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En el aeropuerto, a su regreso de la ciudad de Toronto, Julisa es cateada y revisada por posible posesión de droga, una vez más. La policía, por fortuna, no le encuentra nada. Ella me llama a la casa para que la pase a recoger, es casi la media noche. Yo no estaba al tanto de que anduviera de viaje. Ya no soporto todo esto, de alguna manera tiene que acabar.

Durante el transcurso a casa Julisa me cuenta, como ya es su costumbre, otra más de sus mentiras: “Estaba en un seminario de negocios en Toronto; fui con unas compañeras de trabajo”—me dice. Permanezco callado, pero furioso. Sin embargo, no estoy enojado contra ella por lo que está pasando, sino conmigo mismo. No puedo seguir permitiéndome ésta molestia, a cada vez que ella se mete en problemas. Con todo, no me puedo alejar de ella, así nada más, por mucho que quiera o trate de hacerlo.

A Julisa la vine a conocer cuando menos esperaba, y ciertamente cuando yo menos quería saber nada acerca de las mujeres. Sólo necesitaba un poco de paz y quietud en mi vida después de haber terminado con mi novia anterior. Julisa era una joven brillante, bajita, alegre y llena de vida cuando la encontré por primera vez; un poco rolliza y tal vez muy joven para mi gusto, pero muy simpática, sin lugar a dudas. Sólo tenía veinte años, yo era un poco mayor que ella. Cuando la vi de lejos, no le puse mucha atención, pero media vez estuvimos más cerca, no pude dejarla pasar inadvertida. Cuando la miré a los ojos, me embelezó; y con esos sus ojos brillantes color castaño, me atrapo para siempre.

Resulta que ambos estábamos en el mismo evento cuando nos conocimos: era una venta especial de libros de ocasión, en el sótano de una Iglesia cercana. Fue un caluroso día de verano a finales del mes de Julio, pero en los interiores de la Iglesia, todo era fresco, agradable. Ninguno pareció notar la presencia del otro mientras esperábamos afuera a que abrieran las puertas. Pero una vez que estuvimos dentro y comenzamos a rebuscar entre las pilas de libros, bellamente acomodados sobre las mesas, de alguna manera sentí un aura de energía resplandeciendo a su alrededor. Ella me miró y yo también la miré, como si nos hubiésemos conocido desde hacía mucho tiempo. No había realmente nada de extraordinario en la manera que nos encontramos, excepto ese flujo de energía que sentí emanaba de su presencia.

—¿Has encontrado algo interesante, hasta ahora?
—Oh. La verdad, sí. He encontrado algo: un par de novelas y dos libros de texto.
—Y los libros como de qué, ¿Economía, tal vez?
—Bueno, no exactamente, pero casi adivinaste: Mercadeo y Administración—dijo, sonriendo. Pero los libros están en muy buenas condiciones—me los pasó para examinarlos.
—¡Están perfectos!—le dije. A propósito, mi nombre es Raymond. Encantado de conocerte.
—Julisa. Mucho gusto, gracias. Y tú, has encontrado también algo bueno?
—Bueno, no exactamente lo que andaba buscando, pero… sí, es algo bueno, seguro.
—¿Y qué es eso?… Algo así como: ¿‘Cómo Satisfacer a una mujer en la Cama’? Ja, Ja, Ja.
—La verdad, yo no creo que me haga falta un libro para saber eso, honestamente, pero…
—Wow. Eso sonó un poco… arrogante, ¿no crees?
—Te lo puedo mostrar, si gustas…
—Ja. ¡Eso sí que es más arrogante, todavía!
—No. Me refiero a que te puedo mostrar el libro. Es una edición original de ‘La odisea’, de Homero, firmada por el mismo autor.

Ambos estallamos en sonora risa. Y así comenzó todo. Irrumpimos cada uno en la vida del otro, tan fácil como se emite un saludo.

Julisa estudiaba el último año de preuniversitario, mientras trabajaba por las noches como mesera en un bar; ganaba muy buen dinero. Ella planeaba entrar a la universidad y conseguir un buen trabajo en una compañía de Marketing. Decidimos mudarnos a vivir juntos después de casi un año de estar saliendo juntos; entonces ella comenzó a comportarse más inquieta y activa que nunca. Se inscribió en un gimnasio, se puso a dieta y bajó varios kilos, cambió su color y estilo de peinado y se compró ropa nueva, inclusive un auto. Todo estaba cambiando, tal vez demasiado rápido.

No obstante, el lado romántico de nuestra vida amorosa, no pareció ser afectado por el apresurado paso del tiempo. Siempre que hacíamos el amor, nunca fue tedioso o aburrido. Por el contrario, cada vez que estábamos juntos en la cama, siempre había algo nuevo y excitante: flores, luces discretas, una cena suculenta o música suave. El delicado aroma de su perfume quedó impregnado en las sábanas y en cada una de sus prendas; suspendido en el interior de la habitación, como delicada niebla seductora que aún martilla mis sentidos. La elasticidad y la grácil soltura de su cuerpo, efectuaba contorsiones imposibles de concebir en mi mente. Sus movimientos eran sensuales y parsimoniosos. Las noches se nos hacían eternas. Todo era fabuloso, hasta entonces.

