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Cuenta la leyenda, que Prometeo fue condenado por haber tenido la osadía de subir al cielo, robar un trozo de sol y traerlo a los humanos para que pudieran iluminarse con la Luz. Eso generó la ira de los dioses quienes procedieron a castigarlo encadenándolo por el resto de sus días.
Confieso que no escribo con mucha propiedad, pues cada día que pasa creo más en la leyenda de Prometeo; y mi lucha aún quijotesca, se destina a liberarlo de esas cadenas no sólo para ejercer un acto de justicia, sino porque tal vez pueda escaparse nuevamente de la Tierra, subir al Cielo y traer un poco más me ese Sol que tanto necesitamos; de ese Sol simbólico que hemos tapado con las capas que nos hemos puesto, porque en algunos casos quema, en otros enceguece, y en otros simplemente no conviene.
¡ Cuidado con los que creen en las leyendas!... Mas no le hablo de la leyenda en sí misma, sino que no fue un semi-Dios como Prometeo, pero sin duda “algo” pasó que nos vamos tapando cada vez más con el Estar y no con el Ser.

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Eduardo era un idealista... De niño ya asombraba a sus padres por sus sorpresivas respuestas; todas parecidas a las de un pensador que “mastica y digiere” cada palabra que decía... Nunca se vio tentado por un juguete caro, nunca se le cruzó por su pequeña cabecita quedarse con un vuelto, y siempre se brindaba de corazón abierto a lo que fuese ayudar y decir lo que sentía.
Eduardo fue creciendo, y, lógicamente (o normalmente, mejor dicho) fue adquiriendo partículas de normalidad social, de adecuación a la evaluación del normal de la gente, y aprendió a callar sus sentimientos, y a –tal como un rebaño camina bajo la éjida del pastor- caminar como caminamos todos.
Pasó por las edades que pasamos todos, por los enamoramientos de caderas, por los metejones de películas, por las pasiones donjuanescas, por las tentaciones insaciables, por todo cuanto cualquier persona normal pudiese haber pasado para circular de forma desapercibida por el mundo social, o sea: Por lo lógico. (Vamos a llamarle así).
Su pasión eran las mujeres, aunque si miramos atentamente, su pasión eran las pasiones; así que vivió mil romances de todo calibre y tipo; de aquellos prohibidos, de aquellos dantescos, de aquellos permitidos, de los aprobados y de los rechazados...


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En todos sus romances existió uno que siempre estuvo “sobrevolando” por encima de todos ellos y sobre él mismo. Se llamaba Victoria. La había conocido desde su edad escolar, y a Eduardo siempre le habían llamado la atención los azules ojos de Vicky, que desde niños tuvieron algo que no sabía qué cosa era, y desde que jugaban en la infancia existía esa “química” que sin palabras hace que, como cuando ponemos una resistencia dentro de un tubo metálico sin tocarlo y le damos electricidad, el tubo adquiere la magia de un imán, Eduardo y Victoria se asemejaban mucho y sin absolutamente ningún criterio evaluatorio se buscaban mutuamente, primero para jugar cuando niños, después para bailar cuando adolescentes, y después... Nada. Después nada porque sus familias eran amigas de toda la vida, porque Vicky fue la hermana menor de Eduardo, porque Eduardo fue el hermano mayor de Vicky a los ojos de todo el mundo... Tanto valoraron eso de “los ojos de todo el mundo”, que miraron por –valga la reiteración- los ojos de todo el mundo y simplemente callaron. Tal vez se olvidaron que tenían ojos y que no necesitaban palabras, pero no usaron esas herramientas.
Lo real es que ambos sentían... Sentían celos cuando alguno de ellos salía con otra chica o chico, cuando formalizaron algún noviazgo y hasta cuando se unieron en matrimonio cada cual para lados distintos.

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¿Qué fue de ellos?. Eduardo con su mujer, y Victoria con su esposo. Uno en La Teja y otro en Cordón. Eduardo con aquello latente que pasaba a ser un recuerdo cada día que pasaba; Victoria con un recuerdo que día a día borraba de sus pensamientos con valoraciones cotidianas, como lo buena persona que era su esposo, y las condiciones de trabajador incondicional, de buen Jefe de familia, de lo sano de los criterios de éste... Era como que el tiempo que pasaba favorecía aquella necesidad interior, aquella voz que en principio gritaba y paso a paso, hoja de almanaque de por medio iba callando, aunque jamás llegó al silencio total. Y jamás llegó al silencio porque cualquier melodía volvía al pecho de cada uno de ellos aquellos latidos acelerados que alguna vez sintieron, aunque jamás lo hubiesen dicho.
Además, por la cabeza de ninguno pasó pensar que el otro lo recordaría. Ya estarían bien en sus aposentos actuales, ya habían perdido el contacto periódico y por consiguiente, pasaron a ser historia uno del otro, sin enterarse ni el uno, ni el otro.
Era como que la pulseada entre el recuerdo y la ilusión la iba ganando lenta, pero implacablemente la ilusión, porque el recuerdo, pasó a ser simplemente eso: un recuerdo con hálito de “magia”, pero un recuerdo al fin y al cabo. Es como si para derrotar las ganas de fumar rompiera los cigarrillos; no se terminan las ganas de fumar, pero, como no están los cigarrillos, uno se resigna a no fumar porque sencillamente no los tiene.

