(Fragmento del diario de Dejan)

Los pueblos del mundo sabían que estábamos en guerra. Los sentíamos merodear de noche por los campos que llenábamos de gritos, y estruendos de acero. Algunos de nosotros los hacíamos esclavos. Quebrantábamos sus cuerpos y sus mentes hasta convertirnos en dioses. Los hacíamos pelear cuando nuestras pieles se volvían sensibles, y ellos que creían pelear sus propias guerras. Tontos. Siempre envidié sus ojos llenos de miedo en aquellos días en que el viento olía a humo y ceniza.

Supimos que algunos de ellos se aprovecharon de las guerras para cazarnos como siervos, tal vez por eso llegamos a odiarlos tanto. Algunos utilizaron nuestras cenizas como amuletos para protegerse de nosotros. Estupidos. Nuestras cenizas nos atraían a sus escondites y a ellos a su esclavitud.

Y ellos, que creyeron saber todo sobre las guerras nunca vieron las cosas como sucedieron realmente. Ellos nunca vieron las masacres ni las torturas. Nunca vieron a reyes arrastrándose como perros, humillados y enloquecidos por la sed. Nunca tuvieron que esconderse de sus propios hermanos ni sobrevivir en el exilio comiendo ratas e insectos.

Las guerras duraron siglos, hasta que un día no tuvimos con quien pelear. Poco a poco nos habíamos extinguido. Habíamos sido desterrados por nuestros hijos y ellos por los otros. Poco a poco fuimos abandonando los bosques y las cuevas. Los ríos ya no arrastraban cuerpos secos por sus corrientes, ni los caminantes se perdían en los caminos.

Los que sobrevivimos nos hicimos reyes y nos aliamos para dominarlos, para hacerlos ganado. Cada cierto tiempo nos volvemos a encontrar y recordamos el pacto. De ese encuentro uno es llamado para ser rey de todos los reyes.

Mañana terminará mi reino, y me doy cuenta que ahora que he probado el exquisito plato del poder, me he convertido en esclavo de sus sabores.

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