Para endulzarse la vida.
Me encuentro ante una disyuntiva y, corríjanme si me equivoco, pero siempre que pido un café que no es expreso (huella legítima de mi amistad con Javier Martínez) me tengo que enfrentar a la pregunta, siempre incómoda, de qué tipo de endulzante quiero para mi bebida.
“Discúlpeme, -digo, pero todavía no estoy lista para responder a esa pregunta de opción múltiple ” para estos casos los serviciales meseros siempre tienen lista una cajita de porcelana con varias opciones para el cliente indeciso o exigente.
Dentro de esa cajita podemos encontrar el Canderel (o genéricos que no defienden tanto la importancia de la marca registrada y son más baratos) este endulzante artificial es el preferido de aquellas personas que consumen productos light y no saborean nada más que la idea escueta de que el cáncer no los alcanzará.
En la esquina contraria tenemos al azúcar mascabado, que lleva sobre los hombros menos procesos químicos y te trata de vender la idea de qué así ayudarás a los azucareros mexicanos ¿será cierto? decoran el sobrecito con un diseño barroco o en su defecto, muy mexicano, además sepa Dios cuántas vueltas hay que darle con la cuchara para que no se quede asentado en la taza.
Los conocedores de café aseguran que al endulzar el café el sabor no es el mismo, sin embargo, siendo sinceros ¿Cuántas veces nos encontramos en un lugar donde valga la pena saborear el café? Hay pocos lugares, como el Café Jarocho y Punta del Cielo (que es caro pero el café expreso cubano es delicioso) así es, muy pocos porque en la mayoría de las que se dicen llamar cafeterías, el encargado compra una bolsota de café en el Sam´s Club para que le salga más ba-ra-to (promesa básica muy útil en los negocios de estos días), con leche en tetra pack como la que consumimos en casa y que poco sabemos de su origen, porque el hecho de que traiga una vaca en el envase no significa que sea cien por ciento de vaca, y es así como muchas veces nos olvidamos del sabor o el olor del auténtico café para beber algo caliente y ahuyentar un poco el frío, o bien, puede servir como pretexto para tener el derecho a sentarse en una mesa y escribir mientras las fumarolas del cenicero piden ayuda por nosotros.
Esta tarde precoz, que tiene todas las características de la noche pero aún no lo es, pedí un café porque no me alcanzó para un trago, honestamente. Así cuando pido un trago no tengo que hacerme muchas preguntas sobre su elaboración o sobre su endulzante porque cuando se tiene una pena, lo de menos es esperar a que haga su efecto reparador o sobrevenga la demencia.
El café y la noche son los abortivos de los sueños mal paridos, consecuencia de hacerle caso a los consejos médicos que nos quieren convencer de los beneficios de tener una báscula en el baño y los dientes estúpidamente blancos. Para el sector salud el descansar bien nos augura un envejecimiento digno (sin tantas arrugas) pero hay veces en que uno no se merece ese descanso, por ejemplo, cuando se tiene tiempo de sobra y la desidia nos lleva a prender la televisión o hasta armar un rompecabezas. Así es como he pasado mis vacaciones, luchando por encontrar un momento para escribir y no ser juzgada por mi madre, porque creo que ella piensa que lo hago para escaparme de lavar los platos o de tener mi cama (cosa que detesto hacer), lo cierto es que además de ser una actividad extra en los deberes de la vida, es una salida necesaria para explicarnos el por qué de nuestros pensamientos e integrar en una estructura interna nuestros gustos y disgustos; demonios y carcajadas; sueños y realidades, que siempre están ahí y que no sería justo dejar que el tiempo devore.
Aprecio mucho los momentos que tengo para escribir, puesto que en mi casa me resulta muy difícil hacerlo, siento que por donde la vea está viciada, todo parece invitarme a hacer otras cosas: el confortable sillón y la calidez de la cama tratan de que me rinda ante el cansancio de no hacer nada; el refrigerador, ese armatoste medianamente poblado, me invita a probar las sobras del día anterior; al teléfono le urge que llame a alguien a quien debí de haber llamado hace años; al baño que me duche; a la mugre de los muebles que la remueva porque si no nadie lo va a hacer y así sucesivamente … en cada cosa vive inscrito un pendiente y cuando al fin tengo un tiempecito para escribir, dibujar, o leer, casualmente empieza la telenovela o el noticiero de espectáculos que ve mamá y es hasta ese momento en el que sé que la única manera de ganar esa batalla es saliéndome de la casa o de lo contrario empezará a echar miraditas a lo que estoy escribiendo y comienza la ronda de preguntas como la que a continuación cito.
-¿Qué haces?
-Escribiendo, mamá.
-¿ A quién le escribes?
-A nadie, mamá.
-¿A quién, a tus amigos, o acaso será a tu novio?
-No, mamá, no tengo novio.
-Bueno pero cuando termines ¿puedes venir a limpiar la ventana por favor?
-Sí, mamá.
-¿A qué hora te vas a dormir?
-Ahorita que termine mamá.
-No te acuestes muy noche porque luego mañana no te quieres levantar.
-No, mamá.
La curiosidad que siente por ver lo que escribo es razonable pues siempre ha sido una madre que se preocupa por el bienestar de sus hijas pero no es nada cómodo para alguien tan celosa de sus ideas como yo.
Me he terminado el café y seguramente no tardarán en retirarme la taza. El mesero llegó antes de que pudiera terminar de escribir la frase. ¡Ay esos meseros! Como siempre tan pendientes del cliente, por supuesto, por que les conviene, son como los viene-viene’s que no hacen nada en todo el día pero, eso sí, cuando se acerca alguien a su coche, corren como si fueran a ganar el maratón de Nueva York para recibir aquello que aliviará sus jadeos: la propina.
Para mí, escribir es más reductivo que una sesión de aeróbicos porque me es preciso encontrar la palabra exacta y disfruto la angustia de esa búsqueda, aunque para descifrar lo que escribo y llevarlo a la computadora es otro sacrificio que forma parte de el bello ritual de escribir.
No cabe duda que el mejor endulzante que podemos ponerle a nuestro café, sin correr el riesgo de engordar o en el peor de los casos contraer cáncer, es una buena plática, ya sea con uno mismo o con los amigos, con un buen libro, cigarros, música la cual puede ser ambiental o correr a cargo de los viajes personales proporcionados por un discman, iPod, yepp o alguna canción que se quedó pegada en las paredes de nuestra mente.
Para terminar este desahogo citaré una frase que es tan verídica, que me hace pensar que esta mesa para dos en la que estoy, hacen falta sillas y carcajadas.
“¿Qué tiene la amistad que hace mucho más enriquecedor el estar entre amigos que entre los desconocidos más cultos e interesantes?”
-Sandy Sheehy
|