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PAJAROS DEL OESTE.

Habían pasado casi cien años desde que los marinos heroicos, sin más que con sus naves minúsculas y veloces, habían rodeado el continente entero de Zelidar, demostrando que la tierra estaba confinada por el mar. Más allá de éste, nadie sabía lo que había y todos intuían que el océano no podía ser eterno porque durante el verano, algunos pájaros llegaban desde el oeste para anidar en tierras pobladas.
El mundo no podía ser enteramente agua, y quizás en el "Oeste desconocido", nuevas tierras esperaban al hombre.
Por el Este, las tremendas tormentas del mar Zélido, hacían imposible la navegación; el Norte y el Sur estaban amenazados por los témpanos flotantes a las pocas semanas de haber partido y sólo la Isla polar era accesible durante un corto período del verano. El Oeste era, si se atrevían, la puerta a otras tierras aunque la gran Zelidar aún fuera en parte desconocida.
Y se atrevieron. Con las minúsculas y veloces naves que apenas tocaban el mar. Esperaron esos cien años observando el clima, las mareas, los pájaros o los vientos y esperando angustiados a los viajeros que no volvieron. Un día que sería histórico en el calendario que el futuro traería, cruzaron el océano y llegaron a la tierra que les enviaba pájaros cada verano.
Llamaron a aquella tierra Ekluria, que en la vieja lengua continental significaba "utopia", no imaginaron que el descubrimiento era el primer paso en el camino iniciado.

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Abulorio bo Lij era un hombre de tierra firme y jamás había soportado el mar si no era desde la costa de su ciudad natal, extendida a lo largo del Estrecho Occidental, mirando eternamente a Kela, la ciudad vecina en la del otro lado de la franja de agua. El estrecho y las dos ciudades, eran su universo y sus límites desde la infancia.
Ese día Abulorio no miraba el mar sino que su vista se fijaba en la biblioteca de pergaminos mientras su mente buscaba la manera de trasladar aquel tesoro particular a su nuevo destino, tan lejano como desconocido.
Había contado los anaqueles romboidales una y otra vez para estimar el número aproximado de rollos que poseía, había imaginado el volumen que ocuparían todos juntos y la cantidad de arcones que necesitaría para guardarlos y temblaba al pensar en la humedad marina que acecharía durante toda la la travesía. Alejaba al respecto, cualquier imagen de un naufragio pero sus temores volvían a formarlas nuevamente.
El otro problema que debía resolver era qué hacer con la tablillas cerámicas; eran reliquias, no podría moverlas. Las dejaría en la Biblioteca de Lij, si bien el las había descubierto y tenía el derecho de poder guardarlas a su cargo; la propiedad absoluta era de la Biblioteca y en definitiva de la comunidad de Lij. Nunca podría sacarlas de Zelidar si la Drima no se lo permitía.
Pero lo pergaminos... qué haría con ellos, cuánto costaría trasladarlos.

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Volvieron tan solos como partieron, con animales y plantas exóticas, potenciales riquezas minerales, joyas en bruto que la tierra nueva tenía a flor de piel, pero no encontraron hombres sobre la costa del nuevo mundo.
Se adentraron en las suaves llanuras de Ekluria hasta las primeras sierras y montañas. Buscaron asentamientos humanos en el sur y al norte del desembarco. Fundaron el primer fuerte de avanzada en la tierra desconocida, dejaron dos naves en el primer puerto improvisado y retornaron, los destinados a hacerlo, con el cargamento de novedades y las cartas y recuerdos de los que se quedaron en la nueva tierra.
La Drima recibió la comitiva con honores y pompas ceremoniales. Los regentes dictaron cartas de fundación y el aparato institucional comenzó a organizar los nuevos viajes de "conquista", aunque la palabra no tuviera esa exacta acepción el la lengua de Zelidar.
Muchos barcos cruzaron desde entonces el océano, en ambas direcciones. Los pájaros los siguieron en sus migraciones anuales.

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El reloj de agua dio el medio día. Era tiempo de calor y el sol brillaba enorme en el cielo diáfano sobre el estrecho. Su esposa le avisó del almuerzo no se hizo esperar para comer.
__Qué hacer con ellos ?__ Se preguntó distraídamente.
__Con quienes ?__ Respondió la mujer sentándose a la pequeña mesa de madera.
__Los pergaminos !__Dijo, como si su mujer supiera de que se trataba.
La mujer dudó un instante, sirvió agua en los vasos de cerámica y vino, solo para su esposo, en otro vaso de metal. Dejó la jarra sobre la mesa y mirando seria pero comprensivamente a su esposo le dijo:
__Nadie se hará cargo de ellos si no es a tu propia costa. Quedamos en que una vez en aquellas tierras esperaríamos para poder llevarlos.
__Esperar ?. Y que haría entre tanto sin mis pergaminos, cómo estudiar. No hay bibliotecas allá.
__Qué más puedo decirte, la Drima no pagará los fletes. Habrá que esperar.
Abulorio chasqueó la legua protestando, se tomó el vino de un solo trago y dejó el vaso sobre la mesa de un golpe. La mujer entendió una vez más el dolor de su marido no solo por tener que irse sino también por tener que dejar su más querida pertenencia, la biblioteca.

