REGISTRO ESCRITO DE 30 DÍAS DE EXPLORACIÓN AL VALLE DE NIEBLA.
Región de Irlenislar, Ijia central.
Mes de Denar. Año terrestre 2171.
por Ernesto Furnessi.
Ver más datos en: http://atlasmethonis.blogspot.com/
Situamos el campamento fijo en el Promontorio “A” por donde se puede acceder al valle con vehículos todo terreno.
Cabe la posibilidad de acceder por aire pero este medio está vedado por el alto riesgo de contaminación sonora con los medios de transporte.
Hemos dispuesto las cabañas instantáneas en una “U” de 10 x 10 mts y todo el equipo sensor sobre el borde del Promontorio. El camino de acceso se hunde en la capa de nubes a unos 20 mts de donde estamos.
El grupo está ansioso por comenzar la exploración y dejar el tedioso testeo previo y la puesta apunto del instrumental.
Existe una marcada tirantez entre el personal seleccionado para el descenso y el que debe quedarse en el campamento superior como receptor de la información. La selección fue por méritos y antecedentes que por supuesto no conformó a los que se quedan.
Usaremos 2 de los 5 vehículos que hemos traído, completamente equipados para transmitir al campamento de superficie los datos que vayamos tomando del descenso. Llevamos equipo fotográfico sofisticado, dos cámaras de video, una infrarroja, micrófono parabólico para grabaciones a distancia, potentes reflectores de luz fría, equipo de desmonte y excavación manual y otros tantos aparatos de uso biológico que no son mi especialidad.
Conocemos la geografía misteriosa por mapas y relieves virtuales a partir de registros satelitales y una ruta natural posible hasta la zona profunda que se trazó a partir de las maquetas electrónicas, el resto, lo que realmente se vea y pueda tocarse, lo descubriremos en nuestro viaje.
El equipo de trabajo está integrado por un geólogo, un experto en comunicaciones, una bióloga animal, un biólogo vegetal, una médica y quien escribe, periodista científico radicado en este maravilloso planeta desde que se graduó.
Día primero.
Muy temprano en la mañana.
Luego de desayunar iniciamos el descenso marchando a una velocidad de entre 5 y 10 Km/h sumergiéndonos en el primer estrato de nubes permanentes. Esta capa está en contacto con la atmósfera diáfana exterior y se eleva o desciende como la marea de los océanos a causa de las variaciones de presión y temperatura de la región. La visibilidad en el Estrato I no pasa de los 30 mts, lo que nos permite ser constantes en nuestra velocidad de avance, en la medida en que el terreno lo permite.
El paisaje no es muy diferente respecto al de la superficie por lo que no motiva investigaciones “in situ”.
Más abajo, hemos empezado a observar las primeras modificaciones que se manifiestan especialmente en la desaparición de especies vegetales de flor, sin duda, como dicen el biólogo vegetal, por la ausencia permanente de sol directo.
En este ambiente húmedo hasta la saturación, donde las superficies están permanentemente mojadas, todo es color grisáceo y deslucido, incluso las plantas que si bien reciben rayos ultravioletas, no ostentan los verdes del resto de vegetales de la superficie. La zona de transición abunda en especies intermedias e indefinidas que empiezan a hacer las delicias del botánico del grupo.
El especialista en clima conjetura variantes importantes y cíclicas del nivel de nubes que puede haber producido estas especies extrañas que quizá toleran el sol en períodos breves de su existencia.
Con respecto a los animales, no hemos encontrado moradores por los alrededores; como previsión, hacemos altos de silencio absoluto para percibir ruidos o gritos en la niebla, el resultado es negativo en lo que va del viaje.
Este primer estrato, tiene dos niveles muy marcados; uno hasta los 40 mts de profundidad relativa y otro, inferior, con un incremento sustancial de la densidad de nubes y por supuesto una disminución de la luminosidad ambiente.
