El viejo de la mirada triste me devolvió el gesto. Su rostro había perdido mucho de tiempos pasados; incluso aquella candidez que lo caracterizaba en sus años felices, se había desvanecido, como se va el reflejo de un espejo vacío, sin fondo. Y, sin embargo, la esencia de don Omar Gómez todavía se encontraba donde debía. Y en el instante en que nuestros ojos cruzaron camino pude ver noventa y ocho años de vida, noventa y ocho años de misterio absoluto, que nunca me atreví a revelar a nadie.
La hora de la comida sucedió rápidamente. Tengo nueve años. El tío Saúl tiene diez años más que yo, pero me cae bien. En la cena él se sentó frente al abuelo. El abuelo es un hombre muy bueno. Él y el tío Saúl no hablaron nada, pero me pareció verlos mirarse. Fue muy raro: como si en el momento en que se miraran se dijeran muchas cosas, pero sin mover la boca. Siempre pensé que el tío Saúl era un hombre extraño. Pero me cae bien. Es mayor que yo por diez años, pero me cae bien.
Todavía no comprendo el tiempo. Aunque estar atado a esta maldita silla de ruedas me ha ayudado a comprenderlo un poco. Un poco al menos. Creo que he vivido más años de la cuenta, más de los suficientes. Creo que es hora de irme. Dicen que cuando mueres los años pasan frente a tus ojos. No lo sé. No estoy seguro. Porque estoy cercano a mi muerte y no siento nada. No recuerdo nada. No pienso nada. Ya no.
¿Dónde estoy? Es confuso. Sé que la mujer que me carga significa mucho para mí, como si fuera parte de mí, como si yo fuera parte de ella. Pero no puedo recordar. No sé nada todavía. Sólo puedo pensar pero poco me han enseñado. Sé que todos esperan que diga cosas, pero algo me dice que todavía no es tiempo. No sé qué es. No puedo recordar nada.
Es imposible acordarse de tantos años. Han pasado en verdad tantos que registrar cada paso en la memoria va contra natura. Apenas si guardo los acontecimientos más importantes. Mi mujer, el amor de mi vida, que me espera en otro mundo. El nacimiento de mis hijos y de los hijos de mis hijos. Me llaman abuelo, nunca me gustó, pero así me llaman todos; excepto Miguel que todavía no habla nada. Sólo me mira con sus ojos negros.
Miguel tiene unos ojos muy raros. Él es mi hermano. Yo tengo nueve años ahora. Tío Saúl me dijo que si él nació ahora, cuando tengo nueve años, siempre seré nueve años mayor, y eso nadie lo cambiará. Me parece una cosa muy chistosa. No sé por qué pero me da mucha risa el pensar en esos nueve años.
El viejo de la mirada triste me devolvió el gesto. Mientras Daniel jugaba con Miguel a hacer muecas. Recuerdo que le dije que siempre se llevarían nueve años. Se lo dije, es cierto, pero yo mismo no puedo comprender lo enigmático del tiempo. Tal vez nadie lo entienda en su totalidad. El niño que no sabe nada, el otro que quiere saberlo todo y el anciano en su lecho de muerte, que sabe muchas cosas que no puede recordar. Y yo no sé dónde me encuentro. Lo intento, pero no lo sé. Que hasta parezco todavía el niño que, en posición fetal, espera la salida triunfante al mundo del otro lado. |