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Los diarios de Yorkmouth titularon: "Otro asesinato resuelto con la destreza inapelable del inspector Lington".

Cualquiera podría haber concluido que Mark Towney había matado esa madrugada a su novia Vera en la playa, luego de escuchar la magistral exposición del inspector Lington frente al juez. La fiscalía ni siquiera había necesitado realizar una autopsia. La sola explicación objetiva de los hechos, develados con elocuencia, habían condenado al acusado.

Las pruebas eran contundentes: el cadáver de la joven había sido encontrado desnudo junto a Towney, quien yacía inconsciente sobre la arena mojada. La pericia había determinado que Vera había agonizado durante cerca de tres horas, debido a un fuerte golpe en el parietal izquierdo. Los datos sobre la cantidad de tiempo que Towney había estado inconsciente eran un poco más confusos, pero el hecho de que lo hubieran encontrado empuñando un mástil de hierro con sangre de la víctima resultó inapelable. El acusado hasta tenía marcas en la cara que implicaban una pelea. Finalmente, el dato de que esa misma mañana se hubiera enterado de que su prometida esperaba un hijo fruto del encuentro casual con un comerciante escocés, dio con el clímax necesario para cerrar la brillante exposición de Lington. Sus ojos brillaron de satisfacción, mientras saboreaba rítmicamente sus palabras finales.

–Mis palabras son solo un espejo de las pruebas. Ellas no iluminarán nuevamente los ojos de Vera, pero tal vez impidan que otra joven pague con su vida no corresponder al amor de este asesino.

Sin embargo el inspector sabía de la inocencia de Towney, incluso antes de producirse el asesinato.

No era fácil convertirse en un prestigioso inspector en un pueblo como Yorkmouth donde nunca pasaba nada. Lington tenía que hacerse cargo no sólo de la solución de los casos de homicidio, sino también de su creación. Primero buscaba los mártires apropiados, aquellos con el perfil necesario para que la prensa nacional se interesara inmediatamente. Luego escribía el plan para el futuro asesinato en un pequeño libro negro que siempre llevaba consigo. Las tramas variaban, pero normalmente incluían los condimento más adecuados: un hombre engañado y una mujer confundida. Finalmente contrataba al infalible conquistador escocés, aquel que nunca se enteraba de los detalles ni motivos del plan.

En cuanto el primer eslabón de la cadena comenzaba a desarrollarse, Lington simplemente se sentaba a esperar que los acontecimientos se sucedieran. Pero si, como en este caso, la trama se desviaba súbitamente al final, y el involuntario asesino no cumplía con lo descrito en el libro, el mismo Lington empuñaba el mástil.

Yory

Texto agregado el 01-02-2006, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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