La visibilidad se ha reducido a la mitad y la sensación de opresión se ha hecho manifiesta, aunque más por razones psicológicas que reales. Nuestra comunicación con la superficie es constante y una curiosidad digna de mencionar, la hacemos en voz baja tal vez para no perturbar la calma circundante.
A esta profundidad el silencio es absoluto, la nubosidad extrema, no hay la más mínima brisa y vagamos por un territorio poblado por vegetales desprovistos de hojas formado por musgos y líquenes que lo cubren prácticamente todo. Tienen los más maravillosos colores que puedan imaginarse, combinados de las maneras más audaces que un plástico pueda imaginarse. Estamos documentando con fotos y videos este mundo tan contrastante con el que dejamos arriba de grises desabridos.
Medio Día.
Hemos almorzado a los 70 mts y estamos realizando caminatas por los alrededores recogiendo muestras. Dimos con los primeros especímenes animales del Valle. Tienen un color gris metalizado que no condice con el colorinche de los alrededores, miden casi 50 cm de largo y casi 10 de grosor, se levantan otros tantos del piso y se mueven a una velocidad asombrosa. Se mueven en parejas y no se alejan uno de otro más allá de una distancia prudencial. No tenemos intenciones de capturar ejemplares vivos, pero si de documentarlos con imágenes. Logramos pesar uno y lo liberamos inmediatamente. Era, quizá, el ciempiés más grande de todo el universo. El geólogo preguntó si la profundidad traería bichos cada vez más grandes, a lo que la bióloga contestó que por el momento lo más grande que se movía por los alrededores éramos nosotros. El tiempo y la profundidad le demostrarían que estaba equivocada.
El Estrato I continúa con una constante pendiente hacia la profundidad. Todo este recorrido que relato no es en línea recta, ya que dependemos de la reconstrucción electrónica que preparó la computadora y de un camino que permanentemente se reconsidera si algún inconveniente impide seguir el prefijado. Por otra parte, el descenso en zig–zag permite barrer mayor cantidad de terreno. Nuestros acompañantes son los ciempiés gigantes, siempre en parejas y tan escurridizos como de costumbre.
Media Tarde.
Hemos llegado a un abrupto filo donde la pendiente que veníamos recorriendo termina. El filo de que hablo se extiende hacia ambos lados en una amplia curva semejando un enorme teatro griego. La caída hacia la profundidad se hace ahora con una pendiente de casi 60%, impracticable para el todo terreno al menos donde nos hallamos. Estamos a 90 mts de profundidad y recorremos el borde del abismo buscando un posible descenso que la computadora anuncia a varios metros de distancia. Las nubes son espesas y la presión atmosférica ha variado desde que salimos del campamento de superficie.
Hemos encontrado el paso para trasponer el Primer Filo y nos movemos ahora por una cuesta muy empinada hacia lo profundo.
La vegetación es ahora absolutamente exuberante y rara, no solo porque es extraterrestre sino porque es anacrónica respecto del resto de especies de la superficie del planeta. No tienen flores, la bióloga asegura que pertenecen a la familia de los helechos, levantan casi un metro del suelo y alternan con los líquenes y musgos que empiezan a ralear. El silencio algodonado se interrumpe por momentos con ráfagas de lluvia que golpetea sobre los techos de los vehículos. La marcha es muy lenta, el terreno es accidentado y pedregoso, el geólogo dice que el filo pudo ser una falla donde el terreno se fracturó y bajó bruscamente durante la formación del valle.
La luz ha empezado a disminuir en la medida que ha avanzado la tarde, los colores han desaparecido del paisaje y todo es gris. Encontrar el paso a través del Filo nos ha llevado más tiempo del que pensábamos por lo que hemos decidido hacer noche en un rellano bastante amplio rodeado de peñas y helechos.
Noche.
Las nubes se han teñido de una opalescencia amarillenta, señal de que la luna brilla en el cielo; no obstante, la noche es tenebrosa alrededor nuestro. Estamos en un limbo sin distancias ni límites precisos, nuestro universo son los vehículos y un poco de suelo iluminado por la lámpara exterior. Hemos instalado una manga impermeable que conecta entre sí los dos todoterreno así podemos evitar las lluvias esporádicas que se descargan sobre nosotros. Algunos ordenamos notas y revisan equipos, otros entre tanto prefieren refugiarse en el vehículo libre y compartir una litera. Nadie se sorprende en estas circunstancias de alguna desnudez inesperada.