Algunos meses después, cuando cambié de trabajo, aún más exigente que el anterior, ella pareció caer en un estado de depresión. Siempre decía que estaba cansada. Sus ojos denotaban fatiga, como si no hubiese dormido lo suficiente la noche anterior, y la anterior a esa, y también la precedente. Debí haberlo notado de inmediato; hacía tiempo que había dejado de estudiar en la universidad, y que no trabajaba ni en marketing, ni tampoco de mesera en el bar, sino como bailarina.

La diferencia de horario de nuestros trabajos, y las exigencias de los mismos, estaban interfiriendo seriamente nuestra relación. Apenas si nos veíamos las caras; parecímos como dos perfectos extraños durante un buen tiempo. Sus ausencias entonces se hicieron habituales, así como también sus mentiras: viajes de negocios, reuniones, presentaciones, conferencias y reuniones de amigos; siempre que regresaba a casa, con frecuencia llegaba pasada de tragos. Me sentí tan avergonzado. Lo que ella en realidad estaba haciendo, era presentarse a las audiciones para los espectáculos de baile en cabaret. Julisa deseaba tener su propio show, yo deseaba tenerla a ella. Me sentí como si fuera un pobre viejo que estuviera viviendo sólo, una vez más. Mientras lloraba por mi soledad, ella luchaba por obtener fama y fortuna… y en cada oportunidad que tenía, la aprovechaba para perderse en el mundo lúgubre de la drogas. Sí, ella también, como tantas otras, había caído en sus garras. El día que descubrí los tatuajes en su cuerpo, no me causó gran sorpresa, pero cuando me di cuenta de los moretones en sus brazos, supe con tristeza que ella estaba consumiendo drogas; eso me abatió por completo. No supe qué hacer. Cuando le reclamé, me amenazó con el viejo truco de “el conocerme es amarme, así soy yo; y si no me ayudas es porque no me amas, así que yo seré la primera que te abandone”. Sus ojos avellanados, a pesar de lucir tristes y apagados, aún me conmocionan. Creo que yo no podría abandonarla; soy muy cobarde para hacerlo.

De vuelta en el auto, trato de encontrar una explicación y una solución a todo esto.
—¿Y ahora qué fue lo que te sucedió esta vez… cariño?
—¡Esos policías estúpidos!—dijo, molesta.
—Por supuesto, ellos siempre abusan de la persona equivocada, ¿no es cierto?
—No seas ridículo.
—Sí. Te entiendo...
—Tú no entiendes nada. Nunca me has entendido.
—Linda…—le digo, mientras estaciono el auto al lado de la carretera. Entonces la miro directamente a los ojos, y le pregunto—. ¿Hasta cuando se va terminar esto?
—No lo sé—responde ella. Tengo tanto miedo.
—Yo también, querida—le respondo. Pero eso no es todo, yo ya estoy hasta el borde de toda esta situación.
—Y entonces qué ¿Me vas a dejar? ¿Te vas a ir?—me pregunta entre sollozos, horrorizada.
—¿Sabes? He estado pensando, muy seriamente...
—¿Y…?—abre sus ojos, llorosos.
—Ya no puedo soportar más todo esto, linda. Yo sabía en lo que estabas envuelta, desde el principio, pero no dije nada. La verdad que no tuve el valor para enfrentar la realidad. Creo que también es en parte mi culpa. Es lamentable, pero yo no puedo estar contigo así, de esta manera, mirando como te vas destruyendo poco a poco, y no hacer nada para evitarlo. No me importa qué tan duro puede ser para cada uno de nosotros, pero debemos ponerle un fin, cueste lo que cueste. Te vas a internar en una clínica de desintoxicación y a registrarte en un grupo de apoyo para que obtengas ayuda con tu adicción. Mañana iré también contigo. Creo que yo también debo curarme la adicción que tengo hacia ti; después de todo, yo tampoco me siento preparado como para vivir mi vida, solo...

©Raymond

Texto agregado el 28-01-2006, y leído por 1812 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-02-2006 Es una historia mas habitual de lo que a muchos nos gustaría, pero esta hay. Me ha gustado mucho. El quiere ayudarla para ayudarse al mismo tiempo. Esta muy bien narrado***** eslavida
31-01-2006 Me parece un texto muy bien llevado. En cuanto a la trama, que se reduce a un simple relato de la vida cotidiana me deja la sensación que me dejaban los cuentos de Chéjov. Me encantó, de verdad me encantó. Mis estrellas***** torovoc
30-01-2006 me aventajas con creces en eso de la naración, esta está perfecta. Un tema muy bien tratado, ella muy bien descrita desde afuera hacia dentro, él muy bien planteado, mis estrellas colega anemona
 
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