Era un verdadero paraíso. Una isla en medio del Atlántico con una población de unos tres mil habitantes. Una superficie pequeña, pero que, dada la población existente, era sobrada si tenemos en cuenta el indicador superficie por habitante.
No existía el Producto Bruto Interno, ni los Ministerios de Hacienda. El Contrato Social de Rousseau existía plenamente firmado simbólicamente por el conjunto de seres que inocentemente vivían en la Isla.
Era antigua. No importaban ni sabían cuántas generaciones habían pasado. Era comandada por un líder natural, quien se autoapodó “Tifón”, dado que le gustaba la magnitud, el peligro y el romanticismo que su nombre simboliza y la sensación que transmite a los demás.
El “gobierno” de Tifón era muy distinto a lo que podemos imaginar hoy. Era un gobierno donde no existían imposiciones porque simplemente no era necesario.
La salud era muy poco afectada, pues salvo por problemas genéticos o congénitos difícilmente algún isleño se enfermara, dado que no existía contaminación de gases ni tóxicos de ninguna especie. Sólo se respiraba aire yodado y piel curtida por el sol.
Vivían de la pesca. Fabricaban redes con lianas, y una especie de balsas con cortezas de las maderas que generosamente les regalaba la naturaleza. También tenían frutas en abundancia y por sobre todas las cosas, una enorme paz.
De generación en generación se transmitían los conocimientos fundamentales. Sabían que más allá de las aguas que habitaban había otro mundo, pero no les constaba, aunque al mundo sí le constaba que existía esa isla. Así como algunos de nosotros cuando habla de extraterrestres siente esa duda respecto a cómo son, de qué forma viven, etcétera, de la misma manera sucedía con los isleños. Conocían que existía algo más, pero no lo sabían. Y lo que nosotros llamamos naves espaciales, para ellos eran los barcos que a la distancia veían pasar irrumpiendo en el silencio sereno que reinaba. Los ruidos más notorios eran los sonidos de pájaros, árboles y mar. Como la costa desplegaba una espuma abundante sobre la arena tibia de la isla, los isleños la llamaban desde tiempos inmemoriales “Isla Blanca”.
Tifón era el sabio. A él recurrían todos cuando tenían alguna duda o querían saber alguna cosa. Inquietudes obviamente tenían. Ahora bien; jamás pasó por la mente de alguno que otro quedara sin su alimento, sin su ayuda si se lastimaba, sin un abrazo cuando lloraba y su verdadero Dios les ordenaba vivir en comunidad sin escribirlo, pues brotaba por sus poros, aparte de sal y cazón, solidaridad pura. No había Constitución ni leyes escritas. Sólo un derecho natural que el viejo y sabio Tifón traducía a palabras.
Cuando Zitarrosa canta: “Los amantes se buscan el alma”, me recuerda mucho a Isla Blanca. La belleza empezaba desde “adentro” hacia “afuera”, y de esa manera, todos los habitantes de Isla Blanca, eran enormemente bellos. Hombres y mujeres con su sola expresividad podían ser la envidia de cualquier diseñador de modas o formador de modelos, ya que nadie se alimentaba más de lo necesario, ni nadie bebía más licor casero por instinto de conservación. De la misma manera que un animal en la selva come cuanto precisa y luego descansa, así era en Isla Blanca.
No conocían nada más. Ni querían nada más. Era bello, era armonía. Los sentimientos impuros era imposible hallarlos en cualquier habitante de la isla, dado que no tenían envidia, no tenían gula, no tenían vanidad, no tenían impureza mínima que pudiese afectar el delicioso vivir en la Isla.
Isla Blanca no existía como país en ningún mapa, más era conocida sólo de vista por los barcos y aviones que nada más la veían, porque jamás despertó el interés de nadie. ¿A quien puede interesarles un grupo casi indígena, que viven en una pequeña porción de isla arenosa y no sabían cuanto tiempo pasaría para que el Océano engullera la misma con la Ira de Neptuno?. Solamente a los isleños, quienes jamás tuvieron ese temor.
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El tiempo transcurría; el reloj eran los rayos del sol que pegaba dulcemente en las arenas, los árboles y los cuerpos de la isla. La dimensión del tiempo era sorprendente, pues sabían que tenían “todo el tiempo del mundo”. En realidad, todo el mundo tiene todo el tiempo del mundo, sólo que ellos lo sabían. Y la dimensión del espacio era divina, pues tenían “todo el espacio del mundo”. Igual, todo el mundo tiene todo el espacio del mundo, pero ellos lo sabían. ¿Piedra Filosofal? No. Simplemente “eran” y “estaban”. Puede parecer un poco complicado, pero no es lo mismo estar sin ser ni ser sin estar. En el primero de los casos, no sirve para nada, y en el segundo de los casos… ¡oh, casualidad! … No sirve para nada.
