Nunca supe bien que hacer con mis días.
Nunca logré entender por qué los adultos siempre están resignados a la vida, obligados a caminar.
Me prometí no dejar de soñar.
Pero después comprendí... el tiempo va borrando nuestra intensidad. A veces hasta nos deja sin alma.

Siempre quise ser algo más. Busqué llegar más allá, pisar donde nadie lo había hecho antes. Llegar al espacio era mi prioridad, sin importar cuánto tenía que pasar. No me importaba caminar kilómetros sólo para ver el mar.
La gente mala era esa que asaltaba bancos con antifaz, o molestaba a los viejitos... pero sólo existían en los dibujos animados.
Mi felicidad se basaba en una carita feliz en mi cuaderno, o haber ganado una bolita más. Por las noches jugaba con cientos de luciérnagas que iluminaban el patio de mi casa, corriendo entre ellas e intentando, de una vez, verles el cuerpo. Pero como nunca sucedía, llegué a creer que eran sólo luz.
Después, al crecer comprendí... cuando me mostraron en la secundaria una de ellas muerta, en un frasco, y explicaron que la respuesta a ese brillo que me alucinaba se hallaba en cualquier libro de ciencia.

Nunca pude decirle ¨te quiero¨ a mis padres. Jamás les explique que tenía miedo por las noches, y que en realidad no me iba a dormir con ellos sólo porque me dolía el estómago. Siempre contuve las lágrimas en su presencia, no podían conocer mi debilidad.
Nunca le conté a mi mamá que la escuché llorar.

Nunca sé bien hacia donde caminar. A veces... ni siquiera puedo moverme.
Nunca quise hundirme tanto en lo que ahora soy.

Siempre intenté hacer las cosas bien.

y hoy...
llueve tanto...