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Inmensa vida interior tenía Eduardo; tanta, que el idealismo de su niñez jamás se había esparcido en el neón y el cemento o en el bolsillo y el estómago. Nunca entendió porqué unos tenían tanto y otros nada. Un gran sentido social del mundo lo llevó a participar en movimientos humanistas y políticos rojos y negros... No aceptaba el autoritarismo; ni siquiera la autoridad, dado que veía que la realidad social existente era absolutamente injusta. Niños morían de hambre en el mundo y se gastaban millones de dólares en armamentos. Viejos morían rodeados de moscas y miserias cuando otros se bañaban en champagne...
Fuera de contexto: esto pasò hace mucho! Hoy ya no pasa, eh?

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Victoria mantenía su rebeldía... desde niña era la “chica mala” que desobedecía y se portaba mal, valoraba demasiado su libertad y era contestataria absolutamente. Al igual que Eduardo, tenía un sentido de justicia social enorme, y al igual que Eduardo, ejecutaba desde su movimiento de ayuda a los pobres, obras que abarcaban como un gran abanico: desde merenderos donde se brindaba por entera a satisfacer los estómagos con hambre, hasta cultura, donde cual quintero cultiva la tierra, planta la semilla y obtiene su fruto, enseñaba todo cuanto ella sabía a sus alumnos, soportando observaciones de toda índole: Desde su marido, que no admitía que pasara su tiempo entre “la negrada”, hasta sus padres, quienes “sin querer meterse”, intentaban convencerla de que “no necesitaba trabajar”, sino dedicarse a su casa y transcurrir por la vida como una Señora de buena familia. Al fin y al cabo, Papá trabajó lo suficiente con enorme sacrificio para que “la nena” fuese un producto labrado músculo a músculo y conocimiento a conocimiento... Tal vez olvidó que el producto también necesitaba “saber a saber”.


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Vinieron los tiempos difíciles... Camiones verde oscuro circulaban por todo el Uruguay y una manga de animales los manejaban... En esos camiones llevaban, otros animales... Similar al flete de ganado para las ferias rurales, con la diferencia que en éste último caso, maneja un camionero que sabe lo que hace, y que el ganado que transporta, son pobres animales que se destinan al matadero y no a matar.
Esos señores tenían un servicio de inteligencia bárbaro... pero bárbaro de barbarie. Destruyeron cuanto poema escrito atentara contra el dogmatismo de sus pregones que defendían la Patria contra el enemigo. ¿Enemigo?. Podía ser enemigo quien sólo quisiera distribuir mejor los recursos, y esconder esas panzas hinchadas de desnutrición, y acabar con esa paz cómoda inventada de los prendedores de oro de pocos y ridículos viajes por el mundo de diplomáticos con obsequios ostentosos y señoras que embellecían sus rostros con cirugías plásticas y estúpidos ¿maquillajes?. Pero bueno... Habían tomado el poder y la inteligencia se encargaría de una gran base de datos detectores de los focos infecciosos que debían ser erradicados para poder dar la paz a la Patria. Hasta inventaron un marketing que más o menos rezaba: “Yo le pongo el hombro al País; y Usted?”. Pegaron calcomanías y llegaron a conquistar cabezas bien intencionadas de amas de casa, de trabajadores que confiaron en que en verdad el enemigo se acercaba, y la pérdida de nuestra nacionalidad era inminente. Además, los discursos de los Generales Lapela; Bolantini; Gravazzo; y –me acuerdo clarito- del que tenía apellido divino y presencia demoníaca: Trinidad; iban ganando terreno a la fuerza y a punta de bayoneta como en la guerra. La guerra contra los libros, la guerra contra el libre pensamiento y la guerra contra el amor. Ojo que si llegabas a decir a un tipo: “te quiero” te catalogaban como puto, y el servicio de inteligencia te incluía en la lista negra.


