Es increible como algunas personas se empeñan en hacerte daño. Pareciese que no encuentran nada más productivo que eso. No pueden ni por 2 segundos verte feliz pues ya se les corrompe el corazón y hacen que lágrimas ya olvidadas vuelvan a rodar por tus mejillas. Como puede ser que las personas encuentren placer en esa clase de cosas. Será su vida tan pobre y carente de sentido que la envidia los corroe por dentro como una enfermedad degenerativa, y piensan que la gente a su alrededor que intenta ser feliz les está robando un poco de la felicidad que les pertenece. Son unos parásitos.

Y si me han roto el corazón. Todo marchaba bien y de repente ya no me mira a los ojos, y hablar conmigo ya no le causa ilusión. Sé que eso no es efecto del cansancio, ni del aburrimiento, es efecto del veneno, que un ser parasitario le ha inyectado. Y ahora le ha afectado la vista, lo ha infectado con su terrible soledad, y ha olvidado lo que sentía, lo hermoso que se veía el mar aquella tarde mientras mirabamos sobre las rocas descender el sol en el infinito.

Veo sus ojos vidriosos, mirando hacia cualquier otro lugar. Y sus labios ya helados no me vuelven a besar de aquella manera en que lo solía hacer.

“Ad nocendum potentes sumus” (Sêneca, De Ira 1.3.2)