Me ha decidido
esa mirada tuya que corrige
cada parte del cuerpo corrupto que el día va desechando
sobre los aniversarios,
en las trincheras menores,
en los estados de animo del filo de un cuchillo.
Y he fallado
cuando menos lo esperaba,
en el borde sangriento
de un pan mordido,
en la cadencia sacrificada de un semaforo intermitente.
Pero, no espero una respuesta tuya,
no, ahora que el mar es un reloj de saliva,
una conciencia en lágrimas,
el valor apropiado de la tarde cuando se va desvaneciendo.