La Columna de los días lunes de Carloel22 se expande semana a semana. Hoy me pone muy feliz darle la bienvenida en este espacio a Lina Reyes Dainini, escritora y amiga que estando lejos siempre aparece presente con su calidez y amistad.
¡Bienenida Lina! Muchas gracias por participar.
Shou
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El matrimonio y la libertad
En una charla con un compañero de vida y letras sobre los sinsabores de la vida matrimonial y la libertad personal, nos preguntábamos hasta dónde, la concepción que tenemos sobre el matrimonio coarta esa libertad individual y cuál de los cónyuges es más vulnerable a perderla.
Paradójicamente he escuchado a algunas mujeres decir que se casaron para liberarse. Sin embargo, algunas de ellas o gran parte de ellas pronto se dan cuenta de que el matrimonio, contrario a lo que creían, trae consigo unas responsabilidades culturalmente impuestas que podrían convertirlo en una prisión de fuertes barrotes difíciles de derribar, más, cuando llegan los hijos. Con toda probabilidad ésta no sea la realidad de muchos matrimonios modernos ni de algunos no tan modernos, sin embargo, lo es en muchos otros. La libertad de acción en un matrimonio es mucho más restringida, aún en este siglo, para la mujer.
Vengo de una generación que apenas estrenaba nuevas visiones sobre el matrimonio. Seguramente esto se debió a que en los tiempos de mi madre, ya la mujer se había integrado a la fuerza laboral, pero, a pesar de ello, los trabajos del hogar y la crianza de los hijos aún no se trasladaba a una esfera compartida. La responsabilidad mayor continuaba pesando en la mujer. Esto trajo como consecuencia muchos problemas en el hogar, tensiones, discusiones porque la mujer doblaba, o triplicaba sus responsabilidades: madre, proveedora, ama de casa. Aún se esperaba de ella que preparase el desayuno, llevase a los niños a la escuela, cumpliera sus horas de trabajo fuera de la casa, recogiera en la tarde a los hijos, preparase la cena para todos, limpiase y estuviese contenta y disponible para el marido. De ahí que mi progenitora intentara alertarme para que yo aspirara a mejores condiciones de vida. Mi generación ya no concebía eso, sin embargo, mi experiencia no fue totalmente distinta a la de ella. ¿Cuán largo o corto es el trecho entre el dicho y el hecho? ¿Han continuado muchos matrimonios esa misma trayectoria que impone pesadas obligaciones exclusivamente sobre la mujer?
Creo que uno de los enemigos más temibles del matrimonio y la familia es esta carga injusta que culturalmente se le impone a la mujer, soslayadamente. Creo que existen parejas en la actualidad que han logrado superar esos paradigmas, pero no es la realidad de todos los casos. Sólo hay que trabajar rodeada de muchas mujeres y escuchar sus anécdotas. Para muchas esto se ha convertido como en el castigo de Dios por la liberación femenina. Es como aplicarle el refrán que canta: Al que quiera caldo, denle tres tazas. La mujer continúa viviendo en circunstancias de desventaja respecto al hombre, en muchos aspectos, pero donde más duele, es en el matrimonio, pues es departe de ese hombre que un día nos prometió amor, del que esperamos consideración y respeto; que reconozca nuestro derecho a vivir en un hogar donde las cargas pesadas se comparten, donde hay libertad de tomar decisiones para el desarrollo intelectual, profesional, espiritual, emocional.
Es inconcebible que hoy día a algunas mujeres se les niegue el derecho de tomar decisiones libremente si no son aprobadas por el marido. ¿Cuán frecuente escuchamos decir: que un hombre no logró sus metas porque su mujer no le dio aprobación? En nuestra cultura, eso sería un chiste y una burla. No obstante, escucharlo de una mujer, no nos sonaría raro en lo absoluto: se le comprende, se le compadece, se apenan por ella, y no faltará quien le pase la mano y le diga, así es la vida de las mujeres casadas.
Hace poco fui testigo de una mujer que sufrió una crisis nerviosa porque tuvo que rechazar una oferta de empleo muy atractiva porque su esposo le dijo: “No cuentes conmigo. Yo no puedo buscar a los niños, ni me haré cargo de ellos mientras tú llegues. Quédate con el empleo que tienes, que con ese no tengo yo que ejecutar tus otras labores”. Esta situación pareciera sacada de siglos pasadas, pero lo triste es que apenas lo escuché hace unas semanas de boca de una mujer joven, profesionalmente preparada y capacitada para ocupar puestos de importancia.¿Es esto libertad?
Soy de las que si hubiese tenido oportunidad de quedarme en la casa dedicándome a la crianza de mis hijos, lo hubiese hecho con gusto y sin sentirme menos por ello. Todo lo contrario. La maternidad engrandece. No obstante, cuando las circunstancias obligan a la mujer casada trabajar fuera de su casa, son muchos los aspectos que debería replantearse la pareja en pro de la armonía del matrimonio y los hijos. Tanto la mujer como el hombre deben despojarse de las actitudes egoístas y concederle al otro el derecho a una vida digna, en la que se tomen decisiones que no coarten la libertad individual, ni que se limiten las oportunidades de crecimiento, ni los espacios que a todo ser humano le corresponde. Habitar en un hogar donde toda responsabilidad recae de un solo lado, mientras el otro goza de plena libertad sin mayores complicaciones que su empleo, es una situación injusta e indigna, sea ésta vivida por el hombre o la mujer. El amor verdadero es incompatible con vivencias de esta naturaleza.
Lina Rossi : Dainini
Puerto Rico, enero 2006
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