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Es muy larga la historia. De más está decir que a Eduardo le quitaron su fuente de trabajo primero, le allanaron su casa sencilla, rompieron hasta los diarios del día, y, frente a su mujer y sus hijos –uno de ellos recién nacido-, en un operativo de “Alta Seguridad”, rodearon la manzana, estacionaron patrulleros y celulares contramano, bajaron cien uniformes verdes, algunos tirándose al piso apuntando a la puerta mientras otros revolvían hasta dentro de los ositos de peluche de la nena cualquier material subversivo, y, como trofeo de guerra, con orgullo similar al que puede sentir quien descubre la piedra filosofal, salía uno de ellos con su mano apretando algunos poemas escritos, algún disco de Zitarrosa, y dos o tres panfletos del Movimiento Libre al que estaba afiliado Eduardo. Otros abrazaban al milico como si hubiera hecho un gol!. Otros peor... Bajaron unos baldes y unas bolsas negras para hacerle confesar que era un asesino traidor de la patria.
Delante de sus chicos y su mujer, no quedó otra alternativa que decirles que sí. Era el delirio de los tipos de verde. Dieron en un foco infeccioso!.
Así fue como lo encapucharon, lo encerraron en el camión celular y se lo llevaron...
Quien sabe donde. quien sabe hasta cuando!

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Victoria nada tenía que ver con el Servicio de Inteligencia (¿¿?). Ella optó por pasar desapercibida; era madre y esposa y comenzó a dar razón a su esposo y a sus padres. No podrían arriesgar nada. Era muy peligroso aquello, y terminó en el encierro domiciliario. Sólo que el encierro domiciliario la llevó de nuevo a jugar la pulseada con el recuerdo de Eduardo.
Siempre en el silencio, pero no en el silencio sano, ese que habla; sino en el silencio de la boca tapada, el de la olla a presión que no saca el vapor pero lo concentra con tanta fuerza que algunas veces –no todas- la hace explotar generando un desastre.
Sintió necesidad de saber de él. Jamás su esposo imaginaría el porqué de su interés. Tenía ganas de verlo, tenía ganas de vomitar palabras aunque fuesen incoherentes, tenía necesidad...
Esa necesidad con el pasar del tiempo se hizo incontrolable...comenzó a llamar a la casa de Eduardo. Al principio cortaba porque no atendía él. Después pensó en el posicionamiento normal en que se encontraba, y pensó: “¿Por qué no he de preguntar por Eduardo? ; ¿Qué tienen que decir de mí si es el amigo de mi infancia, mi juventud y sólo por razones de tiempo no hemos hablado?”...Y se convenció de preguntar por él.
Suena el teléfono en casa de Eduardo.
-Hola- responde una voz de niño
-Hola- contesta Vicky- ¿ está tu papá?
-No... A mi papá se lo llevaron unos señores de verde hace una semana
-¿Cómo????... ¿Está tu mamá?
-Sí... Mamá si...
Y pasó el teléfono a su mamá. La esposa de Eduardo se llamaba Lorena, y conocía a Victoria obviamente, dado que habían compartido los casamientos de ambos y antes periódicamente se llamaban por teléfono pero sólo para saber cosas del día a día....
Victoria desesperada, pregunta a Lorena:
-¿Qué ha pasado?
-Lo llevaron los milicos... Hasta el cansancio le dije que iba a caer... estoy desesperada!!!!!
-¿Y dónde está?
-Ni idea... me dijeron que me avisarían pronto... que era un procedimiento de rutina y de investigación... pero le hicieron cualquier cosa!
Lorena contó a Victoria lo sucedido, y Victoria, que vivía lejos de esa realidad quedó atónita... Viajaron a su cabeza mil cosas... sería imposible para un escritor decir qué cosas sintió, pero algo parecido a miedo, arrepentimiento, bronca, amor, odio...
Quedaron en mantenerse en contacto permanente, y, todos los días hablaban por teléfono... Tanto fue el contacto, que Victoria comenzó a asistir a la casa de Eduardo, se unió a su esposa y sus hijos, y buscaron por todos los medios contactos para conocer el paradero de Eduardo.
No sabían si estaba vivo o muerto.
Dos sensaciones distintas: una de pérdida y otra de pérdida. No. No fue un error. Lorena temía perder a su esposo; Victoria perder el tiempo. Mejor dicho: haber perdido el tiempo...


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Dos por dos; sin ventanas, húmedo, frío. Una letrina sucia en una esquina sin canilla. Atado y encapuchado. Así estaba Eduardo. Esperando no sabía qué cosa. Esperando... .
Pasaron por su mente millones de ideas... La de escapar se desvaneció de inmediato; la de dar lucha igual; la de HACER era imposible... Simplemente le restaba esperar, y mientras esperaba pensaba; y mientras pensaba venían como por arte de magia las imágenes de Lorena, de los niños, de su casamiento, y de... Victoria.


