GENESIS
Omar G.Barsotti
Caminaban el laberinto de la tierra sin el conocimiento de donde venían ni adonde iban. Caminaban tras el alimento, caminaban siguiendo el sol o huyendo de él, en busca del agua o eludiendo su furia, huyendo de sus semejantes o tras su pista, hermanados con el resto de los seres vivos en un mismo impulso de vivir, sujetos a las fuerzas oscuras del instinto y el incomprensible funcionamiento de la carne, sin noción del mañana ni del acá y del allá, en una geografía que era tan sólo la del instante en que la pisaban a la vista del horizonte huidizo y un cielo mudo cuyos cambios esperaban pero no cuestionaban.
Poblaron las selvas generosas y feroces, las cálidas playas asomadas a mares infinitos, las oscuras cavernas uterinas donde el sueño se acuesta seguro, las duras faldas de las montañas, enhiestas de aristas y misteriosas grietas que recorren los picos sin dirección ni concierto.
Caminaron y poblaron sin proponérselo, despreocupados del transcurrir de las cosas. Entonces, interiormente, algo les ocurrió. En un pliegue recóndito de la carne se movió una partícula, se desplazó una fina fibra del tejido del que estaban compuestos. La rueda de la existencia los golpeó con los duros traspies del deseo, las contrariedades, las decepciones y la ira de lo imposible. El movimiento ya no vagaba libre y despreocupadamente a su alrededor, sino que los envolvía y los comprometía dificultando la sencilla satisfacción de estar vivo.
Sin darse cuenta y aunque se dieran cuenta sin saber porque, en esa curva del tiempo cambiaron. Dejaron atrás el feliz sopor de la ignorancia y ya no encontraron la fácil felicidad en el alimento y el agua, ni en el dulce éxtasis del acoplamiento. Conocieron el yo y los otros y con esto, el miedo y el odio. Se atormentaron con las flamantes dudas, quisieron entender y forzar a los demás a que entendieran y obtuvieron más dudas y violencia..
El horizonte los inquietó con promesas, fantasías y temibles amenazas. Ansiosos comenzaron a mirarse mutuamente consultando el motivo de sus angustias y un áspero sentimiento de soledad les embargó. Aprendieron a cantar. Aprendieron a llorar.
Estaban solos, sin saber qué eran , ni para qué eran, ni de donde. Se descubrieron en la mitad de un camino por el que transitaban sin destino.
Constataron la realidad de la muerte y no la entendieron ni aceptaron. Se asomaron al vértigo de la nada y la negaron.
Indagaron y no encontraron respuestas con lo que la soledad se profundizó, se tornó dolorosa, insoportable, injusta, gratuita. Violentados por un castigo sin causa consultaron a la naturaleza y a los cielos y, sin otro consuelo, tuvieron que inventarse un comienzo y un fin. Crearon inconscientemente una historia que justificara su presencia. Generaron su propio génesis. Inventaron seres superiores y los simularon de madera, de barro y de piedra, y la divinidad les escupió al rostro el terrorífico conocimiento de sus demonios. Y, entonces, tuvieron el bien y el mal y la maldición de la opción. Se les extinguieron los últimos restos de la inocencia y se miraron con desconfianza.
Inquietos, en la búsqueda de algo distinto, comenzaron a andar hacia los horizontes y las aguas desconocidas. Cruzaron montañas, desiertos y mares, indagando sobre las razones de sus orígenes. Al fin, instalaron el infinito, la verdad y la mentira, el ser y el no ser y miraron hacia el cielo sobre el que descansaron sus últimas esperanzas, pero el cielo, mudo, incierto y cruel sólo les respondió reflejando sus propias imágenes desfiguradas por la mueca de la incertidumbre.. Ahora sí, estaban en el laberinto de la vida.
(Este texto es la introducción a la novela El Ojo de la Aguja)
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