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No pudieron evitar el naufragio. La gente del crucero gritaba, como pidiendo ayuda mágica que sabían no llegaría a tiempo. El capitán por el equipo de radio daba las señales de lo inevitable: el hundimiento del barco.
Los doscientos pasajeros más la tripulación estaban a la deriva. Irían a ser carne para los tiburones los más afortunados y los otros, víctimas de la hipotermia o asfixia. Los isleños miraban asombrados lo que acontecía. Estaban a unos quinientos metros de la costa, y lo único visible para el capitán era la isla. Aún el equipo de radio funcionaba, pero no podía dar referencias, ya que Isla Blanca no existía en el mapa.
Las chalanas de respaldo que tenía el barco ya habían sido volcadas al agua con los que pudieran subir en ellas, mientras el capitán quedaba aguardando, desesperado pero con entereza en la proa, pues la popa ya estaba señalando el fondo del mar.
Aún en las condiciones de extrema necesidad en que se encontraba el capitán y la tripulación, les pareció imposible geográficamente que tan sólo a quinientos metros de una costa existiera tanta profundidad como para absorber un barco de esa magnitud… Pero estaba sucediendo y punto. Si había tiempo, luego se analizaría; si no… Quedaría el enigma.
Los isleños al ver aquello, instintivamente y conocedores del lugar volcaron todas sus fuerzas en colaborar.
Pasaron horas… Mejor dicho tiempo. No sé cuanto. Contrastaba la tranquilidad de los salvadores con la desesperación de las víctimas.
De esa forma fue, que pudieron rescatar una treintena de personas de las doscientas originales, y las llevaron a reponerse a la Isla.
Era gente que estaba disfrutando de un crucero, por consiguiente era gente económicamente pudiente para este mundo; para el mundo isleño, era gente.
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Vinieron los agradecimientos de las víctimas. Los isleños alegres de haber salvado vidas humanas que no conocían, pero que para su sorpresa, eran iguales que ellos; sólo que vestían distinto y hablaban distinto. No les importaba eso. Eso era un detalle menor; eran iguales que ellos.
Y comenzó una convivencia hospitalaria y sana. Transcurrió tiempo, y el tiempo comenzó a combinar las culturas. De todas maneras el Capitán pudo dar con las coordenadas justas del lugar donde había sido el naufragio, y más tarde o más temprano podrían llegar a rescatarlos.
Así como a los isleños los comandaba Tifón, a los rescatados lo hacía el Capitán. Sólo que la manera de gobernar de Tifón ya la conocemos, y la del Capitán era sobre la base de la sumisión al conocedor y perito en la materia, y obedecían aún en la discordancia con él. Uno de los casos era horizontal y otro totalmente vertical. Dos estilos opuestos que convivían por la serenidad y la absoluta limpieza interna de Tifón.
La convivencia sana, se fue paulatinamente trasmutando en sopor. Pero no por los indígenas, sino por los náufragos quienes veían con ansiedad que demoraba demasiado el grupo de rescate, y sus posibilidades en la isla eran muy limitadas en alimentación, vestimenta y demás costumbres que la vida cotidiana les hubo brindado hasta el naufragio. A regañadientes comieron del pescado cocinado en las piedras, malhumorados debieron subir a los árboles a adquirir la fruta y hasta aprender a pescar. Hasta que comenzaron a solicitar ayuda a los isleños. La ayuda solicitada se estaba transformando en órdenes que los isleños no advertían.
Luego de soportar demasiado sol y demasiado mundo irreal, saltaban de alegría cuando llegó el barco de rescate. Luego de varios aviones, helicópteros y demás, vieron la salvación acercarse a la isla.
Ahí volvió el agradecimiento del comienzo, y, en símbolo del mismo, obsequiaron a Tifón un hermoso anillo de brillantes, un collar de perlas, maquillajes para proteger la piel del sol y otros aderezos los que fueron recibidos con aprecio por Tifón y aprobados en silencio por los isleños.
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Tifón al principio se preguntó: ¿Para qué diablos sirve esto?, Pero cierto día, apareció frente al resto de los isleños con el anillo en su mano, con el collar y con un color azulado en sus ojos.
