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Inicio / Cuenteros Locales / pierremenard / El oro verde.

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Al principio dominó la agitación, nadie hablaba de otra cosa sino de la maravilla que ingresaba a la ciudad en una larga fila de camiones atestados.
Se dictaron simposios y charlas que excluyeron cualquier tipo de debate; ya los agrónomos paladeaban la dulce palabra letra por letra imaginando las preñeces que fecundarían sus bolsillos.
Alguien osó preguntar a los expertos sobre los posibles daños que acarrearían la siembra indiscriminada de aquella leguminosa sobre los demás especímenes como el trigo y el maíz, y, si al fin de cuentas, no empobrecería la tierra, de por sí bastante harta, puesto que había oído que aquella cosa era una plaga.
El interlocutor creyó conveniente, antes de contestar, colocárse los anteojos sobre la giba de su nariz con un movimiento, entre agresivo y aparatoso, que él mismo consideraba como gestos inequívocos de sabiduría.
Luego miró a sus compañeros expertos y juntos rieron.
Al cesar la hilaridad siguieron con la detallada explicación sobre los modos y los momentos convenientes.
Se emplearon pequeñas parcelas de campo para probar el producto y si bien los expertos habían asegurado que el clima cambiante no era un problema para su óptimo desarrollo, la gente de la ciudad se tenía por precavída.
En pocos meses se pudieron ver los campos ahítos de una verde exhuberancia que no tardó en ahogar los sembrados de trigo y maíz adyacentes; la voracidad no distinguía alambrados ni estacas. Los agrónomos dormían el sueño de los justos a sabiendas que aquél oro verde cotizaba a un precio asaz superior al del trigo o el maíz, y por lo demás, era muchísimo mas resistente a las caprichosas variaciones térmicas.
Explotó la ciudad en una bonanza que sus habitantes vislumbraron con el aplomo de los vencedores.
Se pavimentaron todas las calles, se renovó el alumbrado, se ensanchó la avenida principal y se embaldosaron todas las aceras. Algunos artistas capitalinos trajeron sus obras por primera vez, y llegó a tal el despropósito, que se contrataron otros sólo para que la gente los viera.
Y mientras tanto los silos henchidos de bolitas amarillas no daban a vasto, la marea verde rebasaba cualquier linde que le propusiera la civilización, y los camioneros seguían esperando ansiosos el regurjitar de las vainas.
Lo primero que llamó la atención entre tanta algarada, fueron los pequeños tallos como patitas de araña que surgieron entre las ranuras de las baldosas, en la acera del Cine Teatro Español, en pleno corazón de la "vuelta al perro"; estos, sin aparente rumbo, reptaban husmeando con sus cabecitas piliformes todo cuanto había en derredor.
Al operario de la municipalidad les bastaron las manos para sesgar esa absurda vida, pero al fin otros tallos, estas vez más gruesos, brotaron con más ahínco, y si bien la guadaña cercenó el primer avance serio, por cada tallo cortado nacieron en su lugar diez, y luego cien.
El intendente limpió los cristales de sus anteojos con incredulidad al percibir las grietas que los tallos abrían en su flamante macadam.
Se siguió el consejo de los expertos apelando al uso de agroquímicos, vía fumigación, pero fué del todo imposible impedir que la celebrada leguminosa (pues no era otra la responsable), sorbiera la vida de cuanto árbol enlazara con sus tentáculos.
No hubo rejas ni cerrojos eficientes. A los pocos días la invasora decidió que la ciudad entera les pertenecía y fueron sorprendiéndo a sus habitantes mientras dormían, trepándose a los lechos, ahogando la vida con manojos de verde esmeralda.
Sólo queda un palmo ínfimo de tierra, al sur de las vías del Ferrocarril, y sobre ese palmo ínfimo, mi casa, donde fatigo las últimas horas escribiendo esta crónica, cuando ya el leve reptar de hojas avanza, y unos palitos verdes como patas de araña se asoman a mi ventana.

Texto agregado el 31-01-2006, y leído por 444 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-01-2008 Una historia dinámica, cortita pero precisa para la lectura. auripo
21-02-2006 excelente! muy bien narrado! ya me imaginaba a las plantas rodeándome y ahogándome. 5* clais
10-02-2006 Buena crítica de una cruda realidad. "A los pocos días la invasora decidió que la ciudad entera les pertenecía y fueron sorprendiéndo a sus habitantes mientras dormían, trepándose a los lechos, ahogando la vida con manojos de verde esmeralda." ***** sorgalim
 
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