Muy pocos los han visto hender la arena y muy pocos lo cuentan. Algunos porque piensan que no trae buena suerte y otros porque esperan ansiosamente que terminen su labor para poder interpretar lo que la arena sostiene y luego borrarlo para atesorarlo como propio.
Durante la baja mar de las extensas playas del sur de Ijia, aparecen desde sus moradas ocultas, como fantasmas andrajosos con sus varas largas y rectas, dispuestos a desvelar el futuro, trazando complicados diagramas en la arena mojada, mientras el agua se retira obediente, muy atrás, esperando volver.
El tiempo es corto, tanto como el reflujo de la marea. Quienes lean los signos y dibujos tendrán que hacerlo rápido, llevando las formas y líneas en sus memorias para poder interpretar el destino cuando el mar se haya llevado los trazos.
No hay muchos de ellos y poco se conoce de sus vidas. Sus ojos blancos y vacíos confirman la ceguera desde el nacimiento y sus expresiones perdidas, la seguridad de que están mirando más allá de lo que otros ven.
Sus varas trazan seguras sobre la arena las imágenes dislocadas que ojos sin vista perciben del mañana. De vez en cuando, detienen sus tarea y voltean sus cabezas al horizonte como oyendo dictados lejanos. Tal vez no nacieron con ojos para poder oír lo que otros no oyen.
La arena hendida se levanta en un surco mágico que dibuja el porvenir con círculos, líneas y puntos combinados entre sí, hilvanando imágenes. Los escribientes trabajan en forma continua de izquierda a derecha, sin dudas ni esperas salvo las miradas sobre el borde distante del horizonte, ilustrando con un encaje de arena el festón eterno de las playas vacías. El mar paciente espera su turno para volver puntual y lamer las playas hasta la próxima retirada.
No hay testigos y los pocos intrusos observan ocultos y respetuosos porque si así no fuera, los escribientes dejarían su labor para desaparecer en sus cuevas y el futuro se perdería con ellos y con las olas ansiosas trepando por la playa.
Los oráculos de arena no perduran como otros y por lo tanto son los más respetados y codiciados. De lo contrario, qué sentido tendría la arena y no la piedra. ¿Por qué ciegos, porqué marginales y ermitaños, sin contacto con los otros hombres?
Durante su trance, algunos escribientes balbucean canciones extrañas que nadie conoce, sus letras incomprensibles no pertenecen a ningún idioma conocido y no hay escribientes en otras tierras fuera de Ijia. Allí llegaron con los colonos y allí fueron llamados a predecir, arrancando el futuro de la arena. Allí mueren también, siempre de viejos, sobre la tersa humedad de la playa, siempre escribiendo, algunos afirmados en sus varas en un último intento de terminar el dictado misterioso.
¿Quién habla desde el confín del mar y obliga a cubrir de viñetas maravillosas la costa despoblada del tercer continente. Quién guía las varas de los escribientes con miles de alucinantes diagramas que cuentan lo que vendrá?
¿Quién habla por los escribientes que mojan sus pies desnudos en la playa helada, para dejar tranquilos a los hombres que desde siempre, buscan en el presente la manera de descubrir el mañana?
26–06–94
18-02-00
Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2194.
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