos solos, éramos libres y en ese trance se está a un paso de la gloria pero también a un tris del infierno. Decidimos no deprimirnos en esa inmensidad que nos embargaba y nos apresuramos a embebernos de luminarias, licores y desenfreno. Ya perdidos en la semipenumbra de un tugurio, nos desencadenamos unos a otros, nos palmoteamos nuestras espaldas, deseándonos una buena dosis de fortuna. Para paliar esta desorientada emancipación –puesto que entonces yo sólo era un pájaro perdido en la oscuridad- me acomodé solitario en una mesa y apelé a los demonios que navegaban en una alianza de vapores etílicos que muy pronto tomaron posesión de mi cabeza y de paso, se apoderarían más tarde del timón de mis actos.
No pasó mucho tiempo antes que, visualizara una sinfonía de colores que aprehendía a las personas y a los objetos, a veces independizándose de ellos para crear una anarquía orquestada por el mismísimo infierno, a menudo intercambiándose, mezclándose y bifurcándose para danzar luego delante de mis ojos alucinados. –El licor está alterando el sentido de las cosas- me escuché decir con una voz que reconocí como mía pero con inflexiones que me parecieron ajenas. Segundos más tarde una muchacha rubia de gran porte y exuberantes curvas se aproximó cadenciosa y se sentó a mi lado. La contemplé absorto. Yo no esperaba a nadie esa noche o por lo menos había decidido que si se me antojaba, sería yo quien eligiera a alguna compañera de correrías.
Ella dijo llamarse Lorena, me confesó que era una muchacha que había emigrado de provincias en busca de una oportunidad en los escenarios y para ello, la oferta de sus talentos era tan diversa como los colores que engalanaban su rostro pintarrajeado. Dijo, con su voz gruesa e inculta, que su máximo sueño era ser actriz pero que la asqueó el ambiente, porque los directores la manoseaban antes de decirle que la contratarían. No la llamaban nunca más y entretanto, como ella debía pagar una mísera habitación para alojar y procurarse comida para sobrevivir, aceptó posar para un calendario erótico por el cual le pagarían buena plata. Lo cierto es que después de realizada la sesión, nunca más volvió a ver a los tipos y de nuevo tuvo que ofrecer sus servicios, primero como mucama de un hotel, del cual fue despedida por alborotar a todos los machos que la acosaban con desvergüenza y después como bailarina desnudista de un cabaret de mala muerte. Allí fue que quedó embarazada del patrón, un vejete setentón que le ofreció buena paga si le hacía favores extras. Ella, desesperada, aceptó y después de eso, el viejo la despidió sin querer hacerse cargo de su crío porque el era un hombre casado y de reconocida respetabilidad.
Yo la escuchaba con escaso interés pero le ofrecí un trago. Ella aceptó de inmediato y se empinó el vaso para beberse el contenido con ansiedad indisimulada. Después me dijo que podría llevarme a conocer una multitud de lugares interesantes y yo, embotado como estaba, decidí que ya tenía una acompañante para esa noche...
(Concluirá)
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