Media Noche.
El guardia de turno nos ha despertado a todos, inclusive a los de la litera y nos ha pedido que miremos afuera.
Nada agradable el espectáculo del exterior. Son repulsivas en su tamaño normal, así que imaginen babosas grandes como sandías dispersas por todos lados, subidas sobre el equipo que habíamos dejado en el exterior e inclusive sobre los todoterreno. Las mujeres asqueadas más que horrorizadas nos pidieron no abrir las puertas, por nuestra parte decidimos fotografiar y grabar desde las puertas laterales de los vehículos sin entrar en confianza con los visitantes. Al parecer por las marcas que dejaban en algunos equipos, la baba de sus rastros era corrosiva.
Probamos apagando la luz, pero indudablemente no era ese el factor de atracción, al igual que sus congéneres terrestres las babosas eran de hábito nocturno.
Día segundo.
Temprano en la mañana.
Hemos desayunado y hemos emprendido la tarea de limpiar el asqueroso resto de la visita de las babosas. La lluvia constante de esta mañana nos ha aliviado la tarea de sacar baba del equipo. Como supusimos es corrosiva para algunas pinturas lo que supone agresiva para la piel humana.
La bióloga, suculenta como las visitas de la noche pasada, encontró una babosa dentro de una caja de herramientas, el bicho debió investigar el interior y la caja se cerró encerrándola. No esperó para medirla y pesarla, la marca arrojó 8 Kgs y 65 cms de largo, enormes cuernos para ver y palpar y un cuerpo parduzco como el de cualquier babosa del universo. Seguimos sus “pasos” un trecho una vez liberada y no tardó mucho en encontrar un hueco entre las peñas donde refugiarse de la luz.
Continuamos camino siempre en descenso, esperamos arribar en poco tiempo a la “Planicie Media”, una especie de meseta de algo así como 1 km de ancho y a casi 190 mts de profundidad.
Han aparecido los primeros helechos arbóreos de casi 3 mts de alto, que están a medio camino de ser palmeras, las láminas que representaban los paisajes del carbonífero en la Tierra no pudieron estar más cerca de la realidad. Mi observación sobre el parecido con palmeras ha provocado comentarios adversos de parte del biólogo vegetal.
De las frondas de los árboles cuelgan hilachas de plantas aéreas, mientras que el suelo está cubierto de desechos vegetales. Las nubes se arremolinan y se desgarran por brisas de aire y de vez en cuando podemos extender la mirada a más de cien metros.
Las ráfagas de lluvia son fuertes y el agua forma charcos y arroyos que buscan la profundidad serpenteando por entre los árboles.
La selva se cierra por momentos y es difícil de transitar.
Medio Día.
El almuerzo lo hemos hecho fuera de los vehículos y bajo un gran toldo que nos protege de la lluvia y de los insectos grandes como pájaros que se estrellan contra el mosquitero. Me silban los pulmones desde que empezamos el viaje y ya no tenemos ropa seca que usar. El microondas nos soluciona el problema del calzado y de la ropa interior, aunque los técnicos de superficie nos imploraron no usar el aparato para secar ropa.
¡Han aparecido los primeros reptiles caminadores!. Son de un tamaño muy acomodado, no más que 1 m de altura, cola larga, andar en las patas traseras, manchas coloridas por el cuerpo, ojos vivaces e inteligentes y dientes como sierras en sus grandes bocas. Graznan como gansos pero no tienen nada que ver con nuestros impávidos reptiles terrestres. Se acercan con cautela y comen nuestras sobras. La bióloga las esteriliza con radiación ultravioleta para evitar la mayor cantidad de microorganismos extraños.