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No hallaban noticias de Eduardo... Hablaban con Ministros de entonces, con Consejeros de Estado, con políticos proscritos, con todos. Buscaban y la desesperación cada vez fue mayor. Fueron perdiendo quilos y dignidad... Los quilos y la dignidad se llevaron también poco a poco la esperanza.
Ese raro presentimiento se materializó cierta mañana de Jueves. Llovía; hacía frío y el color gris del cielo colaboraba con los señores de verde. Suena el timbre en la casa de la calle Chaná.
Lorena y Victoria estaban juntas... Como siempre en esos momentos. Sólo que Lorena estaba en busca de su esposo y Victoria de su amor... Lorena llegó a suponerlo pero todo era opacado por la desaparición de Eduardo. Algún día quiera Dios tengamos posibilidad de hablarlo- pensaba Lorena.
Atiende con la ansiedad de un chico a la mañana de un seis de enero; corriendo hacia la puerta.
Un señor de traje, muy prolijamente afeitado y muy sereno y diplomático al hablar, se dirige a ella:
- Buen día... Es Usted la Señora de Eduardo Rodríguez?
- Si... Yo... –apareció tras de ella Victoria con igual ansiedad.
- Señora: debo informarle de un lamentable suceso.
- ¿Qué le hicieron?????????????????????
- Nada. El Señor Rodríguez, arrepentido por haber traicionado a la Patria, se ha suicidado.
- Noooooo.. No puede ser. Eduardo jamás podría haber hecho tal cosa... Me está mintiendo...Si...Me está mintiendo –sollozaba la mujer-.
Detrás del señor, y viendo el desespero de Lorena y de Victoria, otros señores con lentes negros las tranquilizaron con un inyectable a la fuerza, y cuando las dejaron fuera de combate, semi-narcotizadas, se fueron...
- ¿Y papá?-preguntaban los niños
Apenas podían verlos... Las dos... Apenas podían.


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Había muerto Eduardo. Ya no estaba.
Como presagiando su destino, Eduardo solía escribir cartas que nunca mandaba.
Cierto día, buscando, Lorena y Victoria encontraron una carta que decía:
“Mi compañera; la que me acompaña día a día llorando mis penas y riendo mis alegrías; la que de su vientre me dio los pedazos de corazones que dejaré de legado al mundo... Te quiero... Y jamas te faltaré por haber estado conmigo en las buenas y en las malas... Mi Lorena... Te quiero... Yo”
Victoria comprendió... Le vinieron celos de un muerto. No podía escuchar porque estaba derrotada por lo que había escrito Eduardo y porque ya no tendría tiempo de decir... no podía respirarlo...
Disimuló su malestar confundiendo sus lágrimas de amor por emoción ante lo que leyó para Lorena, hasta que, en una servilleta manchada de una gota de café encontrada en una cajita que guardaba fotos de su santuario (su padre fallecido, su hermano que había emigrado y otras tantas), que decía:
“Nunca te lo dije. Nunca hablé. Pase delante de ti con otras manos de mi mano para provocarte. Nunca recibí tu reacción. Caminé los caminos que hay que caminar para llegar a un beso. Nunca recibí un beso. Como un hombre libre que soy, puedo decirte que te amo. Es para ti... Vicky... mi Vicky pequeña, niña, mujer... pase lo que pase siempre te amare... Yo”


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En silencio de su casa, Victoria, con la servilleta entre sus manos, pasó el resto de sus días llorando...
-¿Por qué no lo dijiste?....
Repetía y repetía esa frase; su esposo no la entendía pues no lo había contado a nadie... Todos pensaban que estaba mal por la muerte de su amigo.


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Hoy sigue la vida normal. La de antes. Sólo que aprendió que para hacer honor a la memoria de Eduardo, lo mejor que podía hacer era no callar más su voz interior... Entendió que la libertad es por dentro y por fuera y los dogmas encerrados a que nos condenan y nos dejamos condenar, aunque tengan la más sana intención, lastiman... No es lo mismo PASAR POR LA VIDA que DEJAR QUE LA VIDA PASE.



Texto agregado el 01-02-2006, y leído por 292 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-02-2006 Plas, plas, plas, plas! Amigo, esto es un himno. La historia es válida para mi lado también, cambiando ciertos apellidos de militares enmohecidos e igual de criminales... Loas por tu escrito. Veo que en realidad, soy yo quien tiene mucho que aprender de ti. Un abrazo, ya no alkimista de palabras, sino alkimista de emociones. Ikalinen
 
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