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« VIAJES EN COLOR SEPIA »
( Crónicas de un viaje por España de hace un siglo )

mariodelafuente@chile.com

« ALICANTE »
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Una aldea morisca en la moderna España. Es un canicular día de agosto. Sobre la pelada, árida desolación de la tierra, el aire arde y reverbera. Bajo la abrasadora bóveda azulada, el día parece desfallecer de cansancio. Después de largas horas de caminar bajo un sol de fuego, algo sorprendente aparece a mi vista….¿ Es acaso un espejismo, miraje encantado, ilusión de mis sentimientos?, ¿Es una ciudad transplantada aquí de las costas de Marruecos por un fenómeno de óptica?, ¿Será acaso una Fata Morgana?. No, es realmente una ciudad, sin embargo parece imposible, no desaparece al acercarme, es algo muy extraordinario. Un montón de casas blancas, cuadradas como dados, arrojadas aquí, al costado de una montaña.

Aquí, el todo natural, geográfico, de la provincia de Alicante es sustancialmente paisaje. Aquí suelo y cielo, conforman un absoluto físico estético, haya o no sujeto que lo contemple, devenga o no objeto de meditación para una conciencia con pretensión de comprenderlo o trascenderlo.

La palabra poética no lo crea ; lo revela. Y, si brota del veneno más genuino del alma puede ser eco de la emoción del paisaje y aún coincidir con ésta, abandonándose místicamente, lo que la haría partícipe del prodigio: el espacio se transfigura en luz; el tiempo, en sueño.

La filosofía y la historia, la razón y la voluntad, si poderosas y determinantes en sus orbes, discurren aquí por cauces marginales.

La poesía más cercana, baña el todo, y, de la caricia, se alza la música.

El paisaje alicantino, donde la fugacidad se detiene, no agota su energía creadora de éxtasis de naturaleza, sino que genera manantiales de múltiples formas de hermosura.

El pasado, tan vivo, tan ornamental en otros, es aquí un fluir dormido en presente continuo; y tampoco hay un mañana que el hoy altere, pues toda la belleza es acto y plenitud desde su origen.

Memoria de sí, como ninguna, este paisaje rechaza el frágil recuerdo y lo sepulta en el monumento que él es por antonomasia: suma de todas las categorías históricas, éticas y estéticas.

Insistamos en que tan entrañable paisaje quebranta cualquier lamento o evocación nostálgica de lo que fue, así como trunca el más audaz canto de lo que puede o ha de ser. Es un himno de un hoy, de un ser en presente, sin día ni noche. Sólo himno de tierra y ala.

Si análoga, la historicidad que en él habita nos llega transfigurada en el cáliz de una palabra, cifra de todas las palabras: libertad. Verbo del paisaje alicantino.

Pero libertad vale por clasicidad. Los tiempos no pasan: son más leves que la brisa; los espacios no ahogan, son más libres que las águilas.

Admírese destacados los camposantos, suspendidos en el azul; las cúpulas, brizadas por el céfiro; los campanarios, saludando amanecidas.

Escasez de monumentos en la tierra de Alicante. Sí, No ha habido aquí Edad Media, la edad de las catedrales; ni Renacimiento: No podía haber Edad Media junto al Mediterráneo, el mar férvido de las pasiones….ni Renacimiento. No necesidad de Renacimiento. No muere para nacer otra vez. Siempre continuidad del griego primitivo; siempre en contacto, al aire libre, con la madre naturaleza.

Y si tanto el medievalismo como el renacentismo , ni necesarios ni pertinentes respecto a la provincia alicantina, cruzaron la sobrehaz de este paisaje sin dejar huellas en él, ¿ quedó, acaso, prendido algún suspiro del nocturno Romanticismo?.

Un hálito de la divina Grecia flota sobre sus campos y sobre sus poblados exultantes y claros de la tierra de la elegancia y de la luz, la del romanticismo histórico, quejumbrosa y suicida, en la que se resalta la incapacidad humana para la coincidencia la persona y la incapacidad poético plástica para la creación del artístico cristalino, vigilante del romanticismo eterno o español.


La geografía de esta provincia no es para el sueño romántico; sí, en cambio, para el destino corporal, encarnado en laderas y riachuelos, en ardentía de secanos y frescura de playas.

No es el aire color de tierra, como en Castilla; ni huerta barroca, como en Valencia o Murcia. El aire alicantino es libérrima sensualidad de mar y majestad de montañas : aire que al todo anima, crea y recrea.

Alicante es como una montaña, como un río, como un valle elementos geográficos de esta tierra. La capital, Alicante, con las banderitas blanca y azul que la caracteriza, Benidorm, Altea, Villajoyosa, toda la Marina, Orihuela y su huerta. Opulenta y religiosa.

¿Y tierra adentro?, nos reciben con los brazos abiertos, cordiales en Novelda, Monóvar, Elda, Petrer, Sax y Villena. ¿Y sus viñedos y castillos?,¿ y sus cañadas, llanuras y alcores?. ¿Quién transformó en palabra esta magna sinfonía de lo evanescente?.

Plétora de grises. La tierra de suavísimos grises; en pleno día el calor, por la fuerza del sol, desaparece en absoluto; todo es una vaguedad cenicienta. No hay gradaciones ni tonalidades…Y en el crepúsculo, el concierto de los grises en maravilloso…Grises rojizos, grises verdosos, grises azulinos, grises morados, grises violetas. Y por añadidura, cerritos rojos, amarillos, blanquecinos. Cerritos lisos, pelados, desnudos, rasos.

Toda la naturaleza en su virginidad se bautiza , toma nombre , adquiere sentido y forma permanente de belleza en la costa alicantina.

Aquí, cada pueblo es un latido del inmenso corazón desgajado, deslumbrado, alucinado de este milagroso monumento de arcos matutinos, de caudas vesperales, de vientos pastoreando sierras encantadas: es increíble. Clave de la máxima pureza, de la realidad insondable del paisaje en sí, que finamente amolda su gente.

Cuento aparte es la selva de palmeras de Elche, es la única en Europa con más de 115.000 ejemplares. Es también herencia de los moros. Ellos las plantaron. Desde cinco kilómetros de distancia trajeron el agua para convertir el desierto -que no era otra cosa-, ni es tampoco ahora la región de Elche ( Elx ), - en un verdadero oasis. Para crecer la palma necesita agua, sólo cuando sus raíces tienen agua puede elevarse orgullosa en la altura, y aquí por años y años no cae una gota de lluvia. Admirable en la vista que ofrece la ciudad cuando se la mera desde la torre del templo : sobre los techos blancos rojizos de las blancas casas , se inclinan las copas como formando un baldaquín. Más allá de la selva de palmeras la llanura árida, gris amarillenta, rodea esta isla de verdura. Y más lejos se divisa la azulada magnificencia del mar Mediterráneo. ¡ La vida y la muerte unida en estrecho espacio! . Así es Alicante.-

Texto agregado el 29-01-2006, y leído por 164 visitantes. (0 votos)


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