"UN CUENTO CON OLOR A CAFÉ"
Mientras te buscaba sin encontrarte, tu mano recaló en mi hombro con la seguridad que ansiaba:
- ¡Hola! Estabas aquí... - Ante mi propia sorpresa, el tono de mi voz expresaba tanta emoción como si comentara: ¡Mira! Parece que va a llover...
Luego, por un mutuo acuerdo sin palabras, rehuimos todo comentario acerca de cómo nos sentimos. Nada que exceda el hiper manoseado - ¿Cómo estás? - seguido de un escueto - Bien.
El "gracias, ¿y tú?", se nos atrofia en la garganta, pues algo impreciso me alerta que huele a problema. Con la percepción tácita que brota del dolor, intuimos que es peligroso adentrarnos un poco más abajo de lo que nos delinea la superficie. No vaya a ser que por culpa de una insignificante pregunta, corriente, repetida hasta el cansancio por cientos de personas en millares de momentos similares a este, se nos quiebre este falso dominio de sí mismos y todo se desmorone frente a nuestra desolada mirada, que mutaría en cosa de segundos, del asombro a la desesperación y al desconsuelo.
Son cosa de temer las palabras... tan simples y complejas como el ser humano en sí.
Y aquí estás tú, sentado frente a mí, protegido en una supuesta calma y escogiendo -cómo debe ser - las palabras precisas que nos conduzcan a un tema neutro, libre de exaltaciones y conflictos. Algo que suene un tanto banal, pero, que a la vez, mantenga un nexo sobreentendido entre nosotros. Algo sencillo, que pueda llenar un trozo de tiempo con olor y forma de pizza y que nos incluya a ti y a mí, sentados uno frente al otro, en este patio de comidas que se me antoja desproporcionado e inmenso. Nada más que un anexo innecesario para un instante que necesita de cualquier excusa para sobrevivir. Tan innecesario e inmenso como el espacio pendiente entre tú y yo.
¿Por qué serán tan anchas las mesas de los cafés? Esta en particular, tiene la inutilidad y la falta de gracia de las cosas desechables. No me provoca otro pensamiento que no sea: "Está de más...", especialmente en esta ocasión, está de más. Absoluta e innegablemente; tanto como los tópicos de que nos servimos en este momento. No somos más que esto: náufragos de un espacio propio, en donde las palabras no nazcan forzadas por la necesidad imperiosa de prolongar un poco más este pedazo de tiempo que huele a café y a fritura, y tiene la forma mezquina de un pequeño triángulo de pizza.
- Y a ti... ¿qué te parece? - Me escuchas con atención - así me lo parece - y te lo agradezco y me explayo en elaboradas respuestas que no son más que nuevos elementos catalizadores para este cuento forzado. Los elementos que logran retardar un poco más la trama, el desarrollo y el desenlace: el temido momento de marcharnos.
Y te hablo, te pregunto, te respondo, te discuto, te propongo, mientras lucho con todas mis fuerzas y maestría de lenguaje, para que no asome el "trassentido" del "traslenguaje". Siempre ha sido así entre nosotros... siempre fue decir una cosa por otra... y esta vez, no es la excepción.
Y desearía una vez más, dejarme arrastrar por mis impulsos y parar el análisis de estos textos, varios de los cuales, ni siquiera resisten un análisis, y decirte: "Para... ¿de verdad es importante esto, aquí y ahora?" - Podría hacerlo, pero todo se desvanece ante la anchura sin sentido de esta mesa que nos mantiene a cada uno en la orilla opuesta de este río de palabras que se desbordan entre nosotros arrastrando un alud de conceptos en donde, paradójicamente, lo más importante, son los silencios. El leve instante en que puedo sumergirme en tus ojos para susurrarte sin palabras que todo está de más y que al mismo tiempo, lo necesito desesperadamente.
Que no tiene sentido lo que hablamos, pero, ilógicamente, necesito beber de cada palabra, y que no tendríamos que estar aquí... pero, por fortuna, podemos estarlo. Y que me parece una tortura el tenerte ante mí sin poder tocarte y abrazarte hasta confundirme contigo, pero, si no tuviera esta oportunidad de robarle al tiempo este mezquino triángulo de minutos, estaría muriendo de añoranzas por ti.
- Y tú... ¿por qué no me ayudas amor... por qué no sacas tu lápiz y sobre esta misma servilleta orillada de rojo, rehaces de una vez todo esto?.
Empieza por desaparecer las gentes y toda su ruidosa algarabía. Luego, atenúa de a poco las luces hasta lograr la semi penumbra en que me gusta amarte. Acalla el bullicio reinante y sintoniza en los parlantes la canción que a ti te gusta. Cierra todas las puertas poniendo un "close" sobre el papel, y después, con un trazo enérgico, borra esta maldita mesa de entre los dos. Tenemos los asientos y el suelo, ¿para qué más?. Luego, deja fluir las palabras que aguardan en tu garganta; aquellas que no tienen un sonido definido: son mezcla de susurros y gemidos, de deseos contenidos que se expresan de la mejor manera: con el lenguaje de tu cuerpo en mi cuerpo.
Así, descifremos uno a uno los códices atados en nuestra piel, y al fin, sincerados con la vida y con nosotros mismos, pongamos punto final a este cuento que huele a comida y café, y que por cobardía o falta de imaginación, nunca pudo ser.
Amanda Espejo
Quilicura, 26 - 8 - 05
|