Nunca llegó a abrir sus ojos, dicen que por cobardía, otros señalan que por legítimo temor, los menos -los arrogantes- miraban con lástima su piel apagada, y con falsa compasión dijeron que ya había sufrido suficiente, que "merecía descansar".
Todos la juzgaron, todos llenaron sus bocas y sus escritos etiquetando su decisión.
La derrota de una mujer idealista que creyó un día que podía volar, y que tras lucha sangrienta, se elevó en los aires con ilusión, para luego caer ante la mirada ansiosa de los prácticos que creían tener la razón.
Pero aun así insistió. Magullada, adolorida, insistiendo en el sueño que su corazón le reclamaba construir. Siempre con los ojos cerrados, para no dejarse contaminar por una realidad que ahoga, y que sólo destruye.
¡Cobarde!, insistieron los más. ¡Ilusa!, rieron las viejas sangronas que no soportaban su ingenuidad.
Y mientras la ira se hacía presa de este mundo egoísta, ella y sus harapos siguieron insistiendo, construyendo de a pocos el futuro que anheló desde el inicio primero.
Sola, negada, con la espalda de los más, en frente y detrás de ella, así avanza en su brega la idealista sin alas ni plumas. Presta a insistir en la obra auténtica, la que apela por el espíritu universal de quienes saben que el hoy o el mañana sólo existe en la mente del que se resiste al aplauso que ensordece, a la materia que sólo condena. |