Es entretenido observarlos, se acercan con sigilo mientras no nos movemos, pero al menor movimiento brusco escapan para refugiarse entre las plantas. Cazan insectos de tierra y por supuesto las infaltables babosas. Las reconstrucciones cinematográficas que hiciera el cine a fines del Siglo XX no estuvieron tan lejos de esta versión metona de la paleohistoria.
La gran cantidad de insectos que muere enredados en la tela mosquitero ha surtido de especímenes a la bióloga, está complacida en no tener que matarlos, su formación académica se lo impide, su contextura física nos impide a los varones del grupo, concentrarnos en nuestro trabajo. La médica del grupo, teme por picaduras e infecciones por lo que ha prohibido salir del comedor sin repelente suficiente. No podemos negar que mientras no comparte la litera vela por nuestra salud.
Percibimos a lo lejos el sonido característico de una caída de agua, los mapas indican un río a unos kilómetros al sur y el fin de la Planicie Media. El experto en clima nos comentó que la planicie capta la mayor cantidad de agua de lluvia y que forma los principales afluentes de los ríos inferiores, el fragor lejano debe ser uno de ellos.
Avanzamos un poco más por la llanura y la selva se ha raleado, apareciendo otras especies más altas y novedosas. Acampamos a metros del Segundo Filo, el cual da paso a otro abismo no tan dramático como el primero aunque no menos inquietante, invertimos el tercer día entero en catalogar y hacer pruebas, ayudo intensamente a la bióloga en sus investigaciones y he instalado detectores en los bordes del Filo.
Lejos del fragor de la cascada que nunca vimos, el silencio se ha hecho nuevamente opresivo, salvo por las ráfagas de viento que susurran entre los árboles y que levantan las nubes para mostrar el paisaje maravilloso de la prehistoria. No obstante, esforzando el oído y con el equipo disponible, escuchamos por primera vez, una lejana voz viva en este mundo encriptado. Suena ahogada y asordinada, parece la sirena de una fábrica o de un barco en alta mar. Emite tonos altos y bajos con frecuencias constantes, como hacen los pájaros. Parece llamar y llamar lastimeramente sin recibir respuesta.
La bióloga conjetura que el animal debe ser muy grande por las características de la voz. Mientras gesticula con sus manos formando al animal en el espacio, yo miro maravillado su blusa entreabierta. Ella imagina un lento y pesado reptil y yo imagino compartir su litera si la doctora y climatólogo me lo permiten.
Suponemos que el dueño de la voz lastimera es terrestre y que no se mueve muy rápido, también puede ser acuático y estar en las aguas del Mar Interior. Tampoco vuela, eso le facilitaría trasladarse rápidamente de un lado a otro. El grito, según los equipos viene de por lo menos 10 kms de distancia.
Día tercero.
Temprano por la mañana.
“Los plegamientos que formaron el Valle de Niebla fueron concéntricos, de manera que cada formación se mantiene constante en todo el perímetro del valle y a la misma profundidad” dice el geólogo, agregando que es un caso por demás interesante y que el valle pudo tener origen volcánico. He notado por otra parte que pide constantemente al ingeniero en comunicaciones que revise el equipo de espectroanálisis, generalmente lo hacen juntos en el vehículo y se demoran bastante. La bióloga confirma mis sospechas y me reta por ser chismoso.
Levantamos campamento y emprendemos la marcha hacia el paso a través del filo. Traspusimos así los 190 mts de profundidad y entendimos al poco tiempo de descender el por que de las nubes arremolinadas, algo que el satélite no había detectado. A esa profundidad y como un telón que se levantaba, las nubes se estratificaban de nuevo y el aire bajo ellas, volvía a ser diáfano como en la superficie. El inmenso valle se abría en toda su amplitud y dejaba ver todas sus bellezas desde una panorámica inusitada.
Medio día
Colinas cubiertas de raros árboles sin flor, praderas de helechos bajos, gramíneas y juncos a lo lejos cerca del agua, árboles gigantescos hundiendo sus raíces en las marismas y por fin, el “Mar Interior”; prisionero en la profundidad entre las tierras bajas y morros cubiertos de selva; recortándose entre la vegetación y enmarcándose del otro lado de valle con el anillo de colinas y contrafuertes de piedra.
