PRESENTE PASADO
Se ríe, lágrimas salen de los ojos felices de Clara, sin asomo de preocupación alguna, al no tener ni la menor idea de que dentro de quince minutos con cuarenta y tres segundos, cuando salga de la clase de literatura, su novio la estará esperando a la puerta de la Prepa. Él, casi al desmayo al enterarse que su querida novia estaba esperando un hijo suyo, la interrogará cruelmente si está ella segura de que él es el padre: "¿cómo puedo estar seguro?", le dirá el cobarde tipo, dejándola llorando y con terribles tormentas eléctricas dentro de la cabeza. Decidiría ir con su amiga, aquella amiga que hacía ya dos años que no tenía la necesidad de acudir a ella. Le pediría de las blancas, de las anaranjadas, de las rojas, de todo lo que tuviera disponible por el momento. La amiga; que por cierto, estaba tan solo un par de meses de parir a una criatura que moriría a las pocas horas de nacido, por las continuas sobredosis de su madre; le daría todo por mitad de precio, dándole un sermón sobre la amistad, diciéndole que podría contar con ella. La invitaría a pasar. Beberían vino, tomarían y tomarían hasta la inconciencia.
Clara despertaría sólo para darse cuenta que su panzona amiga la habría dejado sola en la decadente morada, con tres líneas de cocaína sobre la mesa, listas para ser aspiradas por su embriagada nariz. No podría rechazar tan tentadora oferta, en recuerdo de aquellos oscuros momentos de perdición que pasó hacía un par de años. Cuando sus supuestos amigos la emborrachaban para satisfacer su sed carnal. Cuando la cerveza ya no fue suficiente, comenzaron a probar suerte con marihuana, coca, entre otras muchas cápsulas y pastillas que la llevaron una lluviosa y fría noche, al borde del suicidio. Fue encontrada con un suspiro de vida tirada en su cuarto. Un lecho de sangre propia la sostenía, quizá esa sangre fue la que la mantuvo con vida, ese cálido olor carmesí que acariciaba áspero sus dopadas entrañas. Su madre, con la visión obstaculizada por sus propias lágrimas, la cargó con la ambulancia en la puerta de la limitada casa. Su padre nunca se enteró de todo, porque dos noches antes, se había largado de la casa para vivir con su querida, que para esa fecha, llevaba poco más de dos semanas y media de embarazo, pariendo a su debido tiempo a un pobre bastardo que sería abandonado por sus padres a las puertas de un orfanatorio de mala muerte, en una de esas noches que helan los huesos de cualquier individuo, y que de vez en cuando cortan la vida de bebés indefensos a las puertas de ciertos orfanatorios.
El cuerpo de Clara siente unas gotas que caen sobre él, siendo la mamá de Clara la que llorase sus pesares sobre el inmóvil, pero aún vivo, cuerpo de Clara durante todo el camino al hospital. Aún sin poder, o sin querer, creer que su hija, la hija de Dolores Castellanos, que a la edad de Clara había sido elegida reina de su generación de la Preparatoria Número 5 de Guadalajara: era la más popular, la más buscada por los estúpidos jovencitos que se arrastraban por montones por las frías paredes de la escuela. Y no sólo eso, Dolores Castellanos había sido también el segundo lugar en aprovechamiento académico de su generación. No podía haber mujer más perfecta. Pero, era grande su pesar al darse cuenta de que su vida había caído al fondo del alto precipicio de autograndeza, sobre cuya cumbre había descansado a lo largo de toda su vida. La caída no había sido nada placentera. Su espíritu se había fracturado todos y cada uno de sus efímeros huesos, quedando al borde de la muerte.
Su autoestima al ver a su moribunda hija estaba más por debajo que su cuerpo al fondo de aquel alto precipicio: primero, el abandono de su esposo, y ahora el casi suicidio de su única hija. ¿Qué iban a pensar sus amigas? Moriría de vergüenza si éstas se llegasen a enterar de todo.
Bajaron a Clara de la ambulancia, llevándola a cuidados intensivos, la entuban, le colocan su mascarilla de oxígeno, le toman el pulso y la presión arterial y demás procedimientos hollywoodenses que se aplican en toda sala de emergencias.
La pasan a otra cama. Han pasado dos años y fracción desde aquella vez. Una cama fría, larga y en forma de cajón sostiene su cuerpo.
Hora de defunción: 11:30 pm.
Ya es la 1:51 pm del día siguiente. Su mamá está platicando con una de sus amigas sobre la buena hija que su niña es, y del gran esposo que su compañero fue antes de fallecer dos años atrás.
Sergio Covarrubias
|