María Dolores había llegado del mercado cargando las pesadas bolsas domingueras que traen estampadas caras felices y mensajes como; “vuelva pronto” y esas cosas. Iba guardando las verduras en el refrigerador blanco mientras silbaba una cumbia conocida y meneaba las caderas ya un poquito avanzadas y cuarentonas pero notoriamente selváticas.
Los limones en la bolsa andaban peleados todos, escupiéndose a chorritos porque los verdes y grandotes iban aplastando a los amarillos y pequeños; sabiendo desde luego que como ellos ninguno, iban gritando y riendo la gran estafa del verdulero al darle a María Dolores aquellos limones tan amarillos y pequeños.
María Dolores colocó la bolsa de limones sobre la mesa de cocina y la abrió, inmediatamente cayeron los verdes y grandes limones vanidosos, riendo a carcajadas la desgracia de los amarillos que se quedaban aún en la bolsa. María Dolores extrajo entonces un gran cuchillo de filo agudísimo y cortó por la mitad a todos los limones verdes y grandotes. Mientras éstos dolorosamente agonizaban en la tabla, a los amarillos ni los notó, le hizo un nudo a la bolsa y los tiró a la basura. Los grandes limones verdes murieron todos exprimidos.
- Ay ¡qué buena la limonadita que le voy hacer a la señora!, pero qué estafa del verdulero, darme todos estos amarillos…sin sabor-.