El teleobjetivo revela por primera vez los detalles que la distancia ocultaba. Increíbles y sobre todo vivos, porque allá a los lejos, anfitriones de aquel mundo olvidado, vagan de un lado a otro como hace 70 millones de años, los enormes reptiles prehistóricos que tanto habían dado que hablar a la Tierra en los finales del Siglo XX.
Tan lejos y tan escondido en el océano galáctico, un planeta gemelo del nuestro había preservado por un capricho geológico, lo que una catástrofe global había borrado de la Tierra millones de años atrás.
Hacia el Mar Interior fluyen los tres ríos hermanos, volviéndose perezosos en su último tramo por la pobre pendiente, sorteando los morros y contrafuertes, creando miles de lagunas y marismas, donde paseándose con el agua a medio cuerpo, buscan alimento los enormes reptiles anfibios.
Ya mar adentro, algunos lomos jaspeados de colores asoman fuera del agua, mientras que animales voladores picotean las pieles húmedas liberándolas de parásitos y algas.
El otro lado del anfiteatro natural revela una pradera continua y limitada en ambas direcciones por los morros y contrafuertes, separada del agua por unos cuantos metros de altura. En su vasta superficie verde se mueven algunos animales de tierra de cuellos cortos y escamas erizadas en sus lomos. En lo alto de las peñas que trepaban hacia las nubes, inmediatamente sobre la pradera, un sin número de seres alados revolotean sin cesar. Gran cantidad de nidos hechos de barro coronan las crestas de piedra y multitud de crías esperan los peces que sus padres sacan del agua con vuelos rasantes.
Durante horas nos agolpamos por turnos frente al teleobjetivo o frente al video, encontrando más y más maravillas en aquel mundo oculto. En nuestra permanente búsqueda hemos hallado al dueño de la voz distante y misteriosa. Se trata de un enorme animal de color gris azulado que pasta en la pradera distante. Sobre él se posa innumerable cantidad de seres alados, algunos con plumas y otros membranosos. Los emplumados son los parientes lejanos de las aves del Metón moderno, los otros, no han cambiado mucho respecto de los reptiles voladores que poblaron la tierra y que todavía pueblan este planeta.
El gigante de la pradera azota los pastos con su enorme cola, levantándola del suelo algunos metros, el cuello en el otro extremo de su cuerpo, remata en una pequeña cabeza donde dos ojos plácidos miran la distancia con desgano. El animal quizá no alcanza a percibir nunca la cantidad de seres que moran sobre su espalda, comiéndole los parásitos.
El grito lastimero se proyecta en el aire cálido del valle mientras el animal levantaba su cabeza para hacerse oir. Del otro lado del valle, con algunos kilómetros de mar y bosques de por medio, otro grito contesta lejano pero convincente. Nuestro héroe gira su cuello en la altura y hacia el origen de la respuesta. Después de algunos segundos su cuerpo inicia complicados y lentos movimientos para girar sobre si mismo y emprende la marcha hacia su destino. A su paso se levantan otros animales voladores que se ocultaban entre los pastos y muchos corredores que a saltos escapan del peligro de morir aplastados. Parsimoniosamente, con su nube de “pájaros” siguiéndolo, marcha en busca de la voz que le contestara desde tan lejos.
Durante el almuerzo, la bióloga dice que mi relato del “héroe de la pradera” es una interesante manera de combinar crónica con literatura. Yo le agradezco el halago y lleno su vaso de jugo. Me pregunta cuanto hace que me dedico a al periodismo científico y cuanto hace que estoy en Metón. Le contesto y repregunto otras pequeñeces hasta que la invito a caminar por los alrededores alejándonos del campamento. El relato se enriquecerá con sus comentarios y mi imaginación se desahogará en su litera, si a la noche me lo permite.
Narración periodística de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190. |