Bueno… al punto…

Hoy, desconcentrada, boté sin querer del estante unos libros... Aaahaaayy… se cayó Unamuno y Goethe, también mi amado Wilde… tirado en el suelo estaba Poe, -se veía mas borracho que nunca-, también Moliere se había metido en la discusión de autores… ¡Meollo aquel!... ¡A ver a ver! Cálmense todos… Wilde lanzaba dulces ironías y Miguel le respondía, ¡Jean-Baptiste! ¡Por Dios que exaltado estaba!... ¡Cállense! –grité de nuevo-… A ver… ¿Dónde estaban?... me miraron todos por sus espejos amarillos (“El verbo” pensaba Unamuno, supongo) y apuntaron un espacio entre los cuadernos… Los cogí uno a uno y los volví a su lugar… ¡Tanto escándalo que hacen los artistas cuando se apasionan!...

Bajo los gritos mudos no me había percatado que Borges también estaba ahí… Lo saludé cortésmente, y se dirigió a mi para presentarme a un amigo… ¡Tantos que tiene él!, ¡hasta imaginarios!... y entre mucha hoja con su nombre y “Bioy Casares” salto de repente un nombre… JEAN COCTEAU… en letritas negras titilantes. La maravilla que busqué hasta en china (entiéndase china-rancagua), y que nunca encontré… ¡En mi casa!... Agradecí a Borges, lo subí al estante y conversé largas horas con las constelaciones de humanidad surrealista, que estaban en el universo-cuadrado-amarillo… Me conmovió…


Le Gran Écart

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la muerte y le pregunta:
-Esta mañana, ¿Por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza –le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.





“Sentir antes de comprender”