IV

Reconoció que no recordaba haberle hecho regalos en los últimos meses y esa actitud le extrañó y prometió remediarla.
La florería quedaba a una cuadra solamente, pero decidió que eso sería poca cosa ya que hoy era su aniversario y algo le decía que también sería un nuevo comienzo.
Recién eran apenas más de las ocho y calculó que debería esperar casi una hora. Decidió entonces tomar un café, igual podría desayunar luego con ella, quien ni lo notaría.

Mientras tomaba el café me había distraído en pensamientos sin sentido, por alguna razón que no lograba atrapar, todavía no podía borrar esa culpa que sentía y entonces lo atribuí a que me hallaba ahí sólo sin ella. Miré mi reloj y salí a las corridas pensando que las tiendas ya estarían abiertas.
No lo pensé demasiado y compré esa cruz de plata que tenía cristalitos alineados en su frente. Mientras la empleada preparaba el regalo yo sentía una presión en mi pecho que aumentaba conforme el nudo de la cinta en moño ajustaba la cajita de terciopelo rojo.
Llegué a casa totalmente desconsolado. Con mis manos temblorosas al sostener el picaporte pude percibir que las suyas también habían pasado por allí.
Después todo se sucedió en una vorágine de culpas y odios, tristeza y desolación. No recuerdo cuando encontré su carta pero no necesité leerla para entender lo que ya sabía desde aquel mismo día dos años hacia atrás.
Me dí cuenta que la había estado esperando durante esos dos últimos años y como borracho en mis propias lágrimas de alcohol y de llanto me descubrí al volante destino a ese pueblo que ella no había querido compartir.