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La Drima decidía cosas y encontraba siempre a quien encargar la ejecución de esas decisiones. En este caso, el primer asentamiento en las nuevas tierras era un acontecimiento extraordinario y la Gran Drima Continental había destinado a la de la Región Occidental a preparar la empresa con la mejor gente para el caso. Abulorio era uno de los encomendados. Era geómetra, arquitecto, cartógrafo y tenía además capacidad para trazar ciudades.
Abulorio había sido además alcalde de su ciudad, la había embellecido y hasta había alcanzado a dictar normas de crecimiento, cuando la entonces aldea se transformó en el puerto mas importante del oeste del continente.
Ahora debía marchar a Ekluria, como la habían llamado los mismos marinos que la encontraron, a poner estacas, a trazar plazas y calles y a cartografiar las vastas tierras solitarias del oeste. No imaginaba que su nombre quedaría escrito en la Historia, como el del fundador de la primera ciudad eklura en el legendario Siglo I de la Expansión.

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Podría partir con algunas pertenencias mínimas, pocos muebles, su ropa, algunos libros indispensables para su trabajo, además de lo que su esposa necesitara para el viaje. El primer grupo de fundación lo integrarían diez barcos y en el iría el grupo elegido. Dea, su mujer, era hábil con las siembras, no iría solo de acompañante, llevaba su talento y conocimientos, sus mejores apuntes y libros, sus semillas seleccionadas y dos asistentes en el tema.
Muchos amigos irían con ellos, no estarían solos ni mucho menos, no era un exilio humillante, no era tampoco forzoso, podía negarse al ofrecimiento, pero conocía los códigos de honor que la Drima manejaba. No tendría mucho tiempo para sentir nostalgia de Lij y del mundo conocido y trabajaría mucho civilizando aquella tierra, hasta ahora vacía , donde tal vez existieran otros hombres que como ellos, creyeran estar solos en el mundo.
El tiempo corroboraría la soledad intuida, porque Ekluria estaba despoblada de hombres de costa a costa, como en el comienzo lo había estado Zelidar. Pero esos pensamientos eran lejanos como el destino más allá del mar. Lij quedaría allá, con los rollos de pergamino en los anaqueles, esperando por el traslado, y él, en la nueva tierra, con el tiempo a cuestas, extrañando el olor resinoso del papel de fibras de "tisga", su mesa de trabajo frente a la ventana sobre el estrecho y las miles de atardeceres contempladas desde ella.
La Drima no entendería de nostalgias, tampoco se movería de la Región Occidental; esperaría novedades el tiempo necesario y enviaría un grupo de observadores cuando estimara que hubiera habitaciones medianamente confortables para ocupar.

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Abulorio dejó pasar la tarde casi sin hacer otra cosa que mirar por la ventana. Imaginó entonces otras atardeceres que nunca volvería a ver; la de las oscuras aguas miradas con los ojos de la partida; la del perfil brumoso de Kela, del otro lado del estrecho, cuando se sabe que no se la volverá a verla brillar con el sol del amanecer; o la de los pájaros del oeste cuando lleguen extenuados y él no esté para recibirlos.
La ventana se oscureció y Kela se encendió de antorchas allá lejos, los espigones del puerto a los pies de Abulorio respondieron al brillo lejano con otras llamas movidas por el viento.
Una pequeña lámpara de aceite brilló en el nicho de la pared iniciando el tiempo nocturno.
Dea entró en la habitación y se detuvo en el vano de la puerta, recortada contra la luz de la otra habitación. Miró a su esposo sentado a la mesa frente a la ventana y espero discretamente que su hombre saliera de su ensimismamiento.
Abulorio dirigió su mirada hacia ella y aún con la tenue luz, la mujer percibió la sonrisa de su esposo. El momento se alargó junto con el atardecer y al cabo de instantes él volvió a mirar el exterior penumbroso y con expresión resignada dijo:
__Seguramente en aquellas tierras todavía hay luz.
__Sí.__Agregó ella.__Es seguro. Y suavemente cerró la puerta tras de sí.

1990. Revisión 2015

Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.

Texto agregado el 29-01-2006, y leído por 1055 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
23-02-2012 Fascinante, tienes esa forma maravillosa de transmitir lo que escribes. Te soy honesto lo volveria a leer.***** esclavo_moderno
13-07-2011 Me dejé llevar por este atrapante relato. Gracias. Faluu
02-10-2010 Ni hablar.Espectacular. Filiberto
19-08-2010 Dos cosas: Primero, excelente historia. Segundo, admirablemente escrita, con la fluidez que tienen los textos bien trabajados. No sé si te resultó fácil o difícil escribirlo, pero en cualquier caso es evidente que disfrutaste haciéndolo. Un abrazo. Jorge. volpi
06-04-2010 hummm buena narracion. luisgerminalmunozsalvador
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