Los isleños no entendieron nada, pero existían entre ellos algunos que veían que la sabiduría de Tifón estaba siendo decorada, y esos símbolos lejos de transformarse en decorados simples, se convirtieron en simbología de poder, cosa que prostituyó y despertó la ambición de ciertos isleños.
Algunos hablaban de la sucesión de Tifón, pero no por el hecho de la sucesión en si misma, y no por la transmisión de sabiduría, sino por el decorado que tan bello hacía lucir a Tifón.
A uno en particular, cuyo nombre era “Viento”, le sedujo en demasía la idea de lucir las ornamentas de jefe. Y una gran herramienta que todo ser humano posee –la imaginación- comenzó a hacer cosquillas en su vanidad.
Viento quiso deshacerse de Tifón, dado que por edad, era el candidato a sustituirlo, y comenzó a reunir a todos los isleños, y en su oratoria decía:
- ¿Han visto cómo vive ésta gente que hemos salvado?. Tienen cosas que aquí jamás lograremos obtener. Viva nuestra Patria. ¡¡¡Viva Isla Blanca!!!
Y en su oratoria seductora, fue consiguiendo adeptos. Tantos que el viejo Tifón fue quedando cada vez más solo.
Isla Blanca era noticia en todos los diarios y publicaciones del mundo, ya que fue el lugar del naufragio, cosa que favorecía las notorias intenciones de Viento. Y comenzó una lucha sin cuartel, aunque sólo luchaba Viento, ya que Tifón, visto como un viejo conservador, quedó en el olvido, hasta que un sentimiento le apagó el corazón: su angustia que jamás había sentido.
Lo sucedido –el fallecimiento de Tifón-, llevó a Viento a simular su oculta alegría, y se ensució con la mentira. En la oratoria de despido, y en el ritual de tirar al mar a los muertos, exclamó:
- “Se nos ha ido un grande, se nos ha ido un líder. Se nos ha ido quien nos ha formado y educado. Hoy me toca la responsabilidad de asumir y lo haré con la misma entereza que lo hizo Tifón”.
Y con lágrimas de cocodrilo, su cuerpo fue enviado al mar… No sin antes en acto solemne (también era nuevo esto de la solemnidad), ornarse con el anillo, el collar y los maquillajes.
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Prometió llevar a Isla Blanca a los primeros lugares del mundo.
No demoró en llegar un barco nuevo, Fenicio, dedicado exclusivamente al comercio y a la exploración de lugares donde la riqueza pudiese existir.
Viento, líder de la Isla, Gobernante solemne ahora, les pidió comunicación con el resto del mundo, y a cambio, comenzarían un intercambio simple. Los fenicios le venderían carne y ropas, los isleños dejarían explorar la isla mediante un pozo que debía hacerse en busca de minerales.
Así fue que comenzaron a llegar a la Isla ornamentas baratas, carne y otros alimentos envasados que brindaban durabilidad.
También así fue que comenzaron a decidir qué cosa querían comer cada día, y los gustos se fueron diferenciando.
- Hoy somos libres, podemos optar por qué cosa comer y con qué vestirnos. Vamos a cumplir la promesa de llevar a Isla Blanca a los primeros lugares del mundo. ¡Y CUMPLIREMOS!.
Llegaron máquinas perforadoras. Los isleños asustados por esos aparatos raros con un pico enorme. Los fenicios contentos porque encontraron que la isla llegaba al fondo del mar, y era justo lo que necesitaban en busca de piedras preciosas. Las encontraron.
Convencidos los isleños del negocio que estaban logrando, veían como se llevaban unas piedras ridículas y cada vez les traían más cosas.
Descubrieron el reloj, pulseras, cuadros, adornos, candelabros, carne. Como todo proceso llevó a que necesitaran un médico para la atención de los efectos de la alimentación y los licores foráneos, comenzaron a enfermarse más seguido, a morir más seguido, a sentir vergüenza de confesar su amor hacia alguien para demostrar fortaleza, y todos los sentimientos de pureza que tenían fueron ensuciándose con la avaricia, con la ambición, con la vanidad y con unas leyes que Viento había redactado y que no podían ser violadas para llevar a Isla Blanca a los primeros lugares del mundo.
Había que cumplir con lo que estaba escrito, porque estaba escrito. Los fenicios hicieron pozos por todos lados y la Isla comenzó a hacer agua por todos lados también.
Eran los minerales los que mantenían en pie la isla. Sacándolos comenzó a filtrar agua por todos lados.
El mar devoró Isla Blanca en poco tiempo…
Hoy se habla de la Historia de Isla Negra.
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