Una de esas noches en que yo salía a caminar, me di cuenta que había un sendero marcado con unas pequeñas luces de colores, todas distintas. Era extraño, yo pasaba todas las noches por ahí y nunca las había visto. ¿Será que alguien las puso en algún momento? No creo. Solamente de curioso, seguí el camino. Se asemejaba bastante al recorrido que suelo hacer. De hecho, ¡era el mismo! Me comencé a asustar, ¿me estará alguien vigilando? No, no, imposible. Seguí caminando, casi inconsciente, me dejaba llevar por las hermosas luces que casi me cegaban los ojos con sus colores. Ya se hizo algo natural, volaba, cada vez más alto, hasta me olvidé de lo que era, y de lo que hacía. Que agradable experiencia, no recuerdo haber tenido una parecida en años, o décadas. Miré hacia abajo. No había luces, ¿se apagaron, las sacaron? Luego de ese bonito sentimiento, siento la frustración mas profunda del mundo. Caía, una y otra vez, me sentía como en una lugar, reconociendo las caras de todos los que ahí estaban, hasta darme cuenta que no había nadie que conocía en verdad. Sentía que cada vez las luces se hacían más oscuras y menos luces. No tocaba fondo nunca, porque eso definitivamente acabaría con mi vida. Miro al horizonte, una luz, de color indescifrable me llena el alma. No puedo aguantar el llanto y caí. No recuerdo nada más hasta que desperté a medio día en mitad del camino. Partí a casa, al llegar no había nadie. Después de todo soy un ermitaño. |