Si alguna vez he causado que tu alma pequeña y pura se vea acongojada por la indiferencia que nunca quise para tí: te pido perdón. Si en un momento débil y amargo olvidé la trascendencia que le otorgas a mi ser: te pido perdón. Si cada vez que me sumergí en la decadencia de mi dolor y te hice a un lado sin pensar en tu significado: te pido perdón. Si fui capaz de permitir que te apoderaras de la angustia y la pena que brotaba de mi interior: te pido perdón.

Te pido uno y mil perdones, por los abrazos que no te di por los besos que a tus mejillas o a tu frente no llegaron, por las caricias que no te acariciaron, por todo lo que interrumpió la felicidad habitual que siempre tenías.

Te pido perdón y no me guardes resentimientos, pues he mantenido intacto el amor infinito que guardo para ti desde el día que llegaste a mi vida, aunque en ocasiones se haya visto desplazado por un caos dominante. No me guardes resentimientos, por favor, porque eres el fruto de mi inocencia, eres mi niña de mirada alegre y suspicaz, delicada y frágil como una bailarina de porcelana la que baila al ritmo de su felicidad.

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