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Uno


Cuando la mujer puso la vista sobre el frío ojo de buey de la puerta, se encontró con el enjuto pastor mirándola al otro lado, taciturno y como si nada.

Desde que su marido había perdido la razón, su pelo lucía apelotonado y su apariencia había decaído ferozmente. Parecía un ánima en pena. Pese a todo, como pudo se tomó raudamente el pelo y corrió a ponerse una bata, antes de permitirle la entrada al lugar.

Si la apariencia de la joven mujer era lánguida y deplorable; la de su marido era peor aun. Hacía meses que él no se cambiaba de ropa. Sobre su crecida cabellera y su ermitaña barba, los piojos hacían nata. Las uñas largas apenas le permitían maniobrar y el sarro maloliente de su dentadura inundaba pastosamente todos los rincones de la casa. Hacía meses que él permanecía desempleado y desconectado del mundo real, ya ni siquiera a ella era capaz de dirigir palabra alguna, acostumbraba a hablar y reír solo y apenas se le podía molestar, cuando mucho de vez en cuando se lo podía ver comiendo algo que con seguridad más tarde terminaba vomitando en cualquier lado. Con frecuencia se podían oír sus balbuceantes gemidos mientras con incoherencia aparentaba hablar con almas que no existían, o al menos que el resto de las personas normales no podían ver, ni siquiera ella.


Dos

Sentados frente a frente mujer y sacerdote se miraron recíprocamente presas de un halo profundo de exaltación e incertidumbre. Mientras el cura con solemnidad se hacía de sus sagrados atuendos, en el segundo piso los ruidos provenientes de la habitación comenzaron a asolar el sepulcral departamento. Sobre la mesa de centro, entre velas y rosarios, el enorme maletín que contenía el agua bendita y la ajada biblia, se mostraba imponente y majestuoso justo antes de la liturgia de exorcisación. Inexplicablemente la temperatura había descendido a niveles insoportables. Por las escaleras que llevaban al segundo piso un vaho espeso comenzó a descender cubriendo toda la superficie. El lugar parecía una ciénaga. Sobre las paredes del apartamento las larvas de gusanos acrecentaron el asco de ambos estimulando las arcadas y las contracciones de esternón. Afuera unos densos nubarrones oscurecieron la bóveda de manera intempestiva. Sobre la terraza una parvada de cuervos cubría espesamente las barandas y hacían rechinar sus garras sobre el fierro.

Era extraño pero de cuando en cuando su marido poseído insistía en hablar usando otros acentos. Solo y ensimismado solía comentar a gritos sobre otros lugares, otros continentes, sobre historias y personas que jamás en su vida había visto, sobre extraños seres de nombres abreviados y exuberantes. Muchas veces lo sorprendió hablando solo, lanzando carcajadas, o puteando quien sabe por qué causa. Al principio ella pensó en una esquizofrenia, sin embargo los doctores claudicaron en la búsqueda de las causas. También creyó en un embrujo y hasta en la cocaína pero nada pudo corroborar. Finalmente convencida que su marido había sido poseído por alguna alma grotesca y despiadada, mandó a llamar al cura párroco.

Tres

Cuando el sacerdote traspuso el umbral de la musgosa puerta, la espesa niebla de la habitación abofeteó su cara. El repentino estallido del vuelo de los murciélagos terminó por exaltarlo. Aferrado a su mano el hisopo de plata no paró de desperdigar el agua bendita por todos lados. Su cristiano corazón retumbó hasta hacerle estremecer todo el cuerpo. Tras suyo la joven mujer no paraba de gemir con pesadumbre, mientras lo sostenía de la cintura. De cuando en cuando los muebles de la habitación volaban grotescamente frente a sus narices provocándoles el pánico a ambos.

Apenas pudieron distinguir su silueta de gárgola montada de cuclillas sobre el asiento rotatorio, con los ojos perdidos y la piel lacerada, la mujer rompió en un llanto despavorido y descontrolado. El sacerdote no podía dar crédito a lo que estaba presenciando. Sobre la frente del poseído la marca de la pantalla policromada iluminaba su raquítico rostro, y sobre su mano el mouse que inexplicablemente parecía una prolongación encarnada de su mano, parecía conducirse solo, con energía propia, como arrastrándolo. El pobre desdichado parecía un autómata, un zombie, un poseído por el demonio.

Sobre la celeste pantalla la inconfundible señal cegadora del diablo se mostró imponente y desafiante ante sus ojos vidriosos:

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Texto agregado el 20-11-2003, y leído por 705 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
25-03-2004 Admirable. Símbolos y metáforas se entrecruzan en una exquista armonía. Simplemente: mis felicitaciones. Y me felicito por haberte encontrado. Saludos. islero
02-12-2003 BUENÍSIMOOOOO. Bravo, Cao, excelente. Me hiciste estremecer de miedo, recorrí cada lugar para luego reir a gritos y todos en casa creyeron que estaba poseída, jajajajajajaja, eres genial, un loco genial, me encanta leerte. Mis estrellas a estas descripciones fantásticas, a estos mundos que creas sin parar. FaTaMoRgAnA
26-11-2003 Hay una pelicula, "el demonio vestido de azul". En nuestro caso es pintado de azul, pero sí que es una buena asociación. Enhorabuena. Eddy_Howell
24-11-2003 Tan maravilloso que ha valido la pena leerte en vacaciones. Como siempre, su pluma nos invade en un viaje astral de buena literatura. Abrazos miles. Gabrielly
24-11-2003 Ah, hermano, estiras la cuerda desde varios angulos, y logras un nudo estupendo. el final... perfecto. Un abrazo, FALCON
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