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Nunca pude entender todo lo que me decía. Esa manía de vivir metido entre libros que llenaban la atmósfera de fantasmas caminantes que sólo eran vistos por seres ajenos a la propia vida.
Su existencia estaba marcada por personajes oscuros, lugares inhabitados e historias que sólo podían encontrarse en los rincones más apartados de la biblioteca. Lo recuerdo bien… buscaba un libro acerca de los ritos de la muerte en la región media de África, cuando lo vi allí, en una silla, ensimismado en su libro de artes oscuras. Un rayo de luz aparecía levemente por la ventana era como si estuviera recibiendo el poder de un dios sobrenatural que lo llenaba de fuerzas para acabar con la triste sombra que rodeaba su alma.
Seguía pensando en los ritos africanos para la muerte y pasaba la mirada por toda la estantería, hasta que llegué al lugar donde podía divisar cada una de sus facciones y sentir su pesada pero palpitante respiración; y aunque mi mente estaba en los libros, mi atención seguía posada sobre ese ser que debía tener la historia que necesitaba escuchar; había estado en una de mis clases y desde entonces no había podido olvidar esa fría presencia.
-oye!- escuché por un momento, me había quedado petrificada mirando en su dirección, ahora estaba en frente de mi hablándome. -¿qué?- respondí con un tono despectivo como si le quisiera restar importancia al acto anterior; -¿necesitas el libro?- volvió a hablar esa cruda voz; -eeeh! No!- respondí firmemente, y entonces volvió a hablar –sirve para tu clase…- cuando quise responder había desaparecido. Pensé –me recuerda- pero ahora yo ya no podía recordar porque estaba allí.
-¿lo leíste al fin?- resopló una voz detrás de mi, sentí frío… sabía que era él otra vez pero ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había visto… tardé en responder –si gracias- sentí que el tiempo se había detenido… sentí que los relojes no sonaban, ni se movían; que las nubes no viajaban en el cielo azul de aquel día; que los pasos al andar se trasladaban al vacío. Tenía mi mirada fija en él y antes de que desapareciera por enésima vez pregunté: ¿Cómo te llamas? Y con una leve sonrisa que más parecía el rostro sonrojado de una cara pálida y que sin sentido ahora cambiaba para volverse amable -...- finalmente respondió, me sentí aliviada y a la vez nerviosa por lo que pudiera seguir… luego un -¿y tu?- rompió el silencio bruscamente; no sabía si debía responder a un momento que nunca imaginé podría pasar; un momento que bien podría haber durado toda la eternidad esperando a que alguno de los dos dijera que su rareza era como átomos negativos que se ven atraídos por los positivos y que, al estar juntos, todo regresa al punto neutro como en el nirvana… un estado en el que al sentirse todo se siente nada o al pensar en la nada se ve el todo… -…- alcancé a decir en un susurro… asintió y al despedirse, todo volvió a ser como en un día normal.
Y así transcurrieron los calurosos minutos de una historia que aunque no era la que yo esperaba tampoco quería que terminara así.
Ese día parecía lluvioso; me hacía falta algo, algo que no podía tener; algo que ya no podría encontrar; ese algo frío y húmedo que hacía que mi vida tuviera el sentido amargo y hermoso que le faltaba. Ahora me encontraba frente a él, o lo que quedaba de él… ya no sentía que las pequeñas gotas que caían sobre mí pudieran causar algún efecto; ya no podríamos hablar por horas o cruzar esas miradas que en la oscuridad transmitían una pequeña luz fugaz que hacían revivir los viejos espectros que danzaban a nuestro alrededor.
Ahora su cuerpo yacía en un pedazo de tierra sin poder ser contemplado por su alma guerrera que había compartido el más grande de todo los secretos imaginados por el hombre –o en este caso sólo por él- el único hombre que había recorrido los rincones de la vida de la mano de un libro y una figura halada… la inmortalidad.
Una inmortalidad festejada sólo por un recuerdo… el último beso antes de despedirse… para siempre. |
Texto agregado el 29-01-2006, y leído por 97
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Lectores Opinan |
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29-01-2006 |
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mas parece un cuento-prosa, su singularidad me gusta....pero quede con gusto apoco. calostro |
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