SOBRE EL FINO ARTE DE PERDONAR
Un joven aprendiz se dirige hacia su maestro Zen, llevando en mano la pequeña estatuilla rota del ancestral dragón Tae-Kum-Yae, que su maestro le había prestado unos días atrás para que lo llevara ante el orfebre para su mantenimiento.
Asustado por provocar la ira de su maestro (ya que el mismo maestro le había platicado sobre lo valioso que este dragón era para él y para su religión) se para frente a su maestro y con más temor ahora, porque estaba a punto de interrumpir su meditación diaria, le dice con voz entrecortada:
-Tengo que decirle algo mi maestro-Le dijo mientras le revelaba el macabro secreto.
El maestro abrió un poco los ojos para poder ver lo que su alumno le traía ante él
-No...no fue mi intención-Exclamó mientras hacía un esfuerzo para no tartamudear- De verdad le pido mil disculpas, lo que ocurrió fue que...
-No digas más muchacho-Dijo apaciblemente el maestro Zen.
Con aires de serenidad se levantó, dejando la pose de meditación-yoga que había adoptado, cogió con sutil ligereza los dos pedazos del dragón ya quebrado, y sin el menor de los dolores los estrelló el uno contra el otro, volviéndolos polvo.
El muchacho dejó escapar un grito ahogado, mientras observaba con tal horror aquel sacrilegio. No era posible; su maestro acababa de volver añicos la valiosa estatua de la cual había hablado tan celosamente. Sabía que la había roto, pero aún tenía reparo; no entendía por que la actitud tan radical de su maestro.
-Maestro no entiendo, como pudo...
-Te pedí que no dijeras más muchacho-Le dijo el maestro-¿qué te había dicho yo sobre el dragón anteriormente?
-Bueno...-Pensó un poco- que era un dragón muy importante para usted, que su valor no podía compararse ni con oro ni con la palta...Oiga maestro de verdad lo siento yo...
-Te pedí que no dijeras más muchacho-Le reiteró el maestro, esta vez alzando la mano en señal de que se detuviera- ¿Qué más te dije?
-Ummmm, ah sí, recuerdo algo que usted me dijo sobre e dragón...algo así como su historia, su naturaleza o algo así.
-Correcto, me podrías repetir que fue lo que te dije.
-Sí...."El dragón Tae-Kum-Yae es un ser divino. Su historia no es nada especial, pues de sencillez cargada está. Su naturaleza es dócil, y su maldad es frágil. Nada lo altera, nada lo aqueja. Solo aquellos que entiendan el gran secreto universal, podrán ver en él su gran poder ancestral."
-Muy bien muchacho, ahora ¿podrás decirme cuál es el gran secreto universal?
-No maestro, ¿Cuál es?
-Es muy sencillo de verdad, simple mente es saber perdonar. Solo aquellos que entienden y practican el fino arte de perdonar podrán ver la belleza que se encuentra en cada una de las cosas que los rodea. Desde el desagradable musgo del pantano, hasta la más bella orquídea silvestre.
-Me disculpa maestro pero no lo entiendo-Dijo el aprendiz muy confundido.
-Como te dije es muy simple. Cada persona en este mundo es especial y cada uno tiene algo que ofrecernos, ya sea bueno o malo, y son aquellos errores que cometen hacia nosotros los que nos hacen sentirnos vivos y acompañados. Porque ¿qué sería de la leña sin el fuego? Simplemente leña, ¿qué sería del amor sin el dolor? Simplemente vacío, ¿qué sería de la rosa sin las espinas? Simplemente un chiste, y ¿qué sería la amistad sin las faltas? Simplemente aburrimiento. Pues entonces debemos perdonar a todos aquellos que nos hieren, pues sin ellos saberlo, nos están demostrando día a día que estamos vivos.
-Muchas gracias por sus palabras y comprensión mi maestro-dijo el joven aprendiz-Estaré dispuesto a perdonar a todos aquellos que me lastimen, en nombre de la amistad-Exclamó, muy sorprendido por aquella dicotomía que acababa de pronunciar. Pero estaba satisfecho porque entendía su verdadero significado.
-Ten-Le dijo el maestro al aprendiz, mientras le mostraba una pequeña estatuilla (aún más diminuta que la original) del dragón Tae-Kum-Yae que se encontraba sumergida en el polvo acumulado de la mano del maestro-Quiero que la cuides y la conserves; no enviándola con el orfebre, ya que tu sabes la forma correcta de hacerlo-Le dijo el maestro mientras le abría el puño de la mano del aprendiz para entregarle la diminuta estatuilla-¡Hazme sentir orgulloso muchacho!
El aprendiz tomó con mucho cuidado la figura, contento por haber avanzado un paso más en su camino hacia la sabiduría. Ahora sabía exactamente lo que tenía que hacer; saludó al maestro con una reverencia y emprendió el camino de vuelta a la ciudad, dejando atrás al maestro con sus meditaciones.
“El perdón es el agua que extermina los incendios del alma.”
Jorge Bravo
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