Caminé durante un tiempo bajo la sombra interminable de mi misma preocupación. Muchas veces no decidí tomar el camino, simplemente seguía derecho con la mirada al vacío, sin tener la capacidad de ver esos otros rumbos podían llevarme a mi destino. Me sentaba de vez en cuando a tomar un poco de agua y tratar de recordar lo que era sentir el sol. Rutina que terminó cuando ese líquido noble me traicionó, regalandome entonces un sabor amargo.
Drogado por el temor y eufórico por la desesperación, me interné en bosques de amargura. Los pastos secos y muertos contrastaban con la humedad del lugar. En algunas ocaciones encontraba esa flor, esa que daba un poco de paz a mi alma. Pero al acercarme la ilusión terminaba y me encentraba con que la trampa estaba tendida, y yo caía cual osesno torpe sobre ella. La flor tomaba colores grises y de sus pétalos crecían espinas y su aroma era ahora verde pero seductor. Y mientras esperaba acercarme a ella para recibir un poco de aliento, sus largos tallos me abrazaban hiriéndome profundamente y dejando rastros de veneno que quemaba en mi sangre. Mi cólera surgía y me defendía bravamente, sin darme cuenta que mientras más lo hacía, la flor, volvía a sus estado natural, resultando dañada, maltrecha y marcada. Entonces mi alma recordaba poder sentir y se fracturaba en miles de pequños trozos que como cristales me cortaban metafísicamante por dentro sin perdón ni respiro.
Mi caminar era fatigante. El aire parecía a ratos ser menos denso. Pero existían quienes incluso sin querer lo transformaban rápidamente a espeso y casi inaguantable.
En esos días, no se cuantos fueron, no podía tomar desiciones. Una parte de mi no sabía realmente que hacer, y otra, más racional tenía miedo. Todo lo que hacía parecía estar mal. Y los sucesos que se hiban generando, tubiera yo o no que ver con sigo, eran mi culpa.
Mis ropas estaban rotas y la cruz que cargaba a mis espaldas pesaba mas alla de su tamaño.
A ratos trataba de reconfortarme con melodías conocidas, más estas, por felices que fueran tenían un sabor triste.
¡¡¡No lograba engañarme!!!
Volcaba mis fuerzas a decirme que estaba bien. Me trataba de ocultar tras esa máscara de sonrisas. Y bien lo debo haber hecho, pues nadie captó mi defecto. Pese a estar sonriente, y muchas veces actuando como un día normal, mi mirada estaba apagada. Tan lejos de mi que podía sentir su ausencia.
Busqué refugio en las letras, pero debí conformarme con una traición más. Ese arte que resultara hermoso y sinsero en mis mejores días, ahora servía no para desahogarme, si no, para hacer crecer heridas y arrancarle las costras a las que pensaban sanar.
No tenía entonces un lugar para existir.
Mi habitación contenía demaciados recuerdos fuertes y claros de aquellos momentos de dulzura y paz que trataba de atesorar, mientras se desvanacían como fantasmas en mi ser, dejando espacio a este nuevo vivir.
Estaba solo.
Por suerte puedo decir... estaba.
El sol ha vuelto a mi caminar y pese a que algunas sombras aun me persiguen, ya no les temo. Equella flor brilla en mi vivir y me regala su existir mientras su nectar se preocupa de lavar mis heridas y reconfortar mi alma maltrecha.
Soy feliz y mi sonreir es real. Mi mirada esta en mi nuvamente, aun que poco a poco pesa menos y creo... nunca más estaré solo.
Y las letras... pues aprendí a ocultarme tras ellas... es más fácil dejar surcos de tintan en el papel con tonos de felicidad que aguantar los acalambrados músculos de un